miércoles, 1 de agosto de 2007

eps 112: el deseo postergado, de mario bojórquez

n112 [30.06.07]
el deseo postergado, de mario bojórquez

atisbos

SOBRE EL DESEO POSTERGADO, DE MARIO BOJÓRQUEZ, PREMIO AGUASCALIENTES 2007
Carlos Rojas Urrutia

En 2007, el Premio de Poesía Aguascalientes cumplió 40 años desde su fundación, cuando los Juegos Florales Aguascalientes, celebrados en el mes de abril desde 1931, se transformaron en el Premio Nacional de Poesía. El premio de este año corresponde a Mario Bojórquez por su poemario El deseo postergado. El seudónimo que Mario Bojórquez eligió para El deseo postergado fue “Cantado para nadie”, título del libro más conocido del poeta queretano Francisco Cervantes, quien escribió versos donde exponía agrias lamentaciones contemporáneas; que además realizó las más eruditas traducciones de Fernando Pessoa y de otros poetas portugueses y brasileños; él mismo escribió en galaico y galaico-portugués y tomó su inspiración de los versos y estructuras clásicas. En esa tradición de lamentaciones es donde se inscribe El deseo postergado. El verso libre de Bojórquez crea imágenes poéticas desgarradoras, de un poeta que se coloca al borde del abismo para observar lo que ahí se suscita. El jurado del Premio de Poesía Aguascalientes 2007, compuesto por Dana Gelinas, Eduardo Langagne y Víctor Sandoval, consigna en el acta: “El deseo postergado se trata de una obra contundente y expresiva, cuya temática se sostiene con oficio y originalidad. Es convincente en su planteamiento y desarrollos poéticos, y muestra un conocimiento y domino de la tradición del verso”.

-¿
¿Hace cuánto y de qué manera surge este poemario de El deseo postergado?
Hace tres años hice un viaje a Europa. El último punto fue Lisboa. Llegué a un hotel ubicado en una calle muy hermosa que se llama La Rúa de los Oradores, que es la calle donde Bernardo Soares trabajaba y vivía. En ese mismo cuarto de ese mismo hotel me había tocado leer antes el Libro del desasosiego. Lo abrí en una página donde decía que desde el cuarto piso de la Calle de los Oradores se podía pensar en el infinito. Desde entonces me gustó mucho ese lugar y siempre vuelvo por ahí.
El deseo postergado empieza justamente porque había cruzado el río, estaba en la otra orilla, en los suburbios de Lisboa desde donde se puede admirar el centro de la ciudad. Yo miraba Lisboa y pensaba en cuánto luché para regresar a esa ciudad, con que pasión me propuse algún día volver. Luego pensé en Francisco Cervantes, que es la otra conducción del libro, y en cómo Cervantes también pensó siempre en regresar a Lisboa. Al final, todos lo sabemos, en 2005 finalmente regresó, pero hecho ceniza para ser diluido en el río y quedarse ahí para siempre. Así es como empieza el poema: mirando a la ciudad de frente. Esa tarde, aunque no escribí nada, la recuerdo perfectamente. Cuando ya estoy de vuelta en México después de las vacaciones, inicio la redacción del material.

De los distintos estados de ánimo por los que transitaste durante los tres años en que trabajaste este poemario, ¿cuáles son los que quedan plasmados en el libro?
Yo creo que no es un libro alegre. Es un libro triste, la condición en la que yo estaba escribiendo era la que está reflejada en el libro. La poesía es canto, pero cómo puedes cantar si el dolor, la angustia, la miseria de lo que tu mismo eres te está atravesando. Creo que esa es la esperanza mayor del peligro. Evitarlo, no cantar eso, sería falsear tu ejercicio de poeta, sería falsear tu condición. La poesía te está pidiendo que cantes esto, no puedes evitarlo; tienes que hacerlo por que si no te cuesta también tu vida.

Inicias con un poema que se llama Lápida y luego comienzan una serie de cantos que se abren con un epígrafe de Francisco Cervantes
Si, Lapida está ahí pero no forma parte del libro propiamente, sino que es como una explicación de porqué tengo que escribir eso. Es también explicarme a mí mismo porqué lo estoy escribiendo. Nunca antes había tenido una escritura tan severa al respecto de qué soy yo; siempre me había ocurrido escribir para la celebración, para el gozo, durante muchos años. Llegó el momento en que yo tenía que hablar de este deseo postergado, ya no podía evitarlo.

¿Dónde la búsqueda que realizas en El deseo postergado converge con la poesía de Francisco Cervantes?
Tiene que ver con la personalidad del poeta queretano, es decir, con su forma física y humana, con la forma en que se conducía en el mundo. Hay un momento del libro, que no aparece en el original que se envío al premio, pero que aparecerá en la edición impresa, de poemas que no incluí porque no están escritos en castellano puro, sino en una forma muy antigua que se llama galaico-portugués.
Eso es justamente uno de los homenajes que se hacen a Cervantes, que siempre escribió maravillosamente lo mismo en esta lengua que conocemos del español, que en portugués y en galego; aún más, pudo adentrarse en las formas medievales y clásicas de la poesía, de la lengua de occidente que se llamó galaico-portugués. Yo, teniendo ese mismo gusto que él tiene, también decidí practicar algo de esto. Creo que ese es el mayor homenaje que le hago. Desde luego siento que no solamente esta el poeta Cervantes aquí, hay otros poetas a los que admiro, respeto y quiero mucho. Pienso en Eduardo Lizalde, en ciertos giros del lenguaje, en ciertas formas de presentación del discurso que tienen que ver con él, quizá tu también lo has reconocido.

En El deseo postergado aparecen postales del dolor interno del hombre, donde en efecto, resuena la poesía de Lizalde ¿retomas ese espíritu furioso de su poesía en tu poemario?
El otro día un amigo muy inteligente me hacia un viaje muy interesante, desde López Velarde, pasaba por Borges y caía en Lizalde. El poema con el que empieza es “Obra maestra”, un poema en prosa de Ramón López Velarde cuya primera línea dice mas o menos: El soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad. “Obra maestra” habla del hijo que López Velarde nunca tuvo. Luego piensas en Borges que siempre fue soltero aunque se casó dos veces y finalmente piensas en El tigre en la casa, ese primer Lizalde que es un soltero, un tigre furioso, enojado, que está hablando como hablaría un tigre. Entonces es de López Velarde de donde viene esta tradición de hablar así, con esa furia. Yo la retomo en algunos momentos. Desde luego, yo tengo hijos, no soy soltero propiamente, sin embargo, puedo entender esa parte de la tradición de la literatura española que nace con este poeta mexicano Ramón López Velarde.

Muchos elementos del libro son una afirmación del dolor, ¿el elemento de la risa, del acto de sonreír, aparece como una salvación falsa para el hombre?
El otro día pensaba que la risa, la verdadera risa era del demonio, como se dice en El nombre de la rosa, al respecto de la comedia de Aristóteles que se ha perdido. Pensaba que la risa es diabólica, que nadie ha oído a Dios reírse jamas. ¿Quién se ríe de alegría y cómo te ríes de alegría? Ese es un asunto que hay que pensar. Si alguien está enojado la risa de los otros es molesta, la siente como burla. No aguantas que los demás se rían, te destruye, te exacerba, porque no puedes aceptar que los demás tengan alegría. Creo que no hay alegría que mas nos moleste que la de los otros, ¿de que se ríe Ignacio? , decía Catulo, cada vez que se ríe muestra sus dientes blancos.

Algunos de los poemas de El deseo postergado recurren a imágenes descarnadas, de costillares y huesos. ¿Pretendes llegar hasta ese punto del lenguaje en este poemario?
Sí, y de la vida también. Nosotros estamos aquí para mostrarnos tal cual somos en el caso de la poesía. Sinceramente, no me interesa una poesía que me hable del objeto, como ocurrió en los años 30 en Europa, que Octavio Paz trajo hermosamente a México y que perniciosamente ha florecido muy mal entre sus alumnos. A mí me interesa una poesía viva, de carne. A lo mejor eso molesta a algunos exquisitos; pero ser exquisito no es hablar de los objetos, sino llevar el pensamiento a formas elevadas y complejas de comprensión del mundo, creo yo. Por eso yo hablo de poetas como Francisco Cervantes, como Eduardo Lizalde, que han dejado su alma, sus huesos y su carne ahí; han dejado la esencia de los seres humanos que han sido. De sus furias, incomprensiones, intolerancias y maravillas.

La risa en El deseo postergado aparece como una salvación falsa para el hombre. Pareciera que el único refugio auténtico que queda es el llanto y la mentira, ¿dónde te refugias como ser humano?, ¿dónde te refugias como poeta?
No hay distinción; en mi caso, ser humano y ser poeta son dos cosas indisolubles. No puedo ser humano en este mundo si no soy poeta y desde luego jamás podré ser poeta si no soy un ser humano. ¿Dónde se refugia uno? Creo que en la tradición, uno se refugia ahí para poder mirar hacia el futuro. Cuando se produce un libro se tiene el secreto anhelo de que los otros te lean un día, cuando tu ya no estés aquí. El anhelo de haber producido un artefacto verbal que pueda sobrevivir mas allá de ti. Ese es un anhelo evidentemente humano: el de permanecer en la tierra. La gente se intenta perpetuar de algún modo. El poeta creo que pretende eso, sus ojos están llenos de muerte, porque sabe que un día él se va a acabar y para eso van a quedar los libros.

En algunos de tus poemas de la infancia en El deseo postergado, parece que la plasticidad se vuelve boscosa. Contrario a la idea de que la infancia es el refugio del poeta, parece que la infancia de la que hablas es tan peligrosa como el bosque
Es que fíjate como está escrito: Llevas contigo, cosido a tu costado / un repliegue de bruma donde eres niño y todos te sonríen…A eso me refería cuando digo que El deseo postergado no es un libro alegre. Cuando yo era niño, era un niño querido, quizá eso le pasa a mucha gente, pero de pronto sales al mundo y el mundo te dice porqué debo aplaudirte…te cuesta trabajo comprender cómo vivir entre otros. Es terrible de pronto recordar que todo el tiempo la gente te aplaudía y decían ah, que bonito niño; en la calle te dicen no me estorbe, con permiso, hágase a un lado. Uno no comprende.

¿El primer impulso para escribir este poemario es la intuición o el conocimiento poético?
Creo que este poemario se preocupa más por la intuición porque hay razones para eso. En el primer libro que publiqué llamado Pájaros sueltos, Sandro Cohen amablemente dijo que mi verso libre era un verso libre que tenía características peculiares; que había una conciencia muy clara entre idea, imagen y sonido, una idea de la musicalidad. Cuando leí eso me quedé pensando si efectivamente producía un verso libre tan serio como Cohen lo estaba proponiendo. La única forma de probarlo, fue probar lo otro: ver si desde la regularidad podía emitir igualmente una proposición poética. Así, aparece un libro que se llama Contradanza de pie y de barro, publicado por el Fondo Editorial Tierra Adentro, cuyas 80 páginas están escritas en verso alejandrino castellano. Entonces proponía la resolución desde lo formal, porque es un asunto que me interesaba, quería lograr un libro que tuviera características de este tipo. Lo hice así y ahí esta, se llama Contradanza de pie y de barro.
Después vino El diván de Mouraria, donde recuperaba otra vez el verso libre, pero sentía que lo hacia de un modo mucho más seguro, que ya conocía mucho mejor esta forma de expresión poética. Allí puse la atención en que hubiera un verso libre verdaderamente sonoro que se alejara del sonsonete que estamos acostumbrados a escuchar. Entonces acá en El deseo postergado ya no era una preocupación formal el hacer verso libre, la preocupación era poder develar en lo posible cómo funciona el alma cuando está destruida por circunstancias que le competen, pero también porque el mundo la ha rechazado; ese es el propósito del libro, trabajar en ese ámbito miserable de la vida.

El deseo postergado establece la imposibilidad de alcanzar lo que se desea, ¿se liga a alguno de tus libros anteriores?
El ultimo poema del libro Diván de Moraría se llama “Casida de la postergación” y desde luego este es un libro que se emparenta con aquel y establece un vínculo.
El deseo es permanente…ya también los budistas han tratado ese asunto, ¿porqué sufrimos?, porque deseamos. Los poetas van siempre tras las luces, tras lo maravilloso, tras lo que brilla; su ojo esta educado para eso. Siempre está pendiente de lo que brilla, de lo que maravilla y eso le hace desear desde luego.

¿Cómo surge esa atracción que sientes por la poesía portuguesa, que compartes con Francisco Cervantes?
Claro que la entrada es con Pessoa, pero luego descubrí que un poeta como Alfonso X, el Sabio, había escrito toda su poesía en galaico-portugués. Ese hombre que era el rey del castellano ― de Castilla y de León ―, no había usado el castellano para su poesía. Algo maravilloso había encontrado en la musicalidad y perfección de la lengua galaico-portuguesa. Yo quise aprender eso; también provenzal. El catalán me irá llevando al provenzal, la lengua que se hablaba en el sur de Francia. Busco en mis raíces. Ese es el propósito del estudio de esas lenguas, porque tienen que ver con lo que yo hablo ahora.

¿Cuándo descubriste que el verdadero trabajo de un poeta serio consistía en mirar cada vez más hacia el origen, cada vez más hacia atrás?
Fue una impresión muy importante la publicación de mi primer poemario; ahí vi lo que había conseguido y lo que me gustaría lograr algún día. Ahí me puse a trabajar muy en serio todas las formas clásicas del verso español. Ya tenía un libro, pero me pregunté que sería de los libros que vendrían adelante. Todos estamos más preocupados por hacer un modelo nuevo y moderno que por hacer uno original. El original es el que debía de preocuparnos. Reconocernos a nosotros mismos en la escritura…cuando pude comprender eso, supe que tenía que ir hacia más atrás; fui hacia la tradición y llegué a donde los galaico-portugueses; ahí me enteré que ellos habían aprendido todo de los provenzales, y hay que acercarse a la lengua catalana para llegar al provenzal. Yo no lo dudo y lo hago. No se si sea la mejor manera de aprender, pero a mí me ha divertido mucho durante todos estos años.

Tienes un verso que dice: escribes para injuriar lo que de ti es sagrado… ¿De qué huyes tú cuando escribes poesía?
No sé si sea en todos los casos, pero lo que a mí me ocurre es que trato de clarificar lo que me sucede en el mundo. La poesía es siempre el recurso para que comprendamos quiénes somos y cómo somos, para saber qué nos gusta, qué nos interesa, qué no nos importa, que sí nos importa. Es por esa razón que la poesía es eminentemente humana: habla de hombres a otros hombres. Este poeta le habla a otros hombres que también han tenido sus lecturas y sus vidas. Si se comprende algo ahí, entonces la poesía funcionó. No se trata de con la poesía contar mentiras, para eso están los narradores que ficcionan sobre el mundo. Nosotros no, nosotros tenemos que decir la verdad. Los poetas estamos condenados a decir la verdad aunque nos pese, aunque nos lacere, aunque nos destruya.

Cuando hablabas de plasticidad, recuerdo los cantos con que inicia El deseo postergado, que se dibujan como auténticas estampas del dolor, pero también de la huida, por eso te preguntaba antes si había algo de lo que pretendías huir con esta poesía.
Creo que eso viene de un poeta que yo he aprendido cosas muy interesantes que se llama Paul Celan, que escribió: verdad habla quien sombras habla. La poesía es justamente hablar sombras, es contar aquello que es un reflejo en positivo ― no en negativo ―de algo real. Esa es una preocupación que he tenido siempre. Pienso en una línea hermosísima de Becerra que dice: las palabras, esas distancias de algo…las palabras son las que te alejan de las cosas; en otro momento, el mismo Becerra dice: siempre es otra ciudad, otro rostro, otra cosa la que yo iba a decir.

Has hablado de Francisco Hernández como uno de los poetas mexicanos que admiras y respetas. Pareciera que Hernández en su obra pretende lanzarse al abismo sin ninguna vacilación. En tus versos parece que el poeta se detiene al borde para observar, sin el deseo de lanzarse. ¿Lo percibes así?
Sí, yo no tengo una intención de autodestrucción desde luego. No he tenido que cantar esa parte aún, ojala y que no sea conmigo que la poesía elija decir eso, porque es una responsabilidad severa; pero sí puedo ver el abismo sin pena, sin amedrentarme. Hace un momento cuando llegaba aquí, pensaba que a veces soy eminentemente racional…es como si el poeta viera las cosas desde fuera y desde dentro, ser al mismo tiempo el cuerpo que se descompone y el que llora porque el cuerpo del ser querido se descompone. Ahí es donde yo creo entra esta cosa de la razón, que es lo que te permite redactar, porque si no escribirías sólo alaridos o sólo carcajadas. Creo que el poeta es quien hace esta relación del sentimiento y la razón, es quien logra comprender cómo lo que te impresiona en la vida puede convertirse en palabras y puede comunicarse a otros, para que ese mismo sentimiento pueda ser reproducido en otros corazones.

¿Sientes la misma fascinación cuando lees a los poetas que te emocionan que cuando observas el resultado de tu propia escritura?
Creo que uno publica sus libros porque le han generado una ilusión. Escucho muchas historias de que yo escribo para mí y todo eso, historias que la verdad dan risa y a veces hasta tristeza. Uno escribe y escribe con una propuesta profesional. Uno realiza un trabajo serio, que pretende además establecer un vínculo entre lo que ha sido tu tradición y lo que algún día será la poesía. Uno mira hacia atrás todo el tiempo y lanza monedas hacia delante. Lanzas formas de diálogo hacia el futuro. Cuando escribes estas consciente de que perteneces a la lengua española y que detrás vienen un montón de poetas cantando. Ellos te han encargado a ti esta parte del tiempo para que no eches a perder el idioma, para que siga funcionando y vivo.

Yo había pensado que el poeta se refugia en el recuerdo, incluso en el recuerdo que será posterior al de su propia existencia
Eso es otra cosa. Eso tiene que ver con lo que detona el ejercicio poético. En la tradición griega, decían que las musas eran hijas de Zeus, pero la madre era Nemósine, la diosa de la memoria; eso significa que para construir el arte y que las musas existan, necesitas el rayo, que es la inspiración, y la memoria; que recuerdes cómo fueron escritos los poemas antes, para que no escribas el poema que ya fue escrito. La memoria es fundamental, porque uno escribe para dejar memoria de lo vivido. Eso es el propósito de la escritura. Por eso así comienza El deseo postergado: yo hablaré porque no hay nadie que pueda hablar de esto mas que yo. Yo soy el que tiene que decir, porque tengo que hacer memoria de lo que pasó. Así funciona.

¿Qué significa para tu vida de hombre el hecho de escribir poesía?
Creo que se escribe para dejar memoria de lo vivido. Lo vivido puede significar aquello que te ocurrió realmente, pero también lo que imaginaste o soñaste o te contaron o te leyeron. Todo eso esta vívido dentro de tu cabeza. Vive dentro de ti. Para eso se escribe, para decir: Señores, así me ocurrieron las cosas. Creo que ese es el objeto final de la poesía.

Cumples 40 años ¿dónde te ves instalado como poeta a esta edad, cuando recibes el Premio de Poesía Aguascalientes?
Yo me siento muy bien pensando que si poetas como Eduardo Lizalde, Efraín Bartolomé, Eduardo Langagne y Francisco Hernández, gente que yo respeto y admiro, están en esta lista de ganadores del Premio Aguascalientes, el hecho de que yo pueda contarme entre ellos significa que he hecho bien las cosas. Me siento contento por eso. Contento, cierto, por el reconocimiento a mi propio trabajo, pero más contento aún porque ya puedo compartir con ellos y con la tradición de la poesía mexicana.

Las llamas que uno lleva dentro arden siempre casi del mismo modo que en la juventud, aunque el cuerpo se deteriore. Al llegar a los 40 años y recibir el Premio de Poesía, ¿sientes cambios en tu forma de vivir, de ser poeta, de escribir?
Ahora yo estoy estudiando letras en la universidad. Quizá esa es una forma de renovarse. Muchas de las clases que recibo ya las he impartido en otras universidades. Pero el ejercicio de regresar a la escuela es para mí una alegría. Conozco muy bien ya una lengua como la portuguesa. Hago mis intentos en muchas otras. Traduzco poetas de otras lenguas como el catalán y estudio todo el tiempo. Ahora mismo aprendo japonés.
El poeta siempre está aprendiendo, siempre se está formando. Siempre aprende una palabra nueva y una nueva forma de entender la poesía. Si uno tiene esa alegría del conocimiento, nunca se detiene, no puede detenerse. Yo no se si soy un buen lector…hay tantos niveles de eso. Lo que se es que soy un lector comprometido con las cosas que me interesan. El Premio de Poesía Aguascalientes es un deseo que uno tiene cuando comienza a escribir y descubre cómo funciona la vida literaria de este país. Ahora ha llegado, espero que llegue con mucha felicidad, que me permita recuperar para los otros poetas de mi interés.

¿Sabes hacia donde se moverá tu búsqueda poética a partir de ahora?
Yo le pido siempre a la poesía que me de la oportunidad de escribir el siguiente libro, porque nunca se si seré capaz de escribir algo después. Para no angustiarme, le pido a la poesía chance de hacer un poemario más. Creo que la poesía está llena de lumbre, de llamas. Si uno no tiene esa pasión difícilmente llegará al otro lado. Yo quiero que permanezca esa llama. Si tengo oportunidad, quisiera abonar sobre la idea del deseo que no se completa que está en este libro premiado; quizá ya no de un modo triste sino con una alegría solar. Hablar desde allí también, sin pena, sin lamentarme por los años idos. El deseo postergado fue para eso, para lamentarse. Pero no todo el tiempo uno debe estar embrocado sobre el mismo pozo. Hay que voltear los ojos, reconocer que no se han conseguido muchas cosas, pero que también haya ahí una alegría floral, no sólo flores negras, sino que haya colores y maravillas. Ojala pueda escribir ese libro, donde aunque quede claro que el deseo no se completa, sí se pueda reconocer que en esta vida se puede vivir.

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testimonios


X

POR ESO HOY QUE REGRESAS
Ya nadie reconoce tu rostro entre las piedras
Nadie un saludo un gesto que te confirme el pecho
La memoria de un sol para la cara fresca
Tus manos distraídas en el fulgor del bronce
Nada a tu paso es hierba de oro para la necesaria infusión de tu recuerdo
Ni una resina un bálsamo para tu piel quemada por el sol de los trópicos
Ni siquiera la lumbre de tu propio pasado

***

Sin tierra que me cubra
Sin tierra van mis blanquecinos huesos
Sin tierra, sin ya no más, sin tierra
Puse mi corazón, puse mi frente
En otro sueño inalcanzado apenas
Tejiendo con mis huesos alegres un futuro
Tejiendo con mi amor jardines plenos
Puse mi corazón, puse mis ansias
Puse todo de mí para servir al día

***

ADENDA
YO SOY AQUÉL
Que en otro tiempo
Estuvo aquí
Para dejar constancia
De su paso en el mundo
Pero el frescor antiguo
La sombra de estos árboles
Y la tenebra húmeda
Que salpica de oscuro
El templado adoquín
No saben ya mi nombre
Ni mi rostro



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“VELARDE, PILAR DE LA POESÍA EN AMÉRICA LATINA: GELMAN''
JESÚS ALEJO

La relación entre Juan Gelman y Ramón López Velarde se inició hace bastantes años, aunque de manera apenas circunstancial: cuando cursaba el tercer grado de primaria, el poeta argentino tenía una maestra terrible, antes de entrar al aula “había que ponerse en firmes, mostrar los dedos y si tenían las uñas largas o estaban sucias venía una lluvia de reglazos sobre esos mismos dedos.
“Pero amaba la poesía y nos leyó a Amado Nervo, a poetas argentinos y algunos poemas de Ramón López Velarde, que francamente no entendí mucho. Lo que sí recuerdo es la emoción de esa golpeadora de dedos implacable cuando lo leía.”
Misma emoción en la que el colaborador de Milenio se vio envuelto al momento de hacer lo propio con la obra del vate zacatecano, al grado de que prácticamente interrumpió la lectura por las sensaciones despertadas por Esta es mi villa, una especie de acta de vida de López Velarde, de aquello que quiso fuera su vida y jamás se cumplió.
Desde esa mirada, Juan Gelman reconoce el olvido en que se encuentra la obra del autor de Suave Patria en las letras hispanoamericanas, incluso entre los especialistas, lo cual podría contribuir para hacerlo un poeta más conocido.
“Lo leí después de Rubén Darío y Leopoldo Lugones, pues por desgracia no está difundido como corresponde en América Latina, porque es un pilar de la poesía latinoamericana; apenas escuché que alguien lo nombraba como un poeta del siglo pasado y, no, él es un poeta del siglo XXI. “Desgraciadamente se lee poco e, incluso, no llama la atención de la academia. Hace falta leerlo; claro, ellos se lo pierden, pero eso no es consuelo.”
Ganador del Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde, otorgado por el gobierno de Zacatecas, a través del Instituto Zacatecano de Cultura, Juan Gelman recuerda que ya cuando leyó con mayor madurez su poesía, sintió una especie de shock por la sensación de libertad que halló en esa obra. “A López Velarde lo releo siempre porque se trata de un poeta que no se termina de conocer, como ocurre con los grandes poetas”, a decir de Gelman.

El poeta y sus influencias
Durante varios años, la poesía de Ramón López Velarde quedó encerrada en ciertos prejuicios, aun con los intentos tempranos por reflejar su obra. Uno de los primeros en reflexionar acerca de su importancia en el ámbito de las letras mexicanas fue Xavier Villaurrutia, quien empezó a desmenuzar su obra al percibir la presencia de los simbolistas franceses.
De acuerdo con Hugo Gutiérrez Vega, Baudelaire es una de las influencias más reconocidas en la poética de López Velarde, reconocida por él mismo en uno de sus versos: al igual que el autor francés utiliza las palabras de la liturgia y las transforma en un sentido “blasfematorio y erótico”, debido a su convencimiento de que las palabras más bellas suelen venir de la liturgia. En ese sentido, la Biblia también es una influencia reconocible en é, la cual leyó a escondidas pese a sus estudios en el seminario, porque en aquellos años se prefería compartir “historias sagradas. La Iglesia Católica le tenía terror a la Biblia por aquello del libre examen y del Cantar de los cantares.
Un poeta indudablemente católico, más no religioso, que se caracterizó por ser un hombre enormemente carnal, cuya existencia oscilaba entre “el deseo de la castidad y la voluntad de disfrutar todos los momentos de la vida.”

Milenio, Tampico, Tamaulipas, 20 de junio de 2007

OTTO-RAÚL GONZÁLEZ O LA INFINITA FELICIDAD DE SU POESÍA
CARLOS ERNESTO GARCÍA

A Otto-Raúl González, lo conocí en Madrid en el marco de un encuentro de escritores al que ambos estábamos invitados. Lo acompañaba del brazo su esposa Haydée, guatemalteca como él. Una mujer alta, elegante y esbelta, pero por sobre todas las cosas, de una infinita sensibilidad e inteligencia. Juntos, hacían una de las más interesantes parejas literarias que he tenido la oportunidad de conocer.
Otto-Raúl me pareció desde el primer momento, un hombre ingenioso y travieso como su poesía. A su lado, la mañana daba comienzo con una sonrisa hasta convertirse por la madrugada en una enorme carcajada. Sus anécdotas, que no eran pocas, no cabían en sus artículos, novelas o poemas, así que las regalaba a montones con una gran generosidad. Historias que nos caían como dulces que se desprenden de una piñata.
Aquel año, de la capital española viajamos juntos a Barcelona, donde yo tenía un pequeño apartamento en el que dejaron sus maletas y se instalaron. Visitamos museos, librerías y acampábamos en cualquiera de los muchos cafés que tiene la ciudad para hacer más cómoda la vida y leímos bajo el sol, poesía inglesa, francesa e italiana, pero sobre todo de autores centroamericanos. Hablamos de las relaciones entre poetas salvadoreños y guatemaltecos; me contó entonces de su amistad con Ernesto Guevara antes de ser el mítico “Ché” y de cuando él sin conocerle a principios de los años 50, le dio trabajo en Guatemala durante el gobierno de Jacobo Árbens; de su relación personal con Juan Rulfo, Diego de Rivera, Frida Kahlo y de las veladas en casa de Mario Moreno “Cantinflas”; de su enorme admiración por Fidel Castro y de tantas cosas que consolidaron su personalidad literaria y le dieron un merecido lugar entre los grandes de la poesía latinoamericana.
Años más tarde viajé a México donde nos reencontramos después de mucho tiempo y donde Otto-Raúl se había exiliado con su familia tras la caída del Gobierno de Árbens en 1954. País en el que coincidió con los escritores guatemaltecos Carlos Illescas y Augusto Monterroso.
Su recibimiento fue con pancartas en la fachada de casa y toda la alegría que desborda en el rostro de los amigos. Ahí estaba nuevamente Otto-Raúl, regalándonos bromas y pocos días más tarde, presentó un libro mío en la casa del Poeta Velarde en el D.F. Recorrimos ese México que tan bien sabía Otto-Raúl de memoria. Nos perdimos entre las multitudes y en un mercado, recuerdo, compré una edición especial de Aguilar sobre la novela de la Revolución Mexicana.
Trabajador infatigable y activista cultural, abogado y notario, a Otto-Raúl se le concedieron importantes reconocimientos literarios, entre los que cabe mencionar el Premio Nacional Jaime Sabines en México y el Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias, así como la Orden del Quetzal en Guatemala.
Más de 25 libros avalan su quehacer poético, entre los que destaca su poemario Voz y voto del Geranio, por no hablar de su vasta producción periodística, de sus ensayos o de sus novelas.
La última vez que tuve la oportunidad de estar con él, fue durante un nuevo viaje a Europa que el poeta realizaba con Haydée hace tres años. Recalaron en casa y como era costumbre, viajaban con sus limones para el tequilita de la mañana. Dormimos poco. Reímos mucho y sobre todo viajamos a lo largo de su inagotable anecdotario.
En mayo de este año, la Universidad de San Carlos de Guatemala le invistió con el Doctorado Honoris Causa. El 22 de junio de 2007, recibí como un manotazo la noticia de su muerte en México. A partir de aquí, la vida ya no podrá ser la misma. Su recuerdo, sí.

www.diariocolatino.com, San Salvador, 29 de junio de 2007

POEMAS DE BOLAÑO
ARTEMIO ECHEGOYEN

“Creo que en la formación de todo escritor”, escribió Roberto Bolaño (1953-2003), “hay una universidad desconocida que guía sus pasos”. Este volumen se llama así -La universidad desconocida-, y reúne poemas y prosas poéticas (y versos prosaicos) escritos, por lo que se indica, a partir de su llegada a España 1977. El conjunto se divide en “sublibros”, acaso capítulos, compuestos de varios poemas o prosas poéticas. El primero de “La novela-nieve” no lleva título: “Esperas que desaparezca la angustia / Mientras llueve sobre la extraña carretera / [...] / Estoy poniéndolo todo de mi parte”. En estos textos se cruzan ambos significados de “esperar”. Y la desesperanza, que soporta muchas vueltas de tuerca. Asoma, triste o irónica, una rabia que impulsa al escritor hacia adelante.
El poema mismo “La novela-nieve”, de curiosa belleza, dice: “Mis trabajos literarios 10 abril 1980. Obsesionado / por piernas en dormitorios donde todo es femenino / incluso yo que asesino un aire de cajas y sabuesos / momificados. No escritura en la cadencia de mis días / sin dinero, ni amor, ni miradas; sólo confidencias / dormitorios oscuros donde soy la media de seda / rodeado de canarios y hachas de luna. Sin embargo / cuando escribo digo escribe cosas entretenidas / algo que interese a la gente. (...)”. Un reverso posible de otro poema, “Mi carrera literaria”, en que enumera rechazos editoriales.
Hay mucho, mucho más en estas 459 páginas. Poemas dedicados o alusivos a los amigos. Poemas-juicios (experiencialmente hablando) en que la poesía chilena huele a gas. Y “La poesía latinoamericana”: “Algo horrible, caballeros. La vacuidad y el espanto. / Paisaje de hormigas / En el vacío. Pero en el fondo, útiles. / (...)”. Constataciones: “Una persona te acaricia, te hace bromas, es dulce contigo y luego nunca más te vuelve a hablar”. Mujeres, pues, pero también, en “Ojos”: “Nunca te enamores de una jodida drogadicta: / Las primeras luces del día te sorprenderán / Con sangre en los nudillos y empapado de orines. / (...)”.
A la musa le dice, en “Musa”: “(...) / Nunca te separes de mí. / Cuida mis pasos y los pasos / de mi hijo Lautaro. / Déjame sentir la punta de tus dedos // otra vez sobre mi espalda, / empujándome, cuando todo esté oscuro, / cuando todo esté perdido. / Déjame oír de nuevo el silbido. / (...)”. En el tono narrativo de estos versos, la lucha cotidiana por existir-escribir adquiere un lirismo seco, a ratos sobrecogedor, como el de una playa vacía antes del mar.

La Nación, Chile, 20 de junio de 2007


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