n122
[30.05.08]
elpoemaseminal
aimé césaire (1913-2008)
atisbos
El poeta martiniqués Aime Césaire, el padre de la negritud, en una fotografía de 2006, murió el 17 de abril. Su desaparición cierra uno de los más significantes episodios de la literatura negra y la historia intelectual que representó el movimiento de la negritud. Con León Damas, de la Guayana Francesa, y Léopold Sédar Senghor de Senegal, Césaire formó un triunvirato que dio voz y forma a la Negritud como un concepto y movimiento.
AIMÉ CÉSAIRE (1913-2008): POETA DE LA NEGRITUD
Abiola Irele
Traducción de Ricardo Hernández Echávarri
Después de la muerte de Senghor en 2001, Césaire era el último sobreviviente de una temprana generación de escritores negros francoparlantes que, en los años de entreguerra, atrajeron la atención hacia el orden colonial francés y desafiaron las reglas que racionalizaban el discurso del imperio. Es justo decir que la obra de Césaire representa la más vehemente expresión de la postura anticolonial y la más poderosa evocación de la experiencia negra en su completa perspectiva histórica y emocional.
Para comprender el sentido lato de agravio histórico que lleva la obra de Césaire, necesitamos recordar el predicamento de los intelectuales negros de su generación, un predicamento que creció en la humillación que habían internalizado como un urgente factor de autoconciencia. Para Césaire, el primer punto de referencia para el complejo de emociones de la experiencia colonial era la memoria de la esclavitud, el antecedente histórico de su estatus como sujeto colonizado.
La correlación entre la sistemática devaluación de las culturas indígenas de Africa y la constante denigración de la raza negra desde el siglo XVIII, dio una especial dimensión al malestar psicológico que viene de ser un Caribeño: siempre la carga de vivir en una ambigua relación con la sociedad francesa y su cultura.
Toda la obra de Césaire, aun la más asertiva, lleva la carga natural de luchar con una conciencia escindida. Cuando encuentra a Senghor en Paris, en 1930, tomó conciencia de la dimensión Africana de su ser, aun cuando el ancestral continente permanecía a distancia de su visión.
Pero fue su descubrimiento de los poetas de Harlem cuando Césaire apuntaría hacia lo que llegaria a ser la fuerza central de inspiración de su obra, que encontraría una magnifica expresión en su obra maestra, Cahier d’un retour au pays natal (Cuaderno de retorno al país natal), una épica de la experiencia colectiva de la raza. Es en el centro del poema que Césaire ha puesto la redefinición de la esencia negra, para la cual acuñó el término “negritud”.
mi negritud no es una piedra, es sordera tenida contra el clamor del día
mi negritud no es un film de agua muerta en el ojo muerto de la tierra
mi negritud no es tampoco una torre o una catedral
ella cava en la rojo descarnado del suelo
ella cava en el incendio descarnado del cielo
ella cava a en los oscuros aumentos que acaban con su honrada paciencia
El exultante tono de este pasaje y la pasión que corre por el poema cuentan el hecho de que el Cuaderno es tenido como el texto fundador de la Negritud, y convence como una postura original aun a aquéllos que desechan la elaboración del término de Senghor como una esencia negra. El Cuaderno es también leído como un equivalente lírico de la fuerza del poeta procesando la empresa colonial en su Discurso sobre el Colonialismo, un trabajo cuya significación deriva no tanto de su análisis sociológico del fenómeno que examina, sino de la apreciación moral de los actores envueltos en la aventura colonial y su insistencia de la inevitable deshumanización del colonizador.
La riqueza alusiva y la densidad del idioma de Césaire han hecho de su poesía en gran parte inaccesible a la mayoría de sus lectores, de modo que su reputación en los últimos años ha descansado en sus obras de teatro, especialmente La tragédie du roi Christophe (La Tragedia del rey Christophe), una meditación del infeliz estado de Haiti después del derrocamiento de la esclavitud. La crisis del Congo, que emergió a principios de los sesentas y el atestiguado martirio de Lumumba, inspiró su segunda obra de teatro, Une saison au Congo (Una temporada en el Congo), cuyo guión dibuja un paralelo entre el precedente haitiano y la situación contemporánea de Africa.
La identificación entre la Diáspora negra y Africa, un prominente tema en la obra de Césaire, adquiere un nuevo nivel en su obra dramática, porque Césaire escribe menos como un observador comprometido que como un poeta atrozmente consciente del drama que a escala elemental está representado en el Congo: la inversión de un viejo orden extendiéndose en la disrupción del orden universal, pero fuera del cual una nueva vida puede emerger. De esta esperanza, Césaire hace de Lumumba un profeta: “Como Africa, sé que pese a todas sus debilidades y sus divisiones, ella no nos fallará. Porque después de todo, de tamiz, sol o agua –de su solemne acoplamiento- aquí nació el hombre”.
El pasaje lleva el simbólico significado que Césaire otorga a Africa. En toda su obra Africa sirve como la imagen fundamental y la referencia espiritual a la cuestión de una liberación que implica una renovación del mundo. Esa es la cuestión que es registrada en las siguientes líneas en las que el poeta resume la profunda importancia de la experiencia negra:
ellos han preservado sus ojos intactos
más allá de la más frágil sombra de la imperdonable imagen
para la más memorable visión de un mundo por construir
por la fraternidad que no puede sino venir
aunque inestable
www.theroot.com/id/45959
El esclavo y el colono
Javier Sicilia
L
a muerte de Aimé Césaire me hizo no sólo volver a su obra, sino recordar a otro gran poeta, Saint-John Perse. El recuerdo no es arbitrario sino paradójico. Aunque los manuales de poesía colocan al segundo –pese a su nacimiento en la Isla de Guadalupe– dentro de la tradición francesa, y los obituarios celebran al primero como el poeta caribeño de la “negritud”, me parece que la realidad es la contraria. Cuando nos sumergimos en sus respectivas obras nos damos cuenta que Perse es, en su decir, mucho más caribeño, americano y negro que el propio Césaire, tan blanco y francés como el mejor de los poetas parisinos. Pareciera como si por una especie de paradoja histórica, el hijo de colonos asentados en la Isla de Guadalupe y muerto lejos de ella, hubiese sido asimilado por la tradición negra defendida por Césaire; mientras que el hijo de esclavos, que nació y murió en la Martinica, hubiese sido, en la rebelión ideológica de su discurso, asimilado por la colonización que combatía.
Aunque Césaire es, junto con el senegalés Léopold Sédar Senghor y el guayanés Léon Gontran Damas, el creador de un movimiento estético llamado “negritud”; aunque promovió en París el primer Congreso de Escritores y Artistas Negros que concluyó con la creación de la revista Presencia Africana; aunque antes de Malcolm X en relación con los derechos negros en EU, escribió esas dos joyas de la reivindicación de una identidad cultural y social de origen africano para el Caribe, Cuaderno de retorno al país natal y Discurso sobre el colonialismo –elogiado por su coterráneo Franz Fanon y por el Ché Guevara–, su decir siempre fue europeo. No podía ser de otra forma. Césaire era negro, pero se formó en los discursos libertarios de los blancos de Occidente y de las vanguardias europeas que llegaron a través de las colonias al Caribe. La propia “negritud” –un término vanguardista–, aunque reivindica una cultura negada, se dice siempre con el europeísmo de las vanguardias y de los lenguajes que se desprendieron del marxismo. Nunca oímos en él el fraseo negro de los conteurs del Caribe –esos poetas que se reúnen en la noche alrededor de fogatas para narrar en un lenguaje caribeño el alma de un pueblo. Escuchamos, en cambio, al rebelde que usa un contenido occidental para reivindicar un ethos que perdió sus contornos. Más cerca de Mandela que de Gandhi, sus reivindicaciones rebeldes son siempre las de un colonizado.
Con Perse sucede a la inversa. Este colono que, como diplomático se opuso al nazismo y al gobierno de Vichy, y que terminó en el exilio, nunca reivindicó ninguna lucha libertaria como poeta. Simplemente se expresó con un lenguaje que nadie, con excepción de un estudioso de la literatura comparada llamado Yoyo, ha sabido clasificar en Occidente. A diferencia de Césaire, el decir poético de Perse, como bien lo demostró Yoyo –quien pasó horas grabando a les conteurs caribeños, transcribiéndolos y comparándolos con el poeta “francés”– viene de ellos. Tanto en Elogios –ese conjunto de poemas que expresan la experiencia de una infancia en el Caribe–, hasta Anabasis –esa epopeya que narra la emigración de un pueblo a través de los ojos del conquistador– no vemos en ellos al conquistador, sino al colono que, seducido por la cultura de un país nuevo, sucumbe fascinado hasta decirse con su propio lenguaje. Esclavo de sus esclavos, el hijo de colonos se ha vuelto uno de ellos y enamorado de su decir expresa la libertad y la presencia de un ethos. De ahí el asombro que provoca y la inclasificabilidad de su decir en términos occidentales. Anabasis no es un poema que habla de los negros del Caribe, es un poema absolutamente negro, un poema de aliento épico y universal en su particularidad caribeña, a la manera en que los son la Iliada para el mundo griego o el Cantar del mío Cid, para la tradición española. Pero la estirpe romántica del poema lo distingue de la verdadera épica: su tema no son los hechos del héroe, sino los cambios de su conciencia frente al asombro de lo diferente. No un regreso al país natal, sino la experiencia de su misterio asimilado.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
La Jornada Semanal, núm. 691, 1 de junio de 2008
el fulgor de las palabras
Phillippe Ollé-Laprune
E
l alcance de un texto literario trasciende su propia época, y a veces, en el mejor de los casos, al autor mismo; el juicio más acertado de su valor proviene justamente de la sanción que le infligen los años. Los textos polémicos, aquellos cuya violencia determina los debates de una época, están aún más expuestos y son más vulnerables a esa prueba. En ese sentido la obra de Aimé Césaire es un modelo. Este escritor francés del Caribe denunció la condición inaceptable del hombre negro explotado y humillado durante siglos. Pero también, a través de esos ataques virulentos, desarrolló un discurso que, conservando una enorme actualidad, es un llamado a la dignidad y a la justicia. Como si el tiempo tuviera el poder de recuperar la fuerza del grito para darles mayor resonancia a las palabras del poeta.
Al momento de su publicación, los textos de Aimé Césaire suscitaron tanto entusiasmo como rechazo. A menudo marginado, el escritor no participó en polémicas inútiles ni en discusiones mundanas. Confiado en lo justo de su causa y en el alcance de su palabra, no eludió los debates más intensos del momento. Hoy debemos reconocer que sus textos no han perdido vigencia y que muchas problemáticas del siglo que inicia ya están presentes en esta obra, transportada, como lo confesó él mismo, "a fuerza de mirar el mañana".
La célebre anécdota que marcó el ingreso de Aimé Césaire como personaje público fue la siguiente: André Breton llegó a Martinica en abril de 1941, huyendo de la Francia ocupada por los alemanes (vía Marsella, como muchos otros) con destino a Nueva York, donde permaneció refugiado hasta el final de la guerra. Su barco, El capitán Paul Lemerle, acogió a otros prestigiosos refugiados: Victor Serge, Wilfredo Lam, Claude Lévi-Strauss. Un día, con el fin de encontrar un moño para su hija Aube, Breton entró en una tienda y vio, junto a la caja, una revista literaria: Tropiques. Así fue como descubrió las reflexiones de los intelectuales antillanos y, sobre todo, los textos poéticos del director de la publicación: Aimé Césaire. No dudó en calificar su obra literaria como "el mayor monumento lírico de la época". Para ambos hombres el encuentro resultó trascendental, pero además fue el primer reconocimiento para una obra hasta entonces confidencial. Breton escribió su famoso texto "Un gran poeta negro", que luego retomó en su libro Martinique charmeuse de serpents. En él hace un elogio al poeta y a su poema largo Cahier d un retour au pays natal . Ese texto fundamental es la manifestación poética de las angustias y de las reflexiones del joven intelectual martiniqués, quien muestra con orgullo al lector su revuelta y al mundo, una nueva forma de ser: la negritud.
Aimé Césaire nació en Basse-Pointe, Martinica, el 26 de junio de 1913. Fue el segundo de una familia de siete hijos. Su padre, un humilde funcionario, los educó en un ambiente en el que las lecturas de Voltaire, Hugo o Bossuet se alternaban con los relatos y las leyendas de África contadas por la abuela, Mamá Nini.
En efecto, Martinica fue uno de los diversos destinos de los esclavos negros llevados a las colonias de los países occidentales para paliar la falta de mano de obra local con la importación de los esclavos de África. Junto con las personas llegaron los cantos, la cocina, la ropa y el imaginario, las culturas que sobreviven y se adaptan hasta hoy. Hasta la abolición de la esclavitud en 1848, gracias sobre todo a los esfuerzos de Schoelcher, las revueltas fueron numerosas y reprimidas con violencia. De ahí proviene la figura del negro, del mulato que ha escapado y vive como hombre libre: imagen de la libertad conquistada, tan querida por Aimé Césaire.
Cuando Aimé Césaire nació, Martinica era miserable y sus pobladores estaban sumidos en la ignorancia, ya que su acceso a la cultura y a la enseñanza estaba limitado. Pronto Aimé se destacó como buen alumno. Taciturno y curioso, era un lector excelente. Todas estas cualidades hicieron de él un candidato ideal para obtener una beca y seguir sus estudios: resultó electo para ir a Francia. El 24 de septiembre de 1931, a los 18 años apenas, Aimé Césaire se embarcó en El Perú con destino a un mundo que apenas adivinaba: el París de los años treinta.
Césaire entró al liceo Louis le Grand para preparar el difícil examen de admisión a la Escuela Normal Superior. Según la costumbre, un alumno mayor se encargaba de apadrinarlo y el senegalés Léopold Sédar Senghor, uno de los pocos estudiantes negros, aceptó el papel. Césaire, una vez más, resultó un estudiante ejemplar y logró pasar el examen. Durante esos años adquirió una cultura sólida, y su estancia en París también fue significativa por sus descubrimientos intelectuales y literarios. El París de los años treinta era esplendoroso, cosmopolita, lleno de furor y de vida, de angustia frente a una guerra inminente y de inevitables luchas ideológicas. Para Césaire, significó el tiempo de aprendizaje de la cultura negra, del África narrada por Senghor, de los poetas negros americanos (Langston Hughes y Claude Mac Kay, a quienes dedicó un estudio) y de los movimientos estéticos influenciados por nuevas formas. Esa cultura ya no se encuentra a sí misma en el desprecio padecido: ha llegado el momento de reconocer una cultura negra que rebasa las fronteras. Los primeros que con respeto y pasión la vislumbraron fueron poetas como Cendrars y Apollinaire, y pintores como Picasso y Braque. Más tarde llegó el jazz con los soldados norteamericanos en 1917 y Francia festejó los años veinte bajo el sonido nuevo de las trompetas.
Un patrimonio común
Tres jóvenes intelectuales y poetas negros de diferentes horizontes formulan sus sentimientos y sus reflexiones acerca de ese patrimonio común, pero sobre todo van a dar forma a su revuelta contra el estado de las cosas: Césaire, Senghor y el guyanés Léon-Gontran Damas. Los tres reconocen como causa común la negritud y crean una revista, L étudiant noir, en la que esa expresión aparece por primera vez, bajo la pluma de Césaire, en 1934. Obviamente se trata de celebrar y de valorar unas raíces culturales comunes y de propiciar el reconocimiento de su vitalidad. No intentan elaborar una doctrina o un manifiesto, sino que pretenden abarcar lo que significa "ser del Caribe, de África del Sur, de Estados Unidos, de cualquier lugar en donde un hombre sufre". Para Césaire esto motiva la redacción de su largo texto poético Cuaderno de un regreso al país natal. El autor, armado de un espléndido lenguaje lírico, denuncia la escandalosa situación de las poblaciones sometidas al sistema colonialista y canta la dignidad de un mundo africano oculto en la memoria colectiva. El poeta cuenta entonces con 26 años apenas y seguramente no se da cuenta de que acaba de escribir un texto que dejará una profunda huella.
Césaire se casó en París y regresó a Martinica en 1939. A pesar de la guerra, publicó junto con su esposa Suzanne y algunos amigos, como René Ménil y Georges Gratiant, la revista Tropiques. Gracias a la vasta cultura adquirida durante sus años en París, propone a los lectores de la Martinica descubrir textos y autores todavía desconocidos en la isla.
Después de su encuentro con Breton, Tropiques adquiere un tono más surrealista. Se publicaron 14 números y la revista dejó de circular en 1945. El combate de Césaire pronto tomó otra forma. Además, durante estos años de guerra, dio clases de literatura a una generación de jóvenes martiniqueños como Édouard Glissant y Frantz Fanon. Se encuentran huellas de ello en sus obras, testimonios de posturas no siempre acordes con el pensamiento o los actos de su ex profesor.
En 1945, la palabra de Césaire adquiere una nueva dimensión al ingresar en la actividad política, representando al Partido Comunista: es electo alcalde de Fort de France y diputado de Martinica. Una y otra vez es reelegido, hasta que decide separarse voluntariamente de sus cargos. Mientras en sus textos poéticos grita la revuelta del mundo negro en una lengua que toma a veces las formas del francés más clásico y más lírico, en política se afilia a un partido para tener una tribuna desde la cual cuestionar la relación entre la metrópoli y sus colonias, en particular Martinica.
Luego del Cuaderno de un regreso al país natal, de los elogios de Breton y de una publicación del texto bajo la forma de un libro, Césaire se convirtió en un escritor reconocido cuya obra acompaña el crecimiento de la joven literatura negra. Jean-Paul Sartre fue el segundo padrino de su obra gracias a "Orfeo negro", prefacio a la Antología de la nueva poesía negra y malgache de lengua francesa (1948) organizada por Senghor. En esa época, Sartre era el escritor más escuchado y más influyente de Francia y puso su enorme talento al servicio de otras plumas, al celebrar a autores como Genet, Fanon y Césaire. En 1945, durante un viaje a Estados Unidos, Sartre tomó conciencia del problema de los negros; más tarde, en su ensayo introductorio, coloca a Césaire en el centro de la poesía negra de lengua francesa.
En ese momento de su vida el escritor de Martinica goza de una gran productividad poética; publicó los libros Las armas milagrosas en 1946 y Sol cortado en 1948. Siguieron Ferrements en 1960, Catastro en 1961 y Yo, Laminaria en 1982, obra por la cual recibió el Gran Premio Nacional de Poesía. Gracias a la publicación de su trabajo poético completo en 1994, se descubrió un importante libro inédito: Como un saludo malentendido. Lo declaró varias veces: su poesía, ante todo, está cerca de Rimbaud y de Lautréamont, de Mallarmé y de los negros americanos. Son referencias finalmente previsibles para un autor que mezcla modernidad y revuelta, trabajo de la forma y de los sonidos. Césaire pensaba, al igual que Tzara, que la poesía se hace en la boca.
Si numerosas veces ha sido marginado como poeta, se debe ante todo a que la originalidad de su tono y el lirismo exuberante de su pluma no permiten encasillarlo en ninguna corriente de la poesía francesa de su época. Sorprenden la popularidad y el respeto que inspira en otros países. Si bien su reconocimiento es reciente en Francia, las tesis sobre su obra literaria abundan en África y en Estados Unidos. La característica más notable de su obra poética es el predominio de la imagen sobre la idea. Césaire utiliza palabras clave, que se convierten a la vez en sus símbolos y obsesiones: serpiente, sol, negro, sexo, árbol, fuego, volcán, ojo...
La obra evoluciona y el joven poeta del Cuaderno... poco a poco les abre paso a un autor más despojado, a una palabra menos cargada y a una sencillez aparente, aun si esa sensación debe tomar en cuenta el gran trabajo y el refinamiento en la construcción de la obra. Seguramente lo que Breton vio de surrealista en sus poemas consiste más en un viaje hacia el corazón del ser, hacia lo más profundo del espíritu (no olvidemos que la lectura de Freud ha sido una prueba capital para el joven autor), que la manifestación de una voluntad de pertenecer al movimiento, aun desde la distancia. Luego Césaire admitió haber practicado el surrealismo como el señor Jourdain de Molière la prosa, al igual que muchos autores latinoamericanos. Escribe: "La poesía tal y como la concebía, tal y como todavía la concibo, es una inmersión en la verdad del ser".
Asimismo, el deseo de producir "palabras sorprendentes" condujo a Césaire al teatro, como un dramaturgo inspirado que exploró y utilizó este género por una exigencia de claridad, porque "el teatro es hablar claro". En cuatro obras, Césaire expuso sus ideas y sus interrogaciones: acerca de las Antillas en Y los perros se callaban; sobre los conflictos que conlleva la descolonización en Una temporada en Congo; la instalación del poder negro en La tragedia del rey Christophe y finalmente abordó el problema de los negros en Estados Unidos en Una tempestad, obra inspirada en Shakespeare.
Si Césaire ofrece su discurso poético al público gracias al teatro, es también porque ahí más que en otro lugar, la literatura y la política se encuentran, en particular cuando el autor atraviesa una época trágica. A menudo, la recepción de las obras no es fácil pero cuenta con el apoyo de muchos intelectuales y artistas de primera clase. La difusión internacional de las obras ha sido sorprendente; se han presentado en muchos países y la crítica se ha dedicado a mostrar las influencias de Nietzsche y de Brecht.
El pensamiento y los escritos de Césaire siguen siendo guías para la reflexión del hombre occidental como para el habitante de un "país del Sur". Las naciones llamadas desarrolladas, colonizadoras ayer o dominantes hoy, seguras de su verdad, a veces hasta la arrogancia, establecen esquemas que las coronan siempre vencedoras. Los pueblos dominados, por amos extranjeros y locales, vacilan entre la tentación de imitar a las naciones dominantes y el deseo de no renunciar a su identidad. Como dijo Senghor: "Lo importante no es ser asimilado sino asimilar." El grito de Césaire se eleva contra ese estado de las cosas y contra la peor de las reacciones: la indiferencia.
ADN Cultura, La Nación, Buenos Aires, 14 de junio de 2008
testimonios
POEMA PARA EL ALBA
Arrebatos de carne viva
en los estíos explayados de la corteza cerebral
han flagelado los contornos de la tierra
los ranforinquios en el sarcasmo de sus colas
captan el viento
el viento que ya no tiene espada
el viento que ya no es sino una caña de pescar los frutos de todas las estaciones del cielo
manos abiertas
manos verdes
para las bellas fiestas de las funciones anhídridas
nevarán adorables crepúsculos sobre las manos tronchadas de las memorias respirantes
y de ahí
sobre las grietas de nuestros labios de Orinoco desesperado
la feliz ternura de las islas mecidas por el pecho adolescente
de las fuentes del mar
y en el aire y en el pan siempre renaciente de los esfuerzos musculares
el alba irresistible abierta bajo la hoja
cual claror el impulso espinoso de las belladonas
VISITACIÓN
oh marejada anunciadora sin nombre sin polvo de toda palabra
vinosa
marejada y mi pecho salado en las ensenadas de los antiguos días
y el joven color
tierno en los senos del cielo y de las mujeres eléctricas
de qué diamantes
fuerzas eruptivas trazad vuestros orbes
comunicaciones telepáticas retomad a través de la materia
refractaria
los mensajes de amor extraviados en los cuatro rincones del mundo
volved a nosotros reanimados
por las palomas viajeras de la circulación sideral
en lo que a mí se refiere a nada temo soy de antes de Adán no
dependo siquiera del mismo león
ni del mismo árbol soy de otra caloría y de otro frío
oh mi infancia leche de luciérnaga y estremecimiento de reptil
pero ya la víspera se impacientaba hacia el astro y la poterna
y huíamos
sobre un combado mar increiblemente sembrado de popas de
naufragios
hacia una orilla donde me aguardaba un pueblo agreste y penetrador
de bosques con
ramas de hierro forjado en las manos -el sueño camarada sobre
la escollera- el perro azul de la metamorfosis
el oso blanco de los témpanos de hielo y Tu muy salvaje des-
aparición
tropical como una aparición de lobo nocturno en pleno mediodía
SUPERVIVENCIA
Te evoco
bananero patético que agitas mi desnudo corazón
en el día salmodiante
te evoco
viejo hechicero de las montañas sordas por la noche
justamente la noche que precede a la última
y sus redobles de tedio golpeando en la poterna loca de las ciudades
enterradas
pero no es sino el preludio de las selvas en marcha sobre el cuello
sangrante del mundo
es mi odio singular
llevando a la deriva sus témpanos de hielo en el aliento de las
verdaderas llamas
dadme
ah dadme el ojo inmortal del ámbar
y sombras y tumbas de granito cuadriculado
pues la barrera ideal de los planos húmedos y de las hierbas
acuáticas
escucharán en las zonas verdes
los intérpretes del olvidos anudándose y desanudándose
y las raíces de la montaña
exaltando la estirpe real de los almendros de la esperanza
florecerán por los senderos de la carne
(la penuria de vivir pasando como una tempestad)
mientras que bajo el cartel del cielo
un fuego de oro sonreirá
al canto ardiente de las llamas de mi cuerpo
De Las armas milagrosas (1946), traducción de Lizandro Z.D. Galtier, 1974, http://www.poeticas.com.ar/directorio/%20Poetas_miembros/Aime_Cesaire.html
ELEGÍA
El hibisco no más que un ojo reventado
de donde pende el hilo de una larga mirada, las trompetas de esparavanes
el gran sable negro de los flamboyanes, el crepúsculo llavero siempre tintineante
las arecas indolentes soles que jamás se pusieron por traspasadas por un alfiler que las tierras que se saltan la tapa de los sesos
no dudan nunca en incrustarse hasta el corazón, los fantasmas horrorosos, Orion la extática mariposa que los pólenes mágicos crucificaron sobre la puerta de las noches cimbreantes los bellos tirabuzones negros de las cañafístulas mulatas altaneras cuyo cuello tiembla levemente bajo la guillotina y no te sorprendas si en la noche gimo más hondamente o si mis manos estrangulan más sordamente es el tropel de viejas penas que hacia mi olor negro y rojo en escolopendra alarga la cabeza y con una insistencia en el hocico aún blanda y desmañada busca más dentro mi corazón de nada me sirve entonces apretarle contra el tuyo y perderme en la espesura de tus brazos que acaba por encontrarlo y muy gravemente de manera siempre nueva lo lame amorosamente hasta que brota salvaje la primera sangre bajo las bruscas garras desplegadas del desastre
CUERPO PERDIDO
Yo que Krakatoa
yo que todo mejor que monzón yo que a pecho descubierto yo que carraspeo como un árgano viejo yo que balo mejor que una cloaca yo que fuera de gama yo que Zambeze frenético o rombo o caníbal quisiera ser cada vez más humilde y más manso siempre más grave sin vestigio ni vértigo caer hasta perderme en la viviente sémola de una tierra bien abierta Fuera una neblina en lugar de atmósfera no sería nada sucia cada gota de agua conteniendo un sol cuyo nombre idéntico para todas las cosas sería el ENCUENTRO MAS TOTAL de tal suerte que no se sabría a ciencia cierta si cruza una estrella o una esperanza acaso o un pétalo de flamboyán o una retirada submarina que las antorchas de las medusas aurelias frecuentan Imagino que entonces la vida me bañaría por completo mejor la sentiría palpándome o mordiéndome tendido sentiría llegarme los olores al fin liberados cual manos caritativas que me atravesarían para mecer largos cabellos más largos que ese pasado que no puedo alcanzar. Cosas apartaros, haced sitio a mi reposo que alza en oleaje mi cresta terrible de raíces fondeadoras buscando dónde asirse oh cosas, yo sondeo y sondeo yo, el cargador, soy portarraíces yo peso, fuerzo y arcaneo y ombligueo Ah, quien hacia los arpones me lleva estoy muy débil silbo, sí, silbo cosas muy antiguas de serpientes de cosas cavernosas Soy oro viento paz aquí y contra mi hocico inestable y fresco poso contra mi rostro corroído tu frío rostro de risa descompuesta. El viento, ay, lo escucharé aún negro, negro, negro desde el fondo del cielo inmemorial un poco menos fuerte que hoy en día pero demasiado fuerte sin embargo y ese loco aullido de perros y caballos que envía a nuestra persecución siempre cimarrona mas a mi vez en el aire me alzaré en un grito tan violento que voy a salpicar al cielo entero por mis ramas destrozadas y por el chorro insolente de mi barril herido y solemne ordenaré a las islas existir.
http://atlasdepoesia.blogcindario.com/2008/01/00228-poemas-de-aime-Césaire.html
zonas
Por su trayectoria, otorgan la medalla Bellas Artes a la poeta Enriqueta Ochoa
Fabiola Palapa
“Creo que nunca he estado tan feliz como ahora que tengo 80 años, porque ya me puedo ir tranquila”, reveló la poeta coahuilense Enriqueta Ochoa, quien recibió este domingo en emotiva ceremonia la Medalla Bellas Artes por su trayectoria literaria, en el Palacio de Bellas Artes.
La poeta, que el pasado 2 de mayo cumplió 80 años de edad, explicó que convivir todos los días con su hija y sus nietas le permite irse tranquila: “Estoy viviendo en la parte de abajo del edificio donde vivía mi hija; entonces, estamos en constante reunión con mis nietas bellísimas; eso no se encuentra más que a esta edad”.
La autora de libros como La urgencia de un Dios (1950), Los himnos del ciego (1968), Bajo el oro pequeño de los trigos (1984) y Asaltos a la memoria (2004) sigue escribiendo pequeños poemas, que por el momento no piensa publicar, “porque me acaban de entregar el tomo de mis obras completas”, editado por el Fondo de Cultura Económica.
En el recinto de mármol, los escritores Hugo Gutiérrez Vega, Carlos Montemayor, Víctor Hugo Rascón Banda y Esther Hernández Palacios describieron a Enriqueta Ochoa como la mujer que dio un rostro a la poesía, al recuperar los valores más profundos de la feminidad; exigir respeto a sus derechos y romper con la supremacía de más de seis mil años de los hombres sobre las mujeres.
El poeta Hugo Gutiérrez Vega indicó que “La urgencia de un Dios, obra profundamente religiosa, convocó a las buenas conciencias y organizaciones propensas a la censura para que se unieran a la prohibición de una poesía heterodoxa y cargada de erotismo. Ya en el primer libro brillaba la voluntad de ser fiel a la propia voz y de correr los riesgos de la sinceridad”.
En el libro –agregó el coordinador del suplemento La Jornada Semanal– “circulaba libérrima la voz de una poeta valerosa que defendía a las mujeres y exigía respeto a sus derechos. Sus poemas eran la afirmación de una rebeldía que aspiraba a lograr una libertad indispensable para establecer los valores de la compañía y las del placer de compartir”.
Gutiérrez Vega constató las afinidades entre Enriqueta y Josefa Murillo, Concha Urquiza, Aurora Reyes, Margarita Michelena, Margarita Paz Paredes y Rosario Castellanos, así como Nancy Cárdenas, paisana de Ochoa. Detalló que en los poemarios de la octogenaria prevelace firme el derecho a la libertad de escoger, afirmar o negar. “Se trata de un apasionado discurso libertario.”
A su vez, Esther Hernández Palacios explicó que la poesía de Ochoa “recupera los valores más profundos de la feminidad, pero al mismo tiempo habla desde otro lugar, desde la especie al restituir los tiempos femeninos a la imagen de la divinidad.
“Enriqueta no sólo revalora a la mujer y su creación, sino rompe con la supremacía de más de seis mil años de los hombres sobre las mujeres, legitimada por la imagen de dios padre.”
Hernández destacó que si bien la obra de la poeta “ocupa un sitio preponderante dentro de la tradición poética escrita por mujeres en México y en el panorama de la literatura mexicana contemporánea en su conjunto, sus características formales y temáticas, su verdadera trascendencia y su fuerza, están en su sentido último y primero: su valor profético en el advenimiento de un tiempo mejor”.
Para el dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda, la poeta nacida en Torreón “es una jacaranda solitaria que a las 27 años fue trasplantada a la ciudad de México y su voz poética se escuchó en todo el país y conquistó el mundo”. Asimismo resaltó la vocación que tiene Ochoa de iluminar los caminos de los estudiantes y de las nuevas generaciones de escritores.
“Necesitamos la poesía de Ochoa en estos tiempos nublados, de confusión y de odio. Necesitamos su sensibilidad, su autenticidad y su arte terrenal clavado aquí”, concluyó Rascón Banda.
En opinión de Carlos Montemayor, “es una fiesta en el Parral, una fiesta de la escuela de toda mi vida, que se extiende a través del cielo, donde la luz es algo tan transparente y nítido, que se puede palpar con la mano. Su poesía es como el día en que nos toca aprender de nosotros, el día que nos toca el regocijo de saber que tenemos cerca”.
La titular del Instituto Nacional de Bellas Artes, María Teresa Franco, que entregó la medalla a Enriqueta Ochoa, destacó la fecunda trayectoria de la poeta: “Su poesía trenzada con imágenes de belleza penetrante, extrae la más mínima naturaleza de la existencia, para entregarnos versos que, al ahondar en el espíritu del individuo, comunican a todos los hombres”.
La Jornada, 19 de mayo de 2008
DYLAN THOMAS: ASÍ BEBEN Y GALOPAN LOS CABALLOS
Manuel Vicent
A
ntes de escribir el primer verso Dylan Thomas comenzó a trabajar de reportero a los 16 años en el periódico local South Wales Daily Post, en Swansea, la ciudad al sur de Gales donde nació el poeta en 1914. Muy pronto comenzó a apuntar maneras. A tan tierna edad un día de invierno, soplándose los sabañones, entró en la taberna habitual cuyos cristales estaban empañados por el vapor del alcohol y con un ojo displicentemente entornado comentó con un colega: "La primera obligación de un buen periodista es la de ser bien recibido en el depósito de cadáveres". Se supone que después de soltar esta sentencia, encendería un pitillo y acodado en la barra se tomaría una pinta como un hombrecito iniciando así el mar de cerveza en el que navegaría toda la vida hasta naufragar.
El público vio en él a una estrella que se ofrecía en sacrificio y se despeñaba desde lo alto. Pero el éxito no le ofreció escapatoria
Puede que en medio de la paz insonora de aquella comarca de Gales, sólo interrumpida por el grito de las gaviotas y el mugido de las vacas, ocurriera algún crimen de vez en cuando para matar el tedio, pero ésta no era una cosecha regular que diera esa tierra de campesinos y pescadores, con acantilados cabalgados desde altos pastos con manzanos y maizales. Sólo el mar era violento, aunque en los tiempos en que no tenían un penique en el bolsillo el poeta y Caitlin Macnamara, la chica con la que se casó en 1937, llegaron a alimentarse exclusivamente de berberechos, que afloraban en la larga bajamar entre algas amargas. Comían berberechos y luego él dejaba sola a su mujer y se iba a la taberna a cantar, cogido del brazo de los marineros, canciones galesas que años después, durante las borracheras en Nueva York, lejos de la patria, le llenarían de nostalgia.
A los veinte años Dylan Thomas, aquel hijo desabrochado del profesor de literatura del Grammar School, a quien siempre se le veía con mugrientos cuadernos garabateados asomando por los bolsillos del abrigo, dejó el periodismo y publicó los primeros poemas, que no eran sino un conjunto de imágenes explosivas hechas con palabras que nunca hasta entonces nadie había unido, golpeándolas unas con otras con un ritmo violento. "Junto a relamidas arenas y estrellas de mar, / con sus lúbricas cruces, gaviotas, garcetas, berberechos y velas, / hombres que dan la mano a las nubes / que se inclinan sobre redes del crepúsculo". Con estos versos ganó el premio Poetry Book y fue ésta la primera puerta de la gloria que penetró sin ser la de un bar.
Es todavía un misterio sin descifrar cómo aquel joven desastrado, con ínfulas de maldito, que era famoso por la cantidad de cerveza que engullía, se convirtió de pronto en un divo semejante a los nuevos héroes de la canción con la única arma de sus versos. En la posguerra su voz comenzó a oírse por la BBC. Esa emisora que durante unos años había dado partes diarios de sangrientas batallas perdidas o ganadas, de pronto estableció un frente lírico: un poeta recitaba ante el micrófono unos versos rotos, alucinados, en los que se representaba a sí mismo como actor bajo múltiples rostros y unas veces se le sentía de joven airado, otras de cobarde, de héroe, de amante, de adúltero, de miserable ladrón, de plagiario, pero en el interior de cada máscara resonaban sus poemas con la tralla de unas imágenes surrealistas siempre inesperadas. Con sus charlas poéticas en la BBC, Dylan Thomas se convirtió en una leyenda. Fue el primero en servirse de los medios de comunicación para exhibir su terrible alma derrotada en un ejercicio de exhibicionismo, que sangraba por todas las costuras como una criatura inmunda y feliz.
De hecho, fue adorado en vida, destruido por el éxito y muy pronto después de su muerte acaecida en Nueva York en noviembre de 1953, a los 39 años, comenzaron a llegar a Swansea en peregrinación devotos fanáticos, que en su casa de Laugharne, The Boat House, convertida en museo, adquirían postales, placas, bandejas, dedales, toallitas y posavasos con su nombre e incluso hubo comerciantes que ganaron mucho dinero vendiendo ampollas con supuestas gotas de sudor del poeta, pero la reliquia que desde el principio tuvo más éxito fue una jarra de cerveza con el rostro de Dylan Thomas estampado, con un pitillo mediado en la boca, cuando su nariz no era todavía un bulbo rojo ni sus ojos tenían el aire vidrioso. El hecho de que esta jarra fuera el recuerdo preferido por sus admiradores plantea el dilema que dividió la biografía de nuestro héroe: saber si su enorme fama que le acompañó en vida fue debida a que era un gran poeta o un magnífico borracho. Muchos creen que bebiendo cerveza en una de esas jarras se llega al alma del poeta mucho antes que leyendo sus versos. Pero no todos piensan así. Un joven judío, un tal Robert Allen Zimmerman, que andaba por Nueva York rasgando la guitarra, cambió su nombre y en su homenaje en adelante se hizo llamar Bob Dylan después de leer sus poemas. "¿Se habla de llorar cuando el temporal ruge? ¿Será el arco iris el color de las túnicas?".
El éxito llegó cuando comenzó a dar recitales en Nueva York en locales abarrotados por mil oyentes pasmados ante aquel ser que hacía hablar a los peces, a los árboles, a las flores, a los niños, a los animales en la pieza literaria Bajo el bosque lácteo. A cada aplauso seguía una borrachera. En las fiestas, rodeado de mujeres, de pronto exclamaba: "Veo ratas subiendo por las paredes". Las chicas gritaban y él aprovechaba este juego para esconderse entre sus piernas. Fueron tres viajes a Nueva York cada uno con un clamor renovado, con una destrucción más acelerada. Pero en el cuarto viaje el caballo ya no pudo más, pese a las inyecciones de cortisona que le proporcionaba el doctor Milton Feltenstein. Un día de noviembre de 1953 quedó exhausto. En la fachada del hotel Chelsea, de la calle veintitrés de Nueva York, hay una placa que recuerda que allí fue arrebatado por un delírium trémens después de una fiesta y de allí fue llevado al hospital St. Vincent, donde murió tres días después. Sucedió en una de las habitaciones que daban atrás, cuando estaba en brazos de su amante Liz Reitell. El cadáver fue devuelto a Laugharne y durante el entierro su mujer Caitlin bailó borracha sobre el féretro como una venganza por el abandono al que tuvo sometidos a ella y a sus hijos.
Existe un itinerario sentimental de Dylan Thomas que ha convertido en templos los antros y tabernas donde él se embriagaba. Por donde el poeta paseó sus huesos, algún pub del Soho, de Green Village, en NY. The Antílope, The Mermaid, algunas tabernas sagradas de Londres, el Brown's hotel de Laugharne, siempre hay un devoto que proclama su gloria acodado en la barra. La mitomanía del cine fue su alimento. Marilyn, Charlot chocaron con él sus copas. De pronto el público vio en Dylan Thomas a una estrella de carne y hueso, que se ofrecía en sacrificio y se despeñaba desde lo alto de sus versos y lo adoptó como la criatura que simbolizaba la llegada de una nueva era. Pero el éxito no le ofreció escapatoria. Fue devorado cuando Stravinski concebía con él una ópera sobre Ulises. Dylan Thomas le tomó la delantera y navegó con los pies por delante de regreso a Ítaca.
Babelia, 19 de abril de 2008
Domingo
Tove Ditlevsen
Traducción de Francisco J. Uriz
Nunca ocurre nada los domingos.Nunca encuentras un nuevo amor en domingo.Es el día de los infelices.Día de pensión o día de familia.Las horas más dolorosas de la amantecuando se imagina a su amadocon sus hijos en las rodillasmientras su mujer, sonriente,entra y sale con tentadoras bandejas.Un día maldito.
Alguna vez tuvo que haber sido diferente.¿Por qué si no tendríamos todosque esperar con ansias el domingo durante toda la semana?¿Quizá cuando íbamos a la escuela?Pero ya entonces las campanas sonabancompungidas y grises como lluvia y muerte.Ya entonces las voces de los adultoseran débiles e insonoras como si buscasen a tientasy en vano las palabras dominicales.
El olor a humedad y a pan mohoso,a sueño, botas de goma y achicoriaya subía entonces por la escaleray la calle, que estaba dura, vacía y diferentede una manera desolada El olor dominical nos forrabacon la gruesa capa de la decepciónque sigue a una expectativasin meta específica.
Pero, entonces ¿cuándo? En un lugar anterior a la memoriahubo felicidad, una expectativa irresistibleque todavía nadie había sido capaz de defraudar.Entonces las campanas significaban que papá estaba en casa,el bigote, las negras cejas y el olor a tabaco mascadoestaban allí y allí quedaban, en un lugar cercano,y quizá la risa de tu joven madresonaba más alegre que los otros días.
Es domingo. Tú nunca encontrarásun nuevo amor ese día.Estás sentada en el cuarto de estarapabullada y rígida como una figura de cartóna los ojos de los niños.Escarban con los piesy se pelean sin energía.«Deberíamos hacer algo», dices.«Sí», dice una voz detrás del periódico.Entonces os calláis los dos, porque todo lo que tenéis ganasde hacer es oculto y secretoy sería inaceptable para el otro.
Las campanas de la iglesia suenan. Las narices de los niñosse llenan de desesperanzado olor heredado.Sobre sus dulces rostros se deslizauna fealdad pasajera.Una luz marchitanace en sus ojos.
Pero todos esperamos el domingotoda la semana, toda nuestra vida,esperamos la ilusión de cientosde largos domingos vacíos, agotadores.Día familiar, día de pensión,el infierno de los amantes secretos.Ese día en que la nauseabunda grisura de los adultosimpregna a los niños y establecela incomprensible melancolía dominical de los años venideros.
Tove Ditlevsen (1918-1976). Nació en Copenhaguen, Dinamarca. Nacida en una familia obrera, su formación fue enteramente autodidacta. Trabajó de oficinista y debutó en 1939. Ha publicado poemas y novelas, que encontraron un gran número de lectores.
poesiasemanal.com, 11 de mayo de 2008
WILLIAM OSPINA: 30 AÑOS DE ASEDIOS A LAS MUSAS
La obra poética del colombiano William Ospina, publicada por la editorial Belacqva en el volumen Poesía 1974-2004, se ha presentado esta tarde en el pabellón Fundación Círculo de Lectores. El poeta, que ha terminado el acto leyendo algunos de sus poemas, ha sido presentado por Álvaro Salvador, poeta y catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Granada.
Álvaro Salvador ha definido la obra de Ospina como “madura, consolidada y de influencias incuestionables en las jóvenes generaciones”, de ahí que el poeta colombiano sea para él uno de los escritores más relevantes de las letras latinoamericanas. Una obra poética que está por descubrir en España, por eso el poeta granadino ha destacado la importancia que tiene esta edición de su poesía completa en nuestro país.
Salvador ha elogiado la obra poética de Ospina, de quien ha dicho que tiene una “insobornable coherencia a sus principios”, diciendo que “narrativos son muchos de los poemas más significativos y logrados de su obra, como por ejemplo, Relato de uno que volvió del incendio”. Además, ha añadido que Ospina emplea el monólogo dramático con soltura y maestría, como se demuestra en su poema Lope de Aguirre, consiguiendo que el propio poeta se convierta en personaje poético y arrastre al lector al interior del poema.
Ospina, ensayista y periodista comprometido política y socialmente, no ha obviado en su obra poética la problemática de su país, como en su poema Nuestros muertos. Tampoco ha sido ajeno a temas omnipresentes en la literatura latinoamericana, como por ejemplo la naturaleza.
Historiador, poeta, ensayista y traductor colombiano, nacido en Padua (Tolima) en 1954, William Ospina estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Santiago de Cali y trabajó como publicista y periodista entre 1975 y 1990. Ha dictado conferencias y realizado lecturas de su obra en distintas capitales del mundo, y publicado varios libros de ensayo, entre los que se destacan Es tarde para el hombre, Un álgebra embrujada, ¿Dónde está la Franja Amarilla?, La decadencia de los dragones, Herida en la piel de la diosa, Nuevos centros de la esfera, La escuela de la noche y América Mestiza. También ha escrito, hasta ahora, una única novela, Ursúa (2005), en la que aborda la historia de Pedro de Ursúa, conquistador español fundador de la ciudad colombiana de Pamplona. William Ospina está considerado como uno de los poetas y ensayistas más destacados de las últimas generaciones. En 1992 obtuvo el primer Premio Nacional de Poesía del Instituto Colombiano de Cultura.
www.ociojoven.com/article/articleview/992052/1/247
Autora mexicana concluye exitosamente residencia artística en Chile
Con la presentación de la plaqueta de poesía Lapis aurea en la Biblioteca Nacional de Chile, y con una conferencia sobre poesía mexicana contemporánea en la librería Gonzalo Rojas del FCE de ese país, Claudia Posadas concluyó su periodo de residencia artística en Chile, en el marco del Programa de Intercambio de Residencias Artísticas del Consejo de la Cultura de México y Chile.
A lo largo de tres meses, la también periodista realizó un trabajo de investigación sobre poesía chilena en varias regiones del país, y dictó seminarios de poesía mexicana en diversos espacios académicos y literarios.
La autora realizó lecturas de su trabajo poético en destacados espacios como las Casas Museo de Pablo Neruda en Chile.
La poeta participó como autora invitada dentro de la cátedra del poeta raúl zurita en la universidad diego portales. El legado inédito de Gabriela Mistral y la poesía de los chilenos Jorge Teillier, Gonzalo Millán y Raúl Zurita, fueron los principales temas investigados por la periodista.
La restauración del mundo: LAS CUATRO ESTACIONES, DE ARTURO CARRERA
Jorge Monteleone
En su nuevo libro de poemas, Arturo Carrera vuelve a la infancia como origen del lenguaje y de un universo instaurado en el imaginario para, al mismo tiempo, centrarse en cuatro pueblos de la pampa que fueron aniquilados por un Estado claudicante
Las cuatro estaciones que componen este nuevo libro de Arturo Carrera tienen varios significados. El más obvio corresponde a las temporadas en las que se divide el año: primavera, verano, otoño, invierno. Un orden fuertemente cultural: la primavera, estación de la fertilidad y comienzo de los ciclos de regeneración, inicia también la famosa serie de los cuatro conciertos para violín y orquesta de Vivaldi (compuestos como ilustración a cuatro sonetos), casi un orden lógico que retomó Piazzolla en "Cuatro estaciones porteñas". Ese conjunto es, además, el de cuatro estaciones del ferrocarril, ya desactivado, en una zona agrícola-ganadera de la provincia de Buenos Aires: Lartigau, Quiñihual, Pringles y Krabbe. Con excepción de Pringles, el espacio natal y vital del poeta, son sitios casi deshabitados, cuyas estaciones ferroviarias están desmanteladas. El interés de Arturo Carrera por esos lugares que aniquilaron décadas de capitalismo prebendario y un Estado claudicante -en el arco megalómano que va de la frase "ramal que para, ramal que cierra" al "tren bala"- no se limita a este libro. Carrera fundó en su ciudad natal un centro de actividades culturales que llamó "Estación Pringles" -"utopía reticular, posta poética"- y consiguió que el Onabe cediera la abandonada Quiñihual para abrir allí un espacio fronterizo y multicultural, que incluirá residencias temporarias para artistas, si logra concretarlo y expandirlo. Como señala Daniel Link en el posfacio al apuntar que esa estación cerrada para siempre volverá a existir para el arte, se trata de "una forma de descentramiento pero, sobre todo, una forma de hacer política".
Otro significado de las estaciones solo en apariencia responde a lo autobiográfico, a juzgar por lo que el autor señala en la contratapa: "No es autobiografía, no es mi infancia, no es la estación común, son ferroviarias las cuatro estaciones, no es el verano, es Quiñihual y así, así el Lector quedará soñando la verdad: es la infancia de un mundo, es la autobiografía de un mundo, son los trenes de miniatura en una actualidad de paradas macro". La frase expande la hermosa idea leída en el epígrafe de Gilles Deleuze: "Devenir niño mediante la escritura es ir hacia una infancia del mundo, restaurar una infancia del mundo". Esa sería una de las tareas de la literatura. Entre ambas citas circula como una vía, otro ramal de acceso a la poesía de Carrera, ese tema absolutamente central: la infancia -de la cual los niños y el niño Arturito son metáfora y significante; y la paternidad, su contracara simbólica-, la infancia como un origen de lenguaje y como un origen de mundo instaurado en el imaginario poético. Su poesía se levanta así en una paradoja: todas las referencias documentales y anecdóticas, desde los pequeños actos pueblerinos hasta las sensaciones ínfimas, pertenecen al pasado de la infancia del poeta, en las inmediaciones que trazaba el ferrocarril. Pero eso ya no existe, literalmente se ha desmontado. Las estaciones, como pabellones del vacío, se suspenden en ruinas, en restos, en ensoñaciones y sobre todo en versos como destellos, iluminaciones que vienen y van en la "intermitencia de un balbuceo".
No se trata exactamente de la poesía como autobiografía, como la de Baldomero Fernández Moreno, que residió un tiempo cerca de Pringles, en Huanguelén, poeta afín al Carrera del campo argentino. Se trata de los ritmos de una reconstrucción imaginaria del pasado infantil, los "ritmos de la memoria", insistencias del recuerdo en el nombre, que "parece no existir" y que sin embargo habla, se articula en signos como "pequeñas ofrendas y detalles felices". Ese ritmo se alcanza en el poema por medio de azarosas "distribuciones / desiguales de elementos, frases desiguales, / intervalos diferentes de tiempo casi existente". Lo anecdótico obra al modo de un relato subliminal, apunte de hechos vividos entre los cinco y los siete años: la llegada a la estación de Lartigau donde aguarda el padre en sulky, el halo de una luna campestre, la fragancia femenina del polvo Coty cerca de la cara de un niño, el mundo incesante de los viajes en tren a las estaciones viejas, la ansiedad y la espera. Los hechos recordados tienen un aire de miniatura, retornan al poema como los juguetes antiguos de una colección privada: el poema como una cajita musical a la que se le da cuerda "para que aparezca algo". Esos relatos aparecen como fragmentos de un sueño discontinuo, que se forma y se desvanece, y allí otros versos los enlazan, dubitativos, expectantes, como preguntas ante la incertidumbre de lo que ha tenido lugar. Son documentos, no de lo real, sino de lo imaginario, como las cigueñas que vuelan a la vez en el cielo de la pampa húmeda y en el grabado blanco y negro de Escher.
Todo ello se incluye en una forma mayor que lo contiene y desde la infancia proyecta un origen de mundo y de lenguaje, ordenado según el universo propio de Carrera: el de las animaciones suspendidas, los niños, el campo argentino, las Parcas Cloto y Láquesis, las monedas y el potlacht , los faunitos mallarmeanos en la pampa. Y en un último arrebato del tiempo, después de visitar "El cementerio de Pringles" y el osario como una promesa de palabra testamentaria, Carrera imagina una poesía futura en la sección "Krabbe": "Los dos últimos poemas los escribí imaginando que los ´autores eran mis tataranietos". Así el futuro es tan irreal como el pasado y el sujeto del poema se congela en la memoria no menos incierta de una estación helada.
Otro libro extraordinario y a la vez arquetípico de la poesía de Arturo Carrera que, parafraseando a Baldomero, no se repite: se aumenta.
ADN Cultura, La Nación, Buenos Aires, 7 de junio de 2008
Tres países, dos continentes: Animales distintos, antología de Juan Carlos H. Vera
Guillermo Rivera
El propósito de la antología Animales distintos. Muestra de poetas argentinos, españoles y mexicanos nacidos en los sesentas (Arlequín, Conaculta/Fonca- Sigma Servicios Editoriales, 2008) es dar a conocer en México a poetas argentinos y españoles, o en Argentina a poetas españoles y mexicanos, o en España a poetas mexicanos y argentinos –todos ellos, nacidos en la década de los sesentas. Coordinado por Juan Carlos H. Vera, en el libro colaboran Ana Franco Ortuño, Antonio Portela y Benjamín Barajas.
En palabras de H. Vera, esta antología “no es un trabajo de investigación literaria ni un ensayo crítico lleno de referencias y citas sesudas a pie de página (existen, pero sólo las necesarias) ni tampoco es un trabajo académico”. En cambio, el libro es una compilación de poco más de cien poetas de diferentes procedencias, ubicadas en dos continentes, en tres países: Argentina, España y México.
Una de las intenciones del libro consiste en mostrar al interesado en poesía (sea investigador, docente, estudiante o lector en general) al poeta y su trabajo; demostrar que el vate es un ser humano común y corriente que vive, trabaja, sufre, ama, odia y sueña como todos los mortales es otro de los fines de Animales distintos.
Cabe destacar que algunos poetas eligieron participar con poemas incluidos en libros ya publicados; otros optaron por incluir inéditos. H. Vera aclara que “las selecciones siempre serán egoístas, pues parten del gusto personal de quien selecciona y este trabajo no es la excepción, sin embargo, lo hemos realizado para un público de tres países y espero, sinceramente, esto sea un acierto al corazón del hombre”.
El libro contiene las selecciones de Ana Franco Ortuño (Argentina), Antonio Portela (España) y Juan Carlos H. Vera y Benjamín Barajas (México). Sobresalen los poemas “Autorretrato”, “Tema para una descomposición” y “Acúsome”, de los poetas argentinos Jorge Dipré, Santiago Espel y Debrik Ankudovich, respectivamente.
Antonio Portela escribe en su prólogo “Razones para una antología. Poetas españoles nacidos en los sesentas” que, en términos de Alfonso Reyes, “esta selección sigue un criterio histórico, es decir, centra su atención en un momento determinado de la literatura española”. De dicha selección sobresalen, por ejemplo, los poemas “Advertencia”, “La angustia” y Tienen sed los campos”, correspondientes a Felipe Benítez Reyes, José Ángel Cilleruelo y Manuel Moya.
Concluye el libro con la selección de poetas mexicanos; en la introducción de “Antologías, de poetas mexicanos, sus autores”, H. Vera y Barajas, advierten que “la historia de la poesía mexicana del siglo XX se ha significado por su carácter lineal y casi homogéneo, frente a la diversidad de voces que, en nuestro país, han subsistido a pesar de las hegemonías y las preferencias de élite, derivadas del centralismo cultural”.
Al final, los antologadores dejan la última palabra al lector pues, como dice Ana Franco Ortuño en el texto de presentación, es tarea de éste “desarticular el libro, rearticularlo, cuestionar su utilidad y sus propósitos. Se trata precisamente de convocar, en la utopía geográfica de la palabra poética, Animales distintos”.
Animales distintos se presentó el miércoles 18 de junio, a las 19 horas, en la Sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes. Participaron: Hernán Lavín Cerda Eduardo Langagne, y Federico Patán.
obranegra celebra diez años
Con la presentación del volumen Florecimiento, del poeta coreano Jiha Kim, la editorial Obranegra llega a los 10 años de actividad. La cita es el miércoles 25 de junio, a las 19 horas, en el Café-bar Las Hormigas de la Casa del Poeta Ramón López Velarde (Álvaro Obregón 73, colonia Roma, México, D.F.). Participarán: Luis Cortés Bargalló, Andrés Ramírez y José Manuel Mateo.
El traductor del libro es Young-Sun Yun (1967), profesor en la Universidad de Corea, doctor en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México, con una tesis sobre Octavio Paz y Manhae (1879-1944), una de las figuras más representativas de la literatura coreana. Ha traducido para editoriales de Seúl las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer y Razón de amor, de Pedro Salinas.
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Comité editorial
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[30.05.08]
elpoemaseminal
aimé césaire (1913-2008)
atisbos
El poeta martiniqués Aime Césaire, el padre de la negritud, en una fotografía de 2006, murió el 17 de abril. Su desaparición cierra uno de los más significantes episodios de la literatura negra y la historia intelectual que representó el movimiento de la negritud. Con León Damas, de la Guayana Francesa, y Léopold Sédar Senghor de Senegal, Césaire formó un triunvirato que dio voz y forma a la Negritud como un concepto y movimiento.
AIMÉ CÉSAIRE (1913-2008): POETA DE LA NEGRITUD
Abiola Irele
Traducción de Ricardo Hernández Echávarri
Después de la muerte de Senghor en 2001, Césaire era el último sobreviviente de una temprana generación de escritores negros francoparlantes que, en los años de entreguerra, atrajeron la atención hacia el orden colonial francés y desafiaron las reglas que racionalizaban el discurso del imperio. Es justo decir que la obra de Césaire representa la más vehemente expresión de la postura anticolonial y la más poderosa evocación de la experiencia negra en su completa perspectiva histórica y emocional.
Para comprender el sentido lato de agravio histórico que lleva la obra de Césaire, necesitamos recordar el predicamento de los intelectuales negros de su generación, un predicamento que creció en la humillación que habían internalizado como un urgente factor de autoconciencia. Para Césaire, el primer punto de referencia para el complejo de emociones de la experiencia colonial era la memoria de la esclavitud, el antecedente histórico de su estatus como sujeto colonizado.
La correlación entre la sistemática devaluación de las culturas indígenas de Africa y la constante denigración de la raza negra desde el siglo XVIII, dio una especial dimensión al malestar psicológico que viene de ser un Caribeño: siempre la carga de vivir en una ambigua relación con la sociedad francesa y su cultura.
Toda la obra de Césaire, aun la más asertiva, lleva la carga natural de luchar con una conciencia escindida. Cuando encuentra a Senghor en Paris, en 1930, tomó conciencia de la dimensión Africana de su ser, aun cuando el ancestral continente permanecía a distancia de su visión.
Pero fue su descubrimiento de los poetas de Harlem cuando Césaire apuntaría hacia lo que llegaria a ser la fuerza central de inspiración de su obra, que encontraría una magnifica expresión en su obra maestra, Cahier d’un retour au pays natal (Cuaderno de retorno al país natal), una épica de la experiencia colectiva de la raza. Es en el centro del poema que Césaire ha puesto la redefinición de la esencia negra, para la cual acuñó el término “negritud”.
mi negritud no es una piedra, es sordera tenida contra el clamor del día
mi negritud no es un film de agua muerta en el ojo muerto de la tierra
mi negritud no es tampoco una torre o una catedral
ella cava en la rojo descarnado del suelo
ella cava en el incendio descarnado del cielo
ella cava a en los oscuros aumentos que acaban con su honrada paciencia
El exultante tono de este pasaje y la pasión que corre por el poema cuentan el hecho de que el Cuaderno es tenido como el texto fundador de la Negritud, y convence como una postura original aun a aquéllos que desechan la elaboración del término de Senghor como una esencia negra. El Cuaderno es también leído como un equivalente lírico de la fuerza del poeta procesando la empresa colonial en su Discurso sobre el Colonialismo, un trabajo cuya significación deriva no tanto de su análisis sociológico del fenómeno que examina, sino de la apreciación moral de los actores envueltos en la aventura colonial y su insistencia de la inevitable deshumanización del colonizador.
La riqueza alusiva y la densidad del idioma de Césaire han hecho de su poesía en gran parte inaccesible a la mayoría de sus lectores, de modo que su reputación en los últimos años ha descansado en sus obras de teatro, especialmente La tragédie du roi Christophe (La Tragedia del rey Christophe), una meditación del infeliz estado de Haiti después del derrocamiento de la esclavitud. La crisis del Congo, que emergió a principios de los sesentas y el atestiguado martirio de Lumumba, inspiró su segunda obra de teatro, Une saison au Congo (Una temporada en el Congo), cuyo guión dibuja un paralelo entre el precedente haitiano y la situación contemporánea de Africa.
La identificación entre la Diáspora negra y Africa, un prominente tema en la obra de Césaire, adquiere un nuevo nivel en su obra dramática, porque Césaire escribe menos como un observador comprometido que como un poeta atrozmente consciente del drama que a escala elemental está representado en el Congo: la inversión de un viejo orden extendiéndose en la disrupción del orden universal, pero fuera del cual una nueva vida puede emerger. De esta esperanza, Césaire hace de Lumumba un profeta: “Como Africa, sé que pese a todas sus debilidades y sus divisiones, ella no nos fallará. Porque después de todo, de tamiz, sol o agua –de su solemne acoplamiento- aquí nació el hombre”.
El pasaje lleva el simbólico significado que Césaire otorga a Africa. En toda su obra Africa sirve como la imagen fundamental y la referencia espiritual a la cuestión de una liberación que implica una renovación del mundo. Esa es la cuestión que es registrada en las siguientes líneas en las que el poeta resume la profunda importancia de la experiencia negra:
ellos han preservado sus ojos intactos
más allá de la más frágil sombra de la imperdonable imagen
para la más memorable visión de un mundo por construir
por la fraternidad que no puede sino venir
aunque inestable
www.theroot.com/id/45959
El esclavo y el colono
Javier Sicilia
L
a muerte de Aimé Césaire me hizo no sólo volver a su obra, sino recordar a otro gran poeta, Saint-John Perse. El recuerdo no es arbitrario sino paradójico. Aunque los manuales de poesía colocan al segundo –pese a su nacimiento en la Isla de Guadalupe– dentro de la tradición francesa, y los obituarios celebran al primero como el poeta caribeño de la “negritud”, me parece que la realidad es la contraria. Cuando nos sumergimos en sus respectivas obras nos damos cuenta que Perse es, en su decir, mucho más caribeño, americano y negro que el propio Césaire, tan blanco y francés como el mejor de los poetas parisinos. Pareciera como si por una especie de paradoja histórica, el hijo de colonos asentados en la Isla de Guadalupe y muerto lejos de ella, hubiese sido asimilado por la tradición negra defendida por Césaire; mientras que el hijo de esclavos, que nació y murió en la Martinica, hubiese sido, en la rebelión ideológica de su discurso, asimilado por la colonización que combatía.
Aunque Césaire es, junto con el senegalés Léopold Sédar Senghor y el guayanés Léon Gontran Damas, el creador de un movimiento estético llamado “negritud”; aunque promovió en París el primer Congreso de Escritores y Artistas Negros que concluyó con la creación de la revista Presencia Africana; aunque antes de Malcolm X en relación con los derechos negros en EU, escribió esas dos joyas de la reivindicación de una identidad cultural y social de origen africano para el Caribe, Cuaderno de retorno al país natal y Discurso sobre el colonialismo –elogiado por su coterráneo Franz Fanon y por el Ché Guevara–, su decir siempre fue europeo. No podía ser de otra forma. Césaire era negro, pero se formó en los discursos libertarios de los blancos de Occidente y de las vanguardias europeas que llegaron a través de las colonias al Caribe. La propia “negritud” –un término vanguardista–, aunque reivindica una cultura negada, se dice siempre con el europeísmo de las vanguardias y de los lenguajes que se desprendieron del marxismo. Nunca oímos en él el fraseo negro de los conteurs del Caribe –esos poetas que se reúnen en la noche alrededor de fogatas para narrar en un lenguaje caribeño el alma de un pueblo. Escuchamos, en cambio, al rebelde que usa un contenido occidental para reivindicar un ethos que perdió sus contornos. Más cerca de Mandela que de Gandhi, sus reivindicaciones rebeldes son siempre las de un colonizado.
Con Perse sucede a la inversa. Este colono que, como diplomático se opuso al nazismo y al gobierno de Vichy, y que terminó en el exilio, nunca reivindicó ninguna lucha libertaria como poeta. Simplemente se expresó con un lenguaje que nadie, con excepción de un estudioso de la literatura comparada llamado Yoyo, ha sabido clasificar en Occidente. A diferencia de Césaire, el decir poético de Perse, como bien lo demostró Yoyo –quien pasó horas grabando a les conteurs caribeños, transcribiéndolos y comparándolos con el poeta “francés”– viene de ellos. Tanto en Elogios –ese conjunto de poemas que expresan la experiencia de una infancia en el Caribe–, hasta Anabasis –esa epopeya que narra la emigración de un pueblo a través de los ojos del conquistador– no vemos en ellos al conquistador, sino al colono que, seducido por la cultura de un país nuevo, sucumbe fascinado hasta decirse con su propio lenguaje. Esclavo de sus esclavos, el hijo de colonos se ha vuelto uno de ellos y enamorado de su decir expresa la libertad y la presencia de un ethos. De ahí el asombro que provoca y la inclasificabilidad de su decir en términos occidentales. Anabasis no es un poema que habla de los negros del Caribe, es un poema absolutamente negro, un poema de aliento épico y universal en su particularidad caribeña, a la manera en que los son la Iliada para el mundo griego o el Cantar del mío Cid, para la tradición española. Pero la estirpe romántica del poema lo distingue de la verdadera épica: su tema no son los hechos del héroe, sino los cambios de su conciencia frente al asombro de lo diferente. No un regreso al país natal, sino la experiencia de su misterio asimilado.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
La Jornada Semanal, núm. 691, 1 de junio de 2008
el fulgor de las palabras
Phillippe Ollé-Laprune
E
l alcance de un texto literario trasciende su propia época, y a veces, en el mejor de los casos, al autor mismo; el juicio más acertado de su valor proviene justamente de la sanción que le infligen los años. Los textos polémicos, aquellos cuya violencia determina los debates de una época, están aún más expuestos y son más vulnerables a esa prueba. En ese sentido la obra de Aimé Césaire es un modelo. Este escritor francés del Caribe denunció la condición inaceptable del hombre negro explotado y humillado durante siglos. Pero también, a través de esos ataques virulentos, desarrolló un discurso que, conservando una enorme actualidad, es un llamado a la dignidad y a la justicia. Como si el tiempo tuviera el poder de recuperar la fuerza del grito para darles mayor resonancia a las palabras del poeta.
Al momento de su publicación, los textos de Aimé Césaire suscitaron tanto entusiasmo como rechazo. A menudo marginado, el escritor no participó en polémicas inútiles ni en discusiones mundanas. Confiado en lo justo de su causa y en el alcance de su palabra, no eludió los debates más intensos del momento. Hoy debemos reconocer que sus textos no han perdido vigencia y que muchas problemáticas del siglo que inicia ya están presentes en esta obra, transportada, como lo confesó él mismo, "a fuerza de mirar el mañana".
La célebre anécdota que marcó el ingreso de Aimé Césaire como personaje público fue la siguiente: André Breton llegó a Martinica en abril de 1941, huyendo de la Francia ocupada por los alemanes (vía Marsella, como muchos otros) con destino a Nueva York, donde permaneció refugiado hasta el final de la guerra. Su barco, El capitán Paul Lemerle, acogió a otros prestigiosos refugiados: Victor Serge, Wilfredo Lam, Claude Lévi-Strauss. Un día, con el fin de encontrar un moño para su hija Aube, Breton entró en una tienda y vio, junto a la caja, una revista literaria: Tropiques. Así fue como descubrió las reflexiones de los intelectuales antillanos y, sobre todo, los textos poéticos del director de la publicación: Aimé Césaire. No dudó en calificar su obra literaria como "el mayor monumento lírico de la época". Para ambos hombres el encuentro resultó trascendental, pero además fue el primer reconocimiento para una obra hasta entonces confidencial. Breton escribió su famoso texto "Un gran poeta negro", que luego retomó en su libro Martinique charmeuse de serpents. En él hace un elogio al poeta y a su poema largo Cahier d un retour au pays natal . Ese texto fundamental es la manifestación poética de las angustias y de las reflexiones del joven intelectual martiniqués, quien muestra con orgullo al lector su revuelta y al mundo, una nueva forma de ser: la negritud.
Aimé Césaire nació en Basse-Pointe, Martinica, el 26 de junio de 1913. Fue el segundo de una familia de siete hijos. Su padre, un humilde funcionario, los educó en un ambiente en el que las lecturas de Voltaire, Hugo o Bossuet se alternaban con los relatos y las leyendas de África contadas por la abuela, Mamá Nini.
En efecto, Martinica fue uno de los diversos destinos de los esclavos negros llevados a las colonias de los países occidentales para paliar la falta de mano de obra local con la importación de los esclavos de África. Junto con las personas llegaron los cantos, la cocina, la ropa y el imaginario, las culturas que sobreviven y se adaptan hasta hoy. Hasta la abolición de la esclavitud en 1848, gracias sobre todo a los esfuerzos de Schoelcher, las revueltas fueron numerosas y reprimidas con violencia. De ahí proviene la figura del negro, del mulato que ha escapado y vive como hombre libre: imagen de la libertad conquistada, tan querida por Aimé Césaire.
Cuando Aimé Césaire nació, Martinica era miserable y sus pobladores estaban sumidos en la ignorancia, ya que su acceso a la cultura y a la enseñanza estaba limitado. Pronto Aimé se destacó como buen alumno. Taciturno y curioso, era un lector excelente. Todas estas cualidades hicieron de él un candidato ideal para obtener una beca y seguir sus estudios: resultó electo para ir a Francia. El 24 de septiembre de 1931, a los 18 años apenas, Aimé Césaire se embarcó en El Perú con destino a un mundo que apenas adivinaba: el París de los años treinta.
Césaire entró al liceo Louis le Grand para preparar el difícil examen de admisión a la Escuela Normal Superior. Según la costumbre, un alumno mayor se encargaba de apadrinarlo y el senegalés Léopold Sédar Senghor, uno de los pocos estudiantes negros, aceptó el papel. Césaire, una vez más, resultó un estudiante ejemplar y logró pasar el examen. Durante esos años adquirió una cultura sólida, y su estancia en París también fue significativa por sus descubrimientos intelectuales y literarios. El París de los años treinta era esplendoroso, cosmopolita, lleno de furor y de vida, de angustia frente a una guerra inminente y de inevitables luchas ideológicas. Para Césaire, significó el tiempo de aprendizaje de la cultura negra, del África narrada por Senghor, de los poetas negros americanos (Langston Hughes y Claude Mac Kay, a quienes dedicó un estudio) y de los movimientos estéticos influenciados por nuevas formas. Esa cultura ya no se encuentra a sí misma en el desprecio padecido: ha llegado el momento de reconocer una cultura negra que rebasa las fronteras. Los primeros que con respeto y pasión la vislumbraron fueron poetas como Cendrars y Apollinaire, y pintores como Picasso y Braque. Más tarde llegó el jazz con los soldados norteamericanos en 1917 y Francia festejó los años veinte bajo el sonido nuevo de las trompetas.
Un patrimonio común
Tres jóvenes intelectuales y poetas negros de diferentes horizontes formulan sus sentimientos y sus reflexiones acerca de ese patrimonio común, pero sobre todo van a dar forma a su revuelta contra el estado de las cosas: Césaire, Senghor y el guyanés Léon-Gontran Damas. Los tres reconocen como causa común la negritud y crean una revista, L étudiant noir, en la que esa expresión aparece por primera vez, bajo la pluma de Césaire, en 1934. Obviamente se trata de celebrar y de valorar unas raíces culturales comunes y de propiciar el reconocimiento de su vitalidad. No intentan elaborar una doctrina o un manifiesto, sino que pretenden abarcar lo que significa "ser del Caribe, de África del Sur, de Estados Unidos, de cualquier lugar en donde un hombre sufre". Para Césaire esto motiva la redacción de su largo texto poético Cuaderno de un regreso al país natal. El autor, armado de un espléndido lenguaje lírico, denuncia la escandalosa situación de las poblaciones sometidas al sistema colonialista y canta la dignidad de un mundo africano oculto en la memoria colectiva. El poeta cuenta entonces con 26 años apenas y seguramente no se da cuenta de que acaba de escribir un texto que dejará una profunda huella.
Césaire se casó en París y regresó a Martinica en 1939. A pesar de la guerra, publicó junto con su esposa Suzanne y algunos amigos, como René Ménil y Georges Gratiant, la revista Tropiques. Gracias a la vasta cultura adquirida durante sus años en París, propone a los lectores de la Martinica descubrir textos y autores todavía desconocidos en la isla.
Después de su encuentro con Breton, Tropiques adquiere un tono más surrealista. Se publicaron 14 números y la revista dejó de circular en 1945. El combate de Césaire pronto tomó otra forma. Además, durante estos años de guerra, dio clases de literatura a una generación de jóvenes martiniqueños como Édouard Glissant y Frantz Fanon. Se encuentran huellas de ello en sus obras, testimonios de posturas no siempre acordes con el pensamiento o los actos de su ex profesor.
En 1945, la palabra de Césaire adquiere una nueva dimensión al ingresar en la actividad política, representando al Partido Comunista: es electo alcalde de Fort de France y diputado de Martinica. Una y otra vez es reelegido, hasta que decide separarse voluntariamente de sus cargos. Mientras en sus textos poéticos grita la revuelta del mundo negro en una lengua que toma a veces las formas del francés más clásico y más lírico, en política se afilia a un partido para tener una tribuna desde la cual cuestionar la relación entre la metrópoli y sus colonias, en particular Martinica.
Luego del Cuaderno de un regreso al país natal, de los elogios de Breton y de una publicación del texto bajo la forma de un libro, Césaire se convirtió en un escritor reconocido cuya obra acompaña el crecimiento de la joven literatura negra. Jean-Paul Sartre fue el segundo padrino de su obra gracias a "Orfeo negro", prefacio a la Antología de la nueva poesía negra y malgache de lengua francesa (1948) organizada por Senghor. En esa época, Sartre era el escritor más escuchado y más influyente de Francia y puso su enorme talento al servicio de otras plumas, al celebrar a autores como Genet, Fanon y Césaire. En 1945, durante un viaje a Estados Unidos, Sartre tomó conciencia del problema de los negros; más tarde, en su ensayo introductorio, coloca a Césaire en el centro de la poesía negra de lengua francesa.
En ese momento de su vida el escritor de Martinica goza de una gran productividad poética; publicó los libros Las armas milagrosas en 1946 y Sol cortado en 1948. Siguieron Ferrements en 1960, Catastro en 1961 y Yo, Laminaria en 1982, obra por la cual recibió el Gran Premio Nacional de Poesía. Gracias a la publicación de su trabajo poético completo en 1994, se descubrió un importante libro inédito: Como un saludo malentendido. Lo declaró varias veces: su poesía, ante todo, está cerca de Rimbaud y de Lautréamont, de Mallarmé y de los negros americanos. Son referencias finalmente previsibles para un autor que mezcla modernidad y revuelta, trabajo de la forma y de los sonidos. Césaire pensaba, al igual que Tzara, que la poesía se hace en la boca.
Si numerosas veces ha sido marginado como poeta, se debe ante todo a que la originalidad de su tono y el lirismo exuberante de su pluma no permiten encasillarlo en ninguna corriente de la poesía francesa de su época. Sorprenden la popularidad y el respeto que inspira en otros países. Si bien su reconocimiento es reciente en Francia, las tesis sobre su obra literaria abundan en África y en Estados Unidos. La característica más notable de su obra poética es el predominio de la imagen sobre la idea. Césaire utiliza palabras clave, que se convierten a la vez en sus símbolos y obsesiones: serpiente, sol, negro, sexo, árbol, fuego, volcán, ojo...
La obra evoluciona y el joven poeta del Cuaderno... poco a poco les abre paso a un autor más despojado, a una palabra menos cargada y a una sencillez aparente, aun si esa sensación debe tomar en cuenta el gran trabajo y el refinamiento en la construcción de la obra. Seguramente lo que Breton vio de surrealista en sus poemas consiste más en un viaje hacia el corazón del ser, hacia lo más profundo del espíritu (no olvidemos que la lectura de Freud ha sido una prueba capital para el joven autor), que la manifestación de una voluntad de pertenecer al movimiento, aun desde la distancia. Luego Césaire admitió haber practicado el surrealismo como el señor Jourdain de Molière la prosa, al igual que muchos autores latinoamericanos. Escribe: "La poesía tal y como la concebía, tal y como todavía la concibo, es una inmersión en la verdad del ser".
Asimismo, el deseo de producir "palabras sorprendentes" condujo a Césaire al teatro, como un dramaturgo inspirado que exploró y utilizó este género por una exigencia de claridad, porque "el teatro es hablar claro". En cuatro obras, Césaire expuso sus ideas y sus interrogaciones: acerca de las Antillas en Y los perros se callaban; sobre los conflictos que conlleva la descolonización en Una temporada en Congo; la instalación del poder negro en La tragedia del rey Christophe y finalmente abordó el problema de los negros en Estados Unidos en Una tempestad, obra inspirada en Shakespeare.
Si Césaire ofrece su discurso poético al público gracias al teatro, es también porque ahí más que en otro lugar, la literatura y la política se encuentran, en particular cuando el autor atraviesa una época trágica. A menudo, la recepción de las obras no es fácil pero cuenta con el apoyo de muchos intelectuales y artistas de primera clase. La difusión internacional de las obras ha sido sorprendente; se han presentado en muchos países y la crítica se ha dedicado a mostrar las influencias de Nietzsche y de Brecht.
El pensamiento y los escritos de Césaire siguen siendo guías para la reflexión del hombre occidental como para el habitante de un "país del Sur". Las naciones llamadas desarrolladas, colonizadoras ayer o dominantes hoy, seguras de su verdad, a veces hasta la arrogancia, establecen esquemas que las coronan siempre vencedoras. Los pueblos dominados, por amos extranjeros y locales, vacilan entre la tentación de imitar a las naciones dominantes y el deseo de no renunciar a su identidad. Como dijo Senghor: "Lo importante no es ser asimilado sino asimilar." El grito de Césaire se eleva contra ese estado de las cosas y contra la peor de las reacciones: la indiferencia.
ADN Cultura, La Nación, Buenos Aires, 14 de junio de 2008
testimonios
POEMA PARA EL ALBA
Arrebatos de carne viva
en los estíos explayados de la corteza cerebral
han flagelado los contornos de la tierra
los ranforinquios en el sarcasmo de sus colas
captan el viento
el viento que ya no tiene espada
el viento que ya no es sino una caña de pescar los frutos de todas las estaciones del cielo
manos abiertas
manos verdes
para las bellas fiestas de las funciones anhídridas
nevarán adorables crepúsculos sobre las manos tronchadas de las memorias respirantes
y de ahí
sobre las grietas de nuestros labios de Orinoco desesperado
la feliz ternura de las islas mecidas por el pecho adolescente
de las fuentes del mar
y en el aire y en el pan siempre renaciente de los esfuerzos musculares
el alba irresistible abierta bajo la hoja
cual claror el impulso espinoso de las belladonas
VISITACIÓN
oh marejada anunciadora sin nombre sin polvo de toda palabra
vinosa
marejada y mi pecho salado en las ensenadas de los antiguos días
y el joven color
tierno en los senos del cielo y de las mujeres eléctricas
de qué diamantes
fuerzas eruptivas trazad vuestros orbes
comunicaciones telepáticas retomad a través de la materia
refractaria
los mensajes de amor extraviados en los cuatro rincones del mundo
volved a nosotros reanimados
por las palomas viajeras de la circulación sideral
en lo que a mí se refiere a nada temo soy de antes de Adán no
dependo siquiera del mismo león
ni del mismo árbol soy de otra caloría y de otro frío
oh mi infancia leche de luciérnaga y estremecimiento de reptil
pero ya la víspera se impacientaba hacia el astro y la poterna
y huíamos
sobre un combado mar increiblemente sembrado de popas de
naufragios
hacia una orilla donde me aguardaba un pueblo agreste y penetrador
de bosques con
ramas de hierro forjado en las manos -el sueño camarada sobre
la escollera- el perro azul de la metamorfosis
el oso blanco de los témpanos de hielo y Tu muy salvaje des-
aparición
tropical como una aparición de lobo nocturno en pleno mediodía
SUPERVIVENCIA
Te evoco
bananero patético que agitas mi desnudo corazón
en el día salmodiante
te evoco
viejo hechicero de las montañas sordas por la noche
justamente la noche que precede a la última
y sus redobles de tedio golpeando en la poterna loca de las ciudades
enterradas
pero no es sino el preludio de las selvas en marcha sobre el cuello
sangrante del mundo
es mi odio singular
llevando a la deriva sus témpanos de hielo en el aliento de las
verdaderas llamas
dadme
ah dadme el ojo inmortal del ámbar
y sombras y tumbas de granito cuadriculado
pues la barrera ideal de los planos húmedos y de las hierbas
acuáticas
escucharán en las zonas verdes
los intérpretes del olvidos anudándose y desanudándose
y las raíces de la montaña
exaltando la estirpe real de los almendros de la esperanza
florecerán por los senderos de la carne
(la penuria de vivir pasando como una tempestad)
mientras que bajo el cartel del cielo
un fuego de oro sonreirá
al canto ardiente de las llamas de mi cuerpo
De Las armas milagrosas (1946), traducción de Lizandro Z.D. Galtier, 1974, http://www.poeticas.com.ar/directorio/%20Poetas_miembros/Aime_Cesaire.html
ELEGÍA
El hibisco no más que un ojo reventado
de donde pende el hilo de una larga mirada, las trompetas de esparavanes
el gran sable negro de los flamboyanes, el crepúsculo llavero siempre tintineante
las arecas indolentes soles que jamás se pusieron por traspasadas por un alfiler que las tierras que se saltan la tapa de los sesos
no dudan nunca en incrustarse hasta el corazón, los fantasmas horrorosos, Orion la extática mariposa que los pólenes mágicos crucificaron sobre la puerta de las noches cimbreantes los bellos tirabuzones negros de las cañafístulas mulatas altaneras cuyo cuello tiembla levemente bajo la guillotina y no te sorprendas si en la noche gimo más hondamente o si mis manos estrangulan más sordamente es el tropel de viejas penas que hacia mi olor negro y rojo en escolopendra alarga la cabeza y con una insistencia en el hocico aún blanda y desmañada busca más dentro mi corazón de nada me sirve entonces apretarle contra el tuyo y perderme en la espesura de tus brazos que acaba por encontrarlo y muy gravemente de manera siempre nueva lo lame amorosamente hasta que brota salvaje la primera sangre bajo las bruscas garras desplegadas del desastre
CUERPO PERDIDO
Yo que Krakatoa
yo que todo mejor que monzón yo que a pecho descubierto yo que carraspeo como un árgano viejo yo que balo mejor que una cloaca yo que fuera de gama yo que Zambeze frenético o rombo o caníbal quisiera ser cada vez más humilde y más manso siempre más grave sin vestigio ni vértigo caer hasta perderme en la viviente sémola de una tierra bien abierta Fuera una neblina en lugar de atmósfera no sería nada sucia cada gota de agua conteniendo un sol cuyo nombre idéntico para todas las cosas sería el ENCUENTRO MAS TOTAL de tal suerte que no se sabría a ciencia cierta si cruza una estrella o una esperanza acaso o un pétalo de flamboyán o una retirada submarina que las antorchas de las medusas aurelias frecuentan Imagino que entonces la vida me bañaría por completo mejor la sentiría palpándome o mordiéndome tendido sentiría llegarme los olores al fin liberados cual manos caritativas que me atravesarían para mecer largos cabellos más largos que ese pasado que no puedo alcanzar. Cosas apartaros, haced sitio a mi reposo que alza en oleaje mi cresta terrible de raíces fondeadoras buscando dónde asirse oh cosas, yo sondeo y sondeo yo, el cargador, soy portarraíces yo peso, fuerzo y arcaneo y ombligueo Ah, quien hacia los arpones me lleva estoy muy débil silbo, sí, silbo cosas muy antiguas de serpientes de cosas cavernosas Soy oro viento paz aquí y contra mi hocico inestable y fresco poso contra mi rostro corroído tu frío rostro de risa descompuesta. El viento, ay, lo escucharé aún negro, negro, negro desde el fondo del cielo inmemorial un poco menos fuerte que hoy en día pero demasiado fuerte sin embargo y ese loco aullido de perros y caballos que envía a nuestra persecución siempre cimarrona mas a mi vez en el aire me alzaré en un grito tan violento que voy a salpicar al cielo entero por mis ramas destrozadas y por el chorro insolente de mi barril herido y solemne ordenaré a las islas existir.
http://atlasdepoesia.blogcindario.com/2008/01/00228-poemas-de-aime-Césaire.html
zonas
Por su trayectoria, otorgan la medalla Bellas Artes a la poeta Enriqueta Ochoa
Fabiola Palapa
“Creo que nunca he estado tan feliz como ahora que tengo 80 años, porque ya me puedo ir tranquila”, reveló la poeta coahuilense Enriqueta Ochoa, quien recibió este domingo en emotiva ceremonia la Medalla Bellas Artes por su trayectoria literaria, en el Palacio de Bellas Artes.
La poeta, que el pasado 2 de mayo cumplió 80 años de edad, explicó que convivir todos los días con su hija y sus nietas le permite irse tranquila: “Estoy viviendo en la parte de abajo del edificio donde vivía mi hija; entonces, estamos en constante reunión con mis nietas bellísimas; eso no se encuentra más que a esta edad”.
La autora de libros como La urgencia de un Dios (1950), Los himnos del ciego (1968), Bajo el oro pequeño de los trigos (1984) y Asaltos a la memoria (2004) sigue escribiendo pequeños poemas, que por el momento no piensa publicar, “porque me acaban de entregar el tomo de mis obras completas”, editado por el Fondo de Cultura Económica.
En el recinto de mármol, los escritores Hugo Gutiérrez Vega, Carlos Montemayor, Víctor Hugo Rascón Banda y Esther Hernández Palacios describieron a Enriqueta Ochoa como la mujer que dio un rostro a la poesía, al recuperar los valores más profundos de la feminidad; exigir respeto a sus derechos y romper con la supremacía de más de seis mil años de los hombres sobre las mujeres.
El poeta Hugo Gutiérrez Vega indicó que “La urgencia de un Dios, obra profundamente religiosa, convocó a las buenas conciencias y organizaciones propensas a la censura para que se unieran a la prohibición de una poesía heterodoxa y cargada de erotismo. Ya en el primer libro brillaba la voluntad de ser fiel a la propia voz y de correr los riesgos de la sinceridad”.
En el libro –agregó el coordinador del suplemento La Jornada Semanal– “circulaba libérrima la voz de una poeta valerosa que defendía a las mujeres y exigía respeto a sus derechos. Sus poemas eran la afirmación de una rebeldía que aspiraba a lograr una libertad indispensable para establecer los valores de la compañía y las del placer de compartir”.
Gutiérrez Vega constató las afinidades entre Enriqueta y Josefa Murillo, Concha Urquiza, Aurora Reyes, Margarita Michelena, Margarita Paz Paredes y Rosario Castellanos, así como Nancy Cárdenas, paisana de Ochoa. Detalló que en los poemarios de la octogenaria prevelace firme el derecho a la libertad de escoger, afirmar o negar. “Se trata de un apasionado discurso libertario.”
A su vez, Esther Hernández Palacios explicó que la poesía de Ochoa “recupera los valores más profundos de la feminidad, pero al mismo tiempo habla desde otro lugar, desde la especie al restituir los tiempos femeninos a la imagen de la divinidad.
“Enriqueta no sólo revalora a la mujer y su creación, sino rompe con la supremacía de más de seis mil años de los hombres sobre las mujeres, legitimada por la imagen de dios padre.”
Hernández destacó que si bien la obra de la poeta “ocupa un sitio preponderante dentro de la tradición poética escrita por mujeres en México y en el panorama de la literatura mexicana contemporánea en su conjunto, sus características formales y temáticas, su verdadera trascendencia y su fuerza, están en su sentido último y primero: su valor profético en el advenimiento de un tiempo mejor”.
Para el dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda, la poeta nacida en Torreón “es una jacaranda solitaria que a las 27 años fue trasplantada a la ciudad de México y su voz poética se escuchó en todo el país y conquistó el mundo”. Asimismo resaltó la vocación que tiene Ochoa de iluminar los caminos de los estudiantes y de las nuevas generaciones de escritores.
“Necesitamos la poesía de Ochoa en estos tiempos nublados, de confusión y de odio. Necesitamos su sensibilidad, su autenticidad y su arte terrenal clavado aquí”, concluyó Rascón Banda.
En opinión de Carlos Montemayor, “es una fiesta en el Parral, una fiesta de la escuela de toda mi vida, que se extiende a través del cielo, donde la luz es algo tan transparente y nítido, que se puede palpar con la mano. Su poesía es como el día en que nos toca aprender de nosotros, el día que nos toca el regocijo de saber que tenemos cerca”.
La titular del Instituto Nacional de Bellas Artes, María Teresa Franco, que entregó la medalla a Enriqueta Ochoa, destacó la fecunda trayectoria de la poeta: “Su poesía trenzada con imágenes de belleza penetrante, extrae la más mínima naturaleza de la existencia, para entregarnos versos que, al ahondar en el espíritu del individuo, comunican a todos los hombres”.
La Jornada, 19 de mayo de 2008
DYLAN THOMAS: ASÍ BEBEN Y GALOPAN LOS CABALLOS
Manuel Vicent
A
ntes de escribir el primer verso Dylan Thomas comenzó a trabajar de reportero a los 16 años en el periódico local South Wales Daily Post, en Swansea, la ciudad al sur de Gales donde nació el poeta en 1914. Muy pronto comenzó a apuntar maneras. A tan tierna edad un día de invierno, soplándose los sabañones, entró en la taberna habitual cuyos cristales estaban empañados por el vapor del alcohol y con un ojo displicentemente entornado comentó con un colega: "La primera obligación de un buen periodista es la de ser bien recibido en el depósito de cadáveres". Se supone que después de soltar esta sentencia, encendería un pitillo y acodado en la barra se tomaría una pinta como un hombrecito iniciando así el mar de cerveza en el que navegaría toda la vida hasta naufragar.
El público vio en él a una estrella que se ofrecía en sacrificio y se despeñaba desde lo alto. Pero el éxito no le ofreció escapatoria
Puede que en medio de la paz insonora de aquella comarca de Gales, sólo interrumpida por el grito de las gaviotas y el mugido de las vacas, ocurriera algún crimen de vez en cuando para matar el tedio, pero ésta no era una cosecha regular que diera esa tierra de campesinos y pescadores, con acantilados cabalgados desde altos pastos con manzanos y maizales. Sólo el mar era violento, aunque en los tiempos en que no tenían un penique en el bolsillo el poeta y Caitlin Macnamara, la chica con la que se casó en 1937, llegaron a alimentarse exclusivamente de berberechos, que afloraban en la larga bajamar entre algas amargas. Comían berberechos y luego él dejaba sola a su mujer y se iba a la taberna a cantar, cogido del brazo de los marineros, canciones galesas que años después, durante las borracheras en Nueva York, lejos de la patria, le llenarían de nostalgia.
A los veinte años Dylan Thomas, aquel hijo desabrochado del profesor de literatura del Grammar School, a quien siempre se le veía con mugrientos cuadernos garabateados asomando por los bolsillos del abrigo, dejó el periodismo y publicó los primeros poemas, que no eran sino un conjunto de imágenes explosivas hechas con palabras que nunca hasta entonces nadie había unido, golpeándolas unas con otras con un ritmo violento. "Junto a relamidas arenas y estrellas de mar, / con sus lúbricas cruces, gaviotas, garcetas, berberechos y velas, / hombres que dan la mano a las nubes / que se inclinan sobre redes del crepúsculo". Con estos versos ganó el premio Poetry Book y fue ésta la primera puerta de la gloria que penetró sin ser la de un bar.
Es todavía un misterio sin descifrar cómo aquel joven desastrado, con ínfulas de maldito, que era famoso por la cantidad de cerveza que engullía, se convirtió de pronto en un divo semejante a los nuevos héroes de la canción con la única arma de sus versos. En la posguerra su voz comenzó a oírse por la BBC. Esa emisora que durante unos años había dado partes diarios de sangrientas batallas perdidas o ganadas, de pronto estableció un frente lírico: un poeta recitaba ante el micrófono unos versos rotos, alucinados, en los que se representaba a sí mismo como actor bajo múltiples rostros y unas veces se le sentía de joven airado, otras de cobarde, de héroe, de amante, de adúltero, de miserable ladrón, de plagiario, pero en el interior de cada máscara resonaban sus poemas con la tralla de unas imágenes surrealistas siempre inesperadas. Con sus charlas poéticas en la BBC, Dylan Thomas se convirtió en una leyenda. Fue el primero en servirse de los medios de comunicación para exhibir su terrible alma derrotada en un ejercicio de exhibicionismo, que sangraba por todas las costuras como una criatura inmunda y feliz.
De hecho, fue adorado en vida, destruido por el éxito y muy pronto después de su muerte acaecida en Nueva York en noviembre de 1953, a los 39 años, comenzaron a llegar a Swansea en peregrinación devotos fanáticos, que en su casa de Laugharne, The Boat House, convertida en museo, adquirían postales, placas, bandejas, dedales, toallitas y posavasos con su nombre e incluso hubo comerciantes que ganaron mucho dinero vendiendo ampollas con supuestas gotas de sudor del poeta, pero la reliquia que desde el principio tuvo más éxito fue una jarra de cerveza con el rostro de Dylan Thomas estampado, con un pitillo mediado en la boca, cuando su nariz no era todavía un bulbo rojo ni sus ojos tenían el aire vidrioso. El hecho de que esta jarra fuera el recuerdo preferido por sus admiradores plantea el dilema que dividió la biografía de nuestro héroe: saber si su enorme fama que le acompañó en vida fue debida a que era un gran poeta o un magnífico borracho. Muchos creen que bebiendo cerveza en una de esas jarras se llega al alma del poeta mucho antes que leyendo sus versos. Pero no todos piensan así. Un joven judío, un tal Robert Allen Zimmerman, que andaba por Nueva York rasgando la guitarra, cambió su nombre y en su homenaje en adelante se hizo llamar Bob Dylan después de leer sus poemas. "¿Se habla de llorar cuando el temporal ruge? ¿Será el arco iris el color de las túnicas?".
El éxito llegó cuando comenzó a dar recitales en Nueva York en locales abarrotados por mil oyentes pasmados ante aquel ser que hacía hablar a los peces, a los árboles, a las flores, a los niños, a los animales en la pieza literaria Bajo el bosque lácteo. A cada aplauso seguía una borrachera. En las fiestas, rodeado de mujeres, de pronto exclamaba: "Veo ratas subiendo por las paredes". Las chicas gritaban y él aprovechaba este juego para esconderse entre sus piernas. Fueron tres viajes a Nueva York cada uno con un clamor renovado, con una destrucción más acelerada. Pero en el cuarto viaje el caballo ya no pudo más, pese a las inyecciones de cortisona que le proporcionaba el doctor Milton Feltenstein. Un día de noviembre de 1953 quedó exhausto. En la fachada del hotel Chelsea, de la calle veintitrés de Nueva York, hay una placa que recuerda que allí fue arrebatado por un delírium trémens después de una fiesta y de allí fue llevado al hospital St. Vincent, donde murió tres días después. Sucedió en una de las habitaciones que daban atrás, cuando estaba en brazos de su amante Liz Reitell. El cadáver fue devuelto a Laugharne y durante el entierro su mujer Caitlin bailó borracha sobre el féretro como una venganza por el abandono al que tuvo sometidos a ella y a sus hijos.
Existe un itinerario sentimental de Dylan Thomas que ha convertido en templos los antros y tabernas donde él se embriagaba. Por donde el poeta paseó sus huesos, algún pub del Soho, de Green Village, en NY. The Antílope, The Mermaid, algunas tabernas sagradas de Londres, el Brown's hotel de Laugharne, siempre hay un devoto que proclama su gloria acodado en la barra. La mitomanía del cine fue su alimento. Marilyn, Charlot chocaron con él sus copas. De pronto el público vio en Dylan Thomas a una estrella de carne y hueso, que se ofrecía en sacrificio y se despeñaba desde lo alto de sus versos y lo adoptó como la criatura que simbolizaba la llegada de una nueva era. Pero el éxito no le ofreció escapatoria. Fue devorado cuando Stravinski concebía con él una ópera sobre Ulises. Dylan Thomas le tomó la delantera y navegó con los pies por delante de regreso a Ítaca.
Babelia, 19 de abril de 2008
Domingo
Tove Ditlevsen
Traducción de Francisco J. Uriz
Nunca ocurre nada los domingos.Nunca encuentras un nuevo amor en domingo.Es el día de los infelices.Día de pensión o día de familia.Las horas más dolorosas de la amantecuando se imagina a su amadocon sus hijos en las rodillasmientras su mujer, sonriente,entra y sale con tentadoras bandejas.Un día maldito.
Alguna vez tuvo que haber sido diferente.¿Por qué si no tendríamos todosque esperar con ansias el domingo durante toda la semana?¿Quizá cuando íbamos a la escuela?Pero ya entonces las campanas sonabancompungidas y grises como lluvia y muerte.Ya entonces las voces de los adultoseran débiles e insonoras como si buscasen a tientasy en vano las palabras dominicales.
El olor a humedad y a pan mohoso,a sueño, botas de goma y achicoriaya subía entonces por la escaleray la calle, que estaba dura, vacía y diferentede una manera desolada El olor dominical nos forrabacon la gruesa capa de la decepciónque sigue a una expectativasin meta específica.
Pero, entonces ¿cuándo? En un lugar anterior a la memoriahubo felicidad, una expectativa irresistibleque todavía nadie había sido capaz de defraudar.Entonces las campanas significaban que papá estaba en casa,el bigote, las negras cejas y el olor a tabaco mascadoestaban allí y allí quedaban, en un lugar cercano,y quizá la risa de tu joven madresonaba más alegre que los otros días.
Es domingo. Tú nunca encontrarásun nuevo amor ese día.Estás sentada en el cuarto de estarapabullada y rígida como una figura de cartóna los ojos de los niños.Escarban con los piesy se pelean sin energía.«Deberíamos hacer algo», dices.«Sí», dice una voz detrás del periódico.Entonces os calláis los dos, porque todo lo que tenéis ganasde hacer es oculto y secretoy sería inaceptable para el otro.
Las campanas de la iglesia suenan. Las narices de los niñosse llenan de desesperanzado olor heredado.Sobre sus dulces rostros se deslizauna fealdad pasajera.Una luz marchitanace en sus ojos.
Pero todos esperamos el domingotoda la semana, toda nuestra vida,esperamos la ilusión de cientosde largos domingos vacíos, agotadores.Día familiar, día de pensión,el infierno de los amantes secretos.Ese día en que la nauseabunda grisura de los adultosimpregna a los niños y establecela incomprensible melancolía dominical de los años venideros.
Tove Ditlevsen (1918-1976). Nació en Copenhaguen, Dinamarca. Nacida en una familia obrera, su formación fue enteramente autodidacta. Trabajó de oficinista y debutó en 1939. Ha publicado poemas y novelas, que encontraron un gran número de lectores.
poesiasemanal.com, 11 de mayo de 2008
WILLIAM OSPINA: 30 AÑOS DE ASEDIOS A LAS MUSAS
La obra poética del colombiano William Ospina, publicada por la editorial Belacqva en el volumen Poesía 1974-2004, se ha presentado esta tarde en el pabellón Fundación Círculo de Lectores. El poeta, que ha terminado el acto leyendo algunos de sus poemas, ha sido presentado por Álvaro Salvador, poeta y catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Granada.
Álvaro Salvador ha definido la obra de Ospina como “madura, consolidada y de influencias incuestionables en las jóvenes generaciones”, de ahí que el poeta colombiano sea para él uno de los escritores más relevantes de las letras latinoamericanas. Una obra poética que está por descubrir en España, por eso el poeta granadino ha destacado la importancia que tiene esta edición de su poesía completa en nuestro país.
Salvador ha elogiado la obra poética de Ospina, de quien ha dicho que tiene una “insobornable coherencia a sus principios”, diciendo que “narrativos son muchos de los poemas más significativos y logrados de su obra, como por ejemplo, Relato de uno que volvió del incendio”. Además, ha añadido que Ospina emplea el monólogo dramático con soltura y maestría, como se demuestra en su poema Lope de Aguirre, consiguiendo que el propio poeta se convierta en personaje poético y arrastre al lector al interior del poema.
Ospina, ensayista y periodista comprometido política y socialmente, no ha obviado en su obra poética la problemática de su país, como en su poema Nuestros muertos. Tampoco ha sido ajeno a temas omnipresentes en la literatura latinoamericana, como por ejemplo la naturaleza.
Historiador, poeta, ensayista y traductor colombiano, nacido en Padua (Tolima) en 1954, William Ospina estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Santiago de Cali y trabajó como publicista y periodista entre 1975 y 1990. Ha dictado conferencias y realizado lecturas de su obra en distintas capitales del mundo, y publicado varios libros de ensayo, entre los que se destacan Es tarde para el hombre, Un álgebra embrujada, ¿Dónde está la Franja Amarilla?, La decadencia de los dragones, Herida en la piel de la diosa, Nuevos centros de la esfera, La escuela de la noche y América Mestiza. También ha escrito, hasta ahora, una única novela, Ursúa (2005), en la que aborda la historia de Pedro de Ursúa, conquistador español fundador de la ciudad colombiana de Pamplona. William Ospina está considerado como uno de los poetas y ensayistas más destacados de las últimas generaciones. En 1992 obtuvo el primer Premio Nacional de Poesía del Instituto Colombiano de Cultura.
www.ociojoven.com/article/articleview/992052/1/247
Autora mexicana concluye exitosamente residencia artística en Chile
Con la presentación de la plaqueta de poesía Lapis aurea en la Biblioteca Nacional de Chile, y con una conferencia sobre poesía mexicana contemporánea en la librería Gonzalo Rojas del FCE de ese país, Claudia Posadas concluyó su periodo de residencia artística en Chile, en el marco del Programa de Intercambio de Residencias Artísticas del Consejo de la Cultura de México y Chile.
A lo largo de tres meses, la también periodista realizó un trabajo de investigación sobre poesía chilena en varias regiones del país, y dictó seminarios de poesía mexicana en diversos espacios académicos y literarios.
La autora realizó lecturas de su trabajo poético en destacados espacios como las Casas Museo de Pablo Neruda en Chile.
La poeta participó como autora invitada dentro de la cátedra del poeta raúl zurita en la universidad diego portales. El legado inédito de Gabriela Mistral y la poesía de los chilenos Jorge Teillier, Gonzalo Millán y Raúl Zurita, fueron los principales temas investigados por la periodista.
La restauración del mundo: LAS CUATRO ESTACIONES, DE ARTURO CARRERA
Jorge Monteleone
En su nuevo libro de poemas, Arturo Carrera vuelve a la infancia como origen del lenguaje y de un universo instaurado en el imaginario para, al mismo tiempo, centrarse en cuatro pueblos de la pampa que fueron aniquilados por un Estado claudicante
Las cuatro estaciones que componen este nuevo libro de Arturo Carrera tienen varios significados. El más obvio corresponde a las temporadas en las que se divide el año: primavera, verano, otoño, invierno. Un orden fuertemente cultural: la primavera, estación de la fertilidad y comienzo de los ciclos de regeneración, inicia también la famosa serie de los cuatro conciertos para violín y orquesta de Vivaldi (compuestos como ilustración a cuatro sonetos), casi un orden lógico que retomó Piazzolla en "Cuatro estaciones porteñas". Ese conjunto es, además, el de cuatro estaciones del ferrocarril, ya desactivado, en una zona agrícola-ganadera de la provincia de Buenos Aires: Lartigau, Quiñihual, Pringles y Krabbe. Con excepción de Pringles, el espacio natal y vital del poeta, son sitios casi deshabitados, cuyas estaciones ferroviarias están desmanteladas. El interés de Arturo Carrera por esos lugares que aniquilaron décadas de capitalismo prebendario y un Estado claudicante -en el arco megalómano que va de la frase "ramal que para, ramal que cierra" al "tren bala"- no se limita a este libro. Carrera fundó en su ciudad natal un centro de actividades culturales que llamó "Estación Pringles" -"utopía reticular, posta poética"- y consiguió que el Onabe cediera la abandonada Quiñihual para abrir allí un espacio fronterizo y multicultural, que incluirá residencias temporarias para artistas, si logra concretarlo y expandirlo. Como señala Daniel Link en el posfacio al apuntar que esa estación cerrada para siempre volverá a existir para el arte, se trata de "una forma de descentramiento pero, sobre todo, una forma de hacer política".
Otro significado de las estaciones solo en apariencia responde a lo autobiográfico, a juzgar por lo que el autor señala en la contratapa: "No es autobiografía, no es mi infancia, no es la estación común, son ferroviarias las cuatro estaciones, no es el verano, es Quiñihual y así, así el Lector quedará soñando la verdad: es la infancia de un mundo, es la autobiografía de un mundo, son los trenes de miniatura en una actualidad de paradas macro". La frase expande la hermosa idea leída en el epígrafe de Gilles Deleuze: "Devenir niño mediante la escritura es ir hacia una infancia del mundo, restaurar una infancia del mundo". Esa sería una de las tareas de la literatura. Entre ambas citas circula como una vía, otro ramal de acceso a la poesía de Carrera, ese tema absolutamente central: la infancia -de la cual los niños y el niño Arturito son metáfora y significante; y la paternidad, su contracara simbólica-, la infancia como un origen de lenguaje y como un origen de mundo instaurado en el imaginario poético. Su poesía se levanta así en una paradoja: todas las referencias documentales y anecdóticas, desde los pequeños actos pueblerinos hasta las sensaciones ínfimas, pertenecen al pasado de la infancia del poeta, en las inmediaciones que trazaba el ferrocarril. Pero eso ya no existe, literalmente se ha desmontado. Las estaciones, como pabellones del vacío, se suspenden en ruinas, en restos, en ensoñaciones y sobre todo en versos como destellos, iluminaciones que vienen y van en la "intermitencia de un balbuceo".
No se trata exactamente de la poesía como autobiografía, como la de Baldomero Fernández Moreno, que residió un tiempo cerca de Pringles, en Huanguelén, poeta afín al Carrera del campo argentino. Se trata de los ritmos de una reconstrucción imaginaria del pasado infantil, los "ritmos de la memoria", insistencias del recuerdo en el nombre, que "parece no existir" y que sin embargo habla, se articula en signos como "pequeñas ofrendas y detalles felices". Ese ritmo se alcanza en el poema por medio de azarosas "distribuciones / desiguales de elementos, frases desiguales, / intervalos diferentes de tiempo casi existente". Lo anecdótico obra al modo de un relato subliminal, apunte de hechos vividos entre los cinco y los siete años: la llegada a la estación de Lartigau donde aguarda el padre en sulky, el halo de una luna campestre, la fragancia femenina del polvo Coty cerca de la cara de un niño, el mundo incesante de los viajes en tren a las estaciones viejas, la ansiedad y la espera. Los hechos recordados tienen un aire de miniatura, retornan al poema como los juguetes antiguos de una colección privada: el poema como una cajita musical a la que se le da cuerda "para que aparezca algo". Esos relatos aparecen como fragmentos de un sueño discontinuo, que se forma y se desvanece, y allí otros versos los enlazan, dubitativos, expectantes, como preguntas ante la incertidumbre de lo que ha tenido lugar. Son documentos, no de lo real, sino de lo imaginario, como las cigueñas que vuelan a la vez en el cielo de la pampa húmeda y en el grabado blanco y negro de Escher.
Todo ello se incluye en una forma mayor que lo contiene y desde la infancia proyecta un origen de mundo y de lenguaje, ordenado según el universo propio de Carrera: el de las animaciones suspendidas, los niños, el campo argentino, las Parcas Cloto y Láquesis, las monedas y el potlacht , los faunitos mallarmeanos en la pampa. Y en un último arrebato del tiempo, después de visitar "El cementerio de Pringles" y el osario como una promesa de palabra testamentaria, Carrera imagina una poesía futura en la sección "Krabbe": "Los dos últimos poemas los escribí imaginando que los ´autores eran mis tataranietos". Así el futuro es tan irreal como el pasado y el sujeto del poema se congela en la memoria no menos incierta de una estación helada.
Otro libro extraordinario y a la vez arquetípico de la poesía de Arturo Carrera que, parafraseando a Baldomero, no se repite: se aumenta.
ADN Cultura, La Nación, Buenos Aires, 7 de junio de 2008
Tres países, dos continentes: Animales distintos, antología de Juan Carlos H. Vera
Guillermo Rivera
El propósito de la antología Animales distintos. Muestra de poetas argentinos, españoles y mexicanos nacidos en los sesentas (Arlequín, Conaculta/Fonca- Sigma Servicios Editoriales, 2008) es dar a conocer en México a poetas argentinos y españoles, o en Argentina a poetas españoles y mexicanos, o en España a poetas mexicanos y argentinos –todos ellos, nacidos en la década de los sesentas. Coordinado por Juan Carlos H. Vera, en el libro colaboran Ana Franco Ortuño, Antonio Portela y Benjamín Barajas.
En palabras de H. Vera, esta antología “no es un trabajo de investigación literaria ni un ensayo crítico lleno de referencias y citas sesudas a pie de página (existen, pero sólo las necesarias) ni tampoco es un trabajo académico”. En cambio, el libro es una compilación de poco más de cien poetas de diferentes procedencias, ubicadas en dos continentes, en tres países: Argentina, España y México.
Una de las intenciones del libro consiste en mostrar al interesado en poesía (sea investigador, docente, estudiante o lector en general) al poeta y su trabajo; demostrar que el vate es un ser humano común y corriente que vive, trabaja, sufre, ama, odia y sueña como todos los mortales es otro de los fines de Animales distintos.
Cabe destacar que algunos poetas eligieron participar con poemas incluidos en libros ya publicados; otros optaron por incluir inéditos. H. Vera aclara que “las selecciones siempre serán egoístas, pues parten del gusto personal de quien selecciona y este trabajo no es la excepción, sin embargo, lo hemos realizado para un público de tres países y espero, sinceramente, esto sea un acierto al corazón del hombre”.
El libro contiene las selecciones de Ana Franco Ortuño (Argentina), Antonio Portela (España) y Juan Carlos H. Vera y Benjamín Barajas (México). Sobresalen los poemas “Autorretrato”, “Tema para una descomposición” y “Acúsome”, de los poetas argentinos Jorge Dipré, Santiago Espel y Debrik Ankudovich, respectivamente.
Antonio Portela escribe en su prólogo “Razones para una antología. Poetas españoles nacidos en los sesentas” que, en términos de Alfonso Reyes, “esta selección sigue un criterio histórico, es decir, centra su atención en un momento determinado de la literatura española”. De dicha selección sobresalen, por ejemplo, los poemas “Advertencia”, “La angustia” y Tienen sed los campos”, correspondientes a Felipe Benítez Reyes, José Ángel Cilleruelo y Manuel Moya.
Concluye el libro con la selección de poetas mexicanos; en la introducción de “Antologías, de poetas mexicanos, sus autores”, H. Vera y Barajas, advierten que “la historia de la poesía mexicana del siglo XX se ha significado por su carácter lineal y casi homogéneo, frente a la diversidad de voces que, en nuestro país, han subsistido a pesar de las hegemonías y las preferencias de élite, derivadas del centralismo cultural”.
Al final, los antologadores dejan la última palabra al lector pues, como dice Ana Franco Ortuño en el texto de presentación, es tarea de éste “desarticular el libro, rearticularlo, cuestionar su utilidad y sus propósitos. Se trata precisamente de convocar, en la utopía geográfica de la palabra poética, Animales distintos”.
Animales distintos se presentó el miércoles 18 de junio, a las 19 horas, en la Sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes. Participaron: Hernán Lavín Cerda Eduardo Langagne, y Federico Patán.
obranegra celebra diez años
Con la presentación del volumen Florecimiento, del poeta coreano Jiha Kim, la editorial Obranegra llega a los 10 años de actividad. La cita es el miércoles 25 de junio, a las 19 horas, en el Café-bar Las Hormigas de la Casa del Poeta Ramón López Velarde (Álvaro Obregón 73, colonia Roma, México, D.F.). Participarán: Luis Cortés Bargalló, Andrés Ramírez y José Manuel Mateo.
El traductor del libro es Young-Sun Yun (1967), profesor en la Universidad de Corea, doctor en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México, con una tesis sobre Octavio Paz y Manhae (1879-1944), una de las figuras más representativas de la literatura coreana. Ha traducido para editoriales de Seúl las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer y Razón de amor, de Pedro Salinas.
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