martes, 19 de febrero de 2008

117-118: 75 años de marco antonio montes de oca (III)

[31.10.07-30.11.07]

atisbos

MARCO ANTONIO MONTES DE OCA O EL IMPULSO ROMÁNTICO
Evodio Escalante


En qué vulnerable madrugada hemos nacido
M.A. MONTES DE OCA

Devolver sus poderes a la imaginación, predicar el retorno del hombre adánico, cantar a la consumación y a la belleza, protestar ante la usura y las fuerzas letales que impiden el nacimiento del hombre verdadero, transmitir el mensaje de un nuevo mesianismo social que puede decir, en su deseo de abrogar la servidumbre cronológica: “Yo sueño en derrumbar el señorío del tiempo”, éstos parecen ser algunos de los aspectos más notables de la poesía de Marco Antonio Montes de Oca. De los poetas que surgen en la década de los años cincuenta, ninguno predica con tanto desparpajo el retorno a una época en que los poderes del hombre no habían sido humillados por la historia. Ninguno de ellos, tampoco, asume la inmediatez positiva de su proyecto literario. En lo formal: el puro instinto obcecado en cultivar la espontaneidad de su nacencia, y que por esto mismo no aceptará, ni siquiera en plan propedéutico, la cárcel de los metros. Su versolibrismo contumaz, desmelenado, desdeña las restricciones. En el contenido: una creencia ciega, enteramente romántica, aunque apoyada en las convulsiones propias de la época, en la posibilidad de redimir al hombre y de insertarlo en una nueva Edad de Oro, que por primera vez en mucho tiempo se habría vuelto históricamente asequible.
Afirmaba Mariátegui que, a diferencia del romanticismo del siglo XIX, que era esencia individualista, “el romanticismo del novecientos es, en cambio, espontánea y lógicamente socialista, unanimista”. (1) Si descartamos el aspecto lógico del asunto, que no es de ningún modo el fuerte de Montes de Oca, quien se niega a parapetarse en cualquier artificio de la razón académica, habría que decir que la definición se le aplica perfectamente. Su poesía expresa de manera espontánea, quizá con excesiva espontaneidad, la creencia en un orden social diferente que reconcilie al hombre con el hombre. La poesía quiere encarnar. La poesía quiere volverse historia. Hay en ella la nostalgia de un hipotético paraíso perdido y la invocación de un tiempo en el que habrían de resolverse las contradicciones sociales. No otra cosa sino el tiempo pasmado de la felicidad histórica, ese sueño acaso irrealizable que no por serlo deja de expresar las tensones de la época en que surge.
Si es cierto que hay, por más que sea en extremo difícil documentarlo, un determinismo histórico de los sueños, habría que agregar que este sueño romántico se vuelve de varias maneras explícito en el que es quizás el mejor texto en prosa de Montes de Oca, me refiero a su Autobiografía, (2) testimonio documental insustituible si de lo que se trata es de hurgar en las condiciones que anteceden o que concurren al surgimiento de su poesía, así como en la visión que tiene el poeta acerca de su propio trabajo literario. Esta visión desde adentro, interesada, recorrida por un aliento poético que no acepta concesiones, hace las veces por momentos de un manifiesto literario. Aquí están lo mismo las preferencias que los rechazos del escritor; sus simpatías de clase, su valoración del lenguaje corriente y de los juegos verbales que designamos con la palabra albur; su desdén frente a la literatura timorata que dominaba entonces en el medio; algunas de sus andanzas con sus compañeros de la vanguardia poeticista y, por fin, aunque hay muchas cosas más, la defensa de su estilo al que compara, por su primitivismo y autenticidad... ¡con el de la Coatlicue! [...]
El surrealismo y el culto por los poderes de una ritualidad primitiva, tan característico de ciertas vanguardias del siglo, tienen algo que ver con las concepciones poéticas de Montes de Oca. [...] En efecto, para justificar el desorden, o si se quiere, la energía de sus búsquedas, su “emperifollo” verbal, su culto al dispendio por el dispendio, su vianda sobrecargada de metáforas, Montes de Oca no tiene mejor recurso que evocar la figura aleccionadora de la Coatlicue. Laberinto de imágenes, derroche de condensados signos que se aglomeran como los “retablos entretejidos en corolas exuberantes”, a Montes de Oca no se le escapa que esta profusión encubre un horror vacui, un terror del vacío, “un desesperado afán de alfombrar el abismo, de cubrir la boca que nada dice sobre el origen o el fin de la vida”. (3) Su argumentación, como se ve, no hace sino refrendar la presencia de un primitivismo que habrá de ser una de las constantes de su obra. (4) [...]
Imposible negar que hay una sustancia afirmativa en esta poesía. Una aventura del espíritu que parece pegada con un broche de plata al colibrí del catolicismo [Contrapunto de la fe]. Transición obligada de quien al romper el huevo del pesimismo existencialista, de quien habiendo salvado la vida entre los estertores del Apocalipsis, necesita aferrarse a una estrella para no despeñarse en el voladero. Porque esta poesía es aérea, se afirma en el vuelo, en el salto a las constelaciones. Esta poesía quiere romper con las limitaciones de la materia, con la finitud circundante. [...]
Huidobro, creo, es la gran presencia no reconocida en la poesía de Montes de Oca. Sin los extremos de arrogancia a los que llega Huidobro (“Señor Dios si tú existes es a mí a quien lo debes”), gesto de autosuficiencia muy propio de las vanguardias) y sin el despeñadero glorioso en que culmina la aventura del vuelo en Altazor, que, como se sabe, culmina en la glosolalia y la pura música verbal, Montes de Oca también podría decir como Huidobro:

Basta señora arpa de las bellas imágenes
De los furtivos comos iluminados
Otra cosa otra cosa buscamos. (5)


Llámese adanismo, llámese salvación, llámese retorno a tiempo original, el tiempo de la poiesis y del mito, siempre hay en la poesía de Montes de Oca esta otra cosa no reductible a la bella imagen o la metáfora sutil. El temblor mesiánico que nos habrá de reinstalar en otro tiempo histórico, un tiempo donde la belleza deje de ser una palabra para materializarse en hombres de carne y hueso, el tiempo de la consumación, aquel en que se habrá abolido por fin el hiato que existe entre el deseo y el cumplimiento, constituye a mi modo de ver la médula de esta poesía. [...]
Si los románticos intentaron, como quiere Octavio Paz en Los hijos del limo, “disolver la lógica del discurso en la lógica de la imagen”, no cabe duda que Montes de Oca es uno de sus sorprendentes continuadores en nuestro siglo. Si bien es cierto que el pulso hilozoísta de su obra parte de la confusión y vuelve a ella, al grado de que en alguna parte llega a decir: “sufrid en mi nombre la cruel pedacería del mundo”, no es menos cierto que el flujo de su verso, lejos de condenar esta dispersión, o de tomarla como algo negativo, la asume como una característica de la materia. En Cada cosa es Babel, Eduardo Lizalde había criticado a Gorostiza por haber pretendido condensar en la metáfora del vaso de agua la compleja problemática de la forma y del fondo, del Creador y sus creaturas. Ante el equilibrio clásico de Gorostiza, Lizalde habrá de replicar: “El vaso y sus prejuicios de geómetra o frontera/ se caen como la sopa en su trayecto,/ porque la cosa ilímite no es cosa terminada/ sino chorro perpetuo sobre el vaso...”. (6) Lo mismo habría que decir de las imágenes de Montes de Oca. Su poesía no es delimitable, no es circunscribible con un compás y una escuadra; imposible guardarla dentro de la rígida cárcel de un cristal. El vaso sería burlado y tendría que aparecer como un adminículo ridículo. La poesía de Montes de Oca se parece al géiser, al chorro de agua que nada puede circunscribir. A menudo, como lector, uno echa de menos la espuela de la forma. Uno quisiera límites. Presencia de los moldes. Tramado arquitectónico. Dominio del concepto, si se quiere, sobre ese dragón colorido y multiforme que siempre rebasa su nombre de dragón. Animal proteico que no se deja guardar por ningún cercado. Monstruo de mil cabezas y mil colas que se confunden con las orejas y las patas. Enseguida, uno comprende que tal cosa no es viable. La nostalgia es mala consejera. Hay que dejarlo así, como es; tomarlo como se presenta. No escamotearle su riqueza ni su confusión. Es la ceguera de un instinto lo que en él arrebata. [...]
¿Simplificación? ¿Impostura? Nada de esto. El bosque esta en todos lados, pero es un bosque cristalino para el hombre que lo sabe mirar. Si el antropomorfismo en Baudelaire servía para delinear las fuerzas de lo destructivo, de lo que es angustia y engendra angustia, el antropomorfismo de Montes de Oca exorciza este oscurantismo y crea los espacios donde habrá de manifestarse un nuevo sujeto afirmativo, que cree en sus poderes naturales y no los encuentra esencialmente diversos a los poderes de la historia.

Notas
1) J.C. Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. México, Ediciones Quinto Sol., s.f., p. 290.
2) M.A. Montes de Oca, Autobiografía, en Poesía reunida. México, FCE, 1971. Este texto autobiográfico fue publicado por primera vez en 1967. Por razones que desconozco, fue excluido de la recopilación totalizante Delante de la luz cantan los pájaros (Poesía 1953-2000).
3) Ibid., p. 22.
4) La probable excepción: sus exploraciones en el terreno de la poesía concreta, de la que tenemos testimonio en uno de sus textos más originales, Lugares donde el espacio cicatriza. México, Joaquín Mortiz, 1974.
5) V. Huidobro, Altazor. México, Premia, 1986, p. 56.
6) E. Lizalde, Nueva memoria del tigre, p. 89.

La vanguardia extraviada. El poeticismo en la obra de Enrique González Rojo, Eduardo Lizalde y Marco Antonio Montes de Oca. México, UNAM, 2003.

testimonios

METAMORFOSIS
Hoy tengo confianza,
Hoy me hablo de tú a mí mismo,
Bailo gavitas en su tarimas de fresca lava
Y entre sílaba y sílaba, en vez de acentos,
Intercalo astillas de esperanza.

Y es que los muertos se desmayan
Y el maniquí se ruboriza
Cuando el armonioso oleaje
Exalta y deprime
La durísima curvatura de su pecho.

La hora de redención al fin resuena
Elevándose entre los ecos de alas palpitantes,
Mientras la carne múltiple se amarra a su destino
Con el acero azul de sus tañidas venas.

Y el cuidador de parques y jardines,
El empleado postal y su joroba de cuero,
La prostituta con su cuerpo aplastado bajo una caravana
Incesante de caricias;
El marino, el soldador de estructuras metálicas,
El burócrata hervido en el fuego lento de los números,
Meticulosamente han resucitado
Desde el nadir de su vida rígida,
Cual yelmos resonantes
Que una diosa de ocho brazos blande
Cegando al mar con su cardillo denodado.

Hoy tengo confianza,
Hoy me hablo de tú a mí mismo.

VALLE DE JOSAFAT
Bajo la comba de mi lágrima, nadie calza botas de suela demasiado gruesa por cuanto existe el fundado presentimiento de que no hay mucho camino por delante.
Bajo la comba de mi lágrima nacen instantes grises que sacralizan el tedio, espectros capaces de hacerme gemir con su apretón de manos, ángeles de alas rayadas o marinos que cumplen expertas navegaciones aéreas.
Bajo la comba de mi lágrima, escasamente redonda, admito que nada se pudriría en Dinamarca si no hubiera seres vivos o si ya no existieran años jóvenes que derriban puertas de sol a golpes de hombro, escuadrillas copiosas imantando el brillante grano y aterrizando en el centro de ningún punto cardinal.

SOY TODO LO QUE MIRO
Bañarse bajo la luz de un álamo
Ser todo cuanto miro
En el pozo del sol.

Sorpresa blanca
Que te acuclillas y saltas
Y me lames la mano con tu llama
Y mueves cabellos
Pegados al rostro con lágrimas:
Vete de aquí
Quema la selva de arpas
Y al viento que la hace gemir
Porque es su amante consumado.

Siempre no te vayas
Sorpresa
Déjame ser todo lo que miro
Tus pavos irreales me interesan mucho
Tus nubes que bajan sin convertirse en lluvia
Me interesan.

Entre la inmensidad y mi estupor
Tus flancos incandescen
Coro de las anticipaciones
Tupida amarillez:
El mundo que nos prohíbe volar
Nos debe su propio vuelo.

COMPARECENCIA
Araña de tristeza
Ola conturbada
Entiérrame adentro del poema
Pero con un brazo afuera
Para que yo no olvide
Al viento que me olvida.

Quienes siempre estuvimos solos
Agradecemos al sueño su comparecencia
Lo que flagela no es el dolor sino el embeleso
Pues una fiera apenas rasga apenas mata:
El recuerdo asesina mejor
Cuando pregunta
Por qué seguimos vivos.

Enterradme oh aves misteriosas
Con un brazo fuera de la tierra:
No quiero olvidar al olvido que me olvida.

TIERRA ADENTRO
Cono translúcido
Copa donde la luz invernal resbala
Mano de vidrio que enarbolas al agua:
Asienta el polen volátil de mi alma
Colorea el secreto follaje del perfume
Pues he aquí que envejezco hasta la cintura
Y mis raíces no nacidas aran el vacío
En vano busco dónde plantarme
Soy el que va a ser
Capullos de supremo sosiego
Vendan mis flancos de glaciar en vilo
Y mi verdad que se deshiela
Deja en el centro del día
Su estrella resurrecta
Su estrella que es un hongo de cabeza blanca y roja:
Ahí donde caiga será sembrada la progenie de las hadas
Soy el que va a ser
Humo esbelto que sostiene drapeados medievales
Vapor de ser nunca más agazapado
Inmanencia invasora
Adoquín sonámbulo en la plaza
Donde los pájaros desfilan a saltos
También yo soy un salto a la garganta del sol
Viaja el suelo y hace volar
La cohetería inmóvil del jardín
Mas ya no pico piedra en el espejo
Ni libero al surtidor de la condición humana
En cambio leo a cada flor
Bajo un candelabro de miradas
Están vivos mis recuerdos
Porque los arranco de la niebla
Y corro a ponerlos en agua
Soy el que va a ser
Carnada tránsfuga para peces instantáneos
Despeñamiento que excede
La medida del abismo
Caída eterna en esta hora que hila tan delgado
Y zurce barrancas con la cauda blanca del velero
Mis huesos me visten despacio
Me enjabona la luna bajo mi ducha de fuegos fatuos
Y esa misma luna me enaltece al reducirme sólo a presencia
Soy el que va a ser
Y cuando sea ya no valdré la pena
Palabras como manzanas de lava arden en mi boca
Pero nunca diré que de este cielo no he de beber
No soy ni voy a ser otra cosa que un puente entre el puente y su sombra
Aun si alzo en mi copa
La luz que se desliza entre unos párpados
Y se descalza y al sueño se incorpora
Mientras pisa la hojarasca humedecida
La tierra sin ruido La tierra de adentro
El incendio anterior al bosque

ESTAMPA
No anda ni vuela,
salta, piedra con fuelle,
el ave que busca
entre rescoldos del alba
un solo grano de vida inmortal.

Rebota en la yerba,
bebe cielo con agua,
un poco de noche
en el pozo del girasol.

Y como quien limpia una navaja,
su pico restriega
contra la roca negra:
así borra la sangre seca
de la pasada estación.

Su cuerpo quema
el velo de la transparencia.
Nada puede separarlo
de la repentina verdad
que lo hace eterno.
zonas

LUCEN POEMAS SIN RECATO
Víctor Magdaleno


Nuestra cama es de flores, antología de poesía erótica escrita por mujeres bajacalifornianas, se presenta este jueves como parte de los festejos por los 25 años del Cecut

Las mujeres no sólo están en entera posesión de sus cuerpos, sino asumen a plenitud la capacidad de procurarse placer y de dar rienda a la pulsión erótica de las múltiples formas en que es posible hacerlo, según deja constancia Nuestra cama es de flores (Our bed is made of flowers), la antología bilingüe de poesía erótica escrita por autoras bajacalifornianas, que se presenta este jueves en el Centro Cultural Tijuana.
Compilada por el escritor tecatense Roberto Castillo Udiarte, esta antología de poesía erótica reúne el trabajo de 42 escritoras de Baja California y abarca en sus 120 páginas tres generaciones de poetas.
“El libro abarca tres generaciones distintas de mujeres escritoras: la de más edad andará por los 70 años y la menor entre los 25 y los 28 años”, afirmó Castillo al explicar que para la compilación de los poemas los únicos requisitos que se propuso fueron, en primer lugar, que abordaran, obviamente, el tema erótico o amoroso, que no fueran inéditos, es decir, que ya hubieran sido publicados (en libros, compilaciones, revistas o suplementos), como forma de acotar el terreno, y que cada poema “transmitiera algo”.
Visto en conjunto, el libro es “muy variado”, confiesa su compilador, quien anticipó que en sus páginas el lector encontrará en la escritura de estas mujeres poetas el descubrimiento de su cuerpo, un tema recurrente en la literatura femenina, así como el redescubrimiento de la capacidad de goce del cuerpo propio y la exploración de otras formas de placer sexual.
“El libro recoge textos cuyos enfoques van desde los cuasi románticos o decididamente amorosos hasta las metáforas y descripciones más atrevidas y directas, confesiones ninfómanas y poemas lésbicos”, reveló Castillo, quien es también el autor del texto introductorio que aparece en la antología.
“Un rasgo singular del volumen”, precisó, “es que los textos de erotismo más atrevido fueron escritos por las poetas de mayor edad, en relación con las más jóvenes, que en términos generales escribieron poemas de algún modo más recatados, y eso en verdad me sorprendió”.
Excepto por su compilador y otros detalles, Nuestra cama es de flores (Our bed is made of flowers) es un volumen predominantemente femenino, pues no sólo recoge puros textos escritos por mujeres, sino su portada misma aparece ilustrada con una obra de Carolina Castañeda, joven artista plástica de la región, cuyo tema es, desde luego, una figura femenina.
Castillo aclaró que la razón por la que se decidió que la antología se lanzara en edición bilingüe es por la conveniencia de abarcar el mercado del otro lado de la frontera, donde hay interés por la poesía bajacaliforniana, no de ahora, sino desde hace tiempo, ni sólo por este tema.
De acuerdo con el autor de El amoroso guaguaguá, la intención fue publicar un volumen colectivo buscando ante todo fijar la atención en los poemas y luego en sus autoras. En ese sentido, dijo, buscó alejarse de las “antologías curriculares”, esas que se confeccionan a partir de los nombres de los poetas, de quienes luego se selecciona sus poemas. “Aquí procedimos al revés: primero fue el poema y luego su autora, dado que el interés primordial es que se lean los poemas. De hecho así se presentan los trabajos: cada poema aparece, primero en español y en la página de enfrente su traducción al inglés, y al calce el nombre de su autora. Claro que al final del volumen se consignan las fuentes de donde se extrajo cada material, pero decidí dejar esa parte curricular hasta el final para destacar, en primer lugar, los poemas”.
La mayoría de los poemas se publicó entre los años 80 y 90, excepcionalmente en los 70, y ello refleja el dominio masculino que ha prevalecido en la actividad editorial, puntualizó Castillo Udiarte.
En la tarea de compilar los poemas que recogió finalmente el libro, Roberto Castillo recibió el auxilio de sus colegas Flora Calderón, en Ensenada; Jorge Arturo Freyding, en Mexicali (tal vez uno de los últimos trabajos en los que colaboró antes de su inesperado deceso), y Alfonso García Cortez, en Tijuana. En tanto, el equipo de traductores estuvo compuesto por Francisco Bustos, Tomás Di Bella, Alfonso García Cortez, Dinorah Guadiana-Costa, Olga Gutiérrez, Harry Polkinhorn, Luisa Elena Ruiz y Daniel Charles Thomas.
Las traducciones se hicieron, además, poniendo en contacto, en la medida en que eso fue posible, a cada autora con el traductor de su poema, explicó Castillo.
Y a juzgar por el tema que campea en sus páginas, esta antología ratifica lo obvio: el placer ha dejado de ser, desde hace mucho, terreno vedado para el mundo femenino, según demuestran a raudales los poemas reunidos en este volumen. Y quien se atreva a dudarlo quede emplazado a la lectura de Nuestra cama es de flores/Our bed is made of flowers.
Publicada dentro de la colección editorial del Cecut, el lanzamiento de esta antología de poesía erótica femenina escrita en Baja California forma parte de los festejos por el 25 aniversario de la institución y su presentación se llevará cabo este 25 de febrero en punto de las 7 de la noche en la Sala de Usos Múltiples.

www.bitacoracultural.com/arte.html, núm. 552, 24 de octubre de 2007

PARTICIPAN POETAS LATINOAMERICANOS EN FESTIVAL LATINALE EN ALEMANIA

Berlín, 24 de octubre. Una docena de poetas latinoamericanos participará en el segundo "festival rodante de poesía", Latinale, que tendrá lugar en varias ciudades alemanas del 27 de octubre al 7 de noviembre, informaron hoy portavoces el Instituto Cervantes en Berlín.
Esa institución cultural organizó el "festival rodante de poesía", que debe su nombre a que los eventos tendrán lugar en varias ciudades alemanas, entre ellas Berlín, Leipzig, Colonia y Hamburgo.
El director del Instituto Cervantes, Gaspar Cano Peral, manifestó su satisfacción de poder difundir poesía nueva de autores que no son conocidos en Europa y que además estando aquí pueden inspirarse.
"Mediante un festival como éste, el público alemán descubre que en Latinoamérica aún existe la vía oral como vehículo de transmisión poético. Aquí un festival de poesía como los grandes festivales de poesía latinoamericanos no se comprende, porque existe el libro", precisó.
"En Latinoamérica aún existe la oralidad, el acercarse a un festival de poesía para escuchar a los poetas. Creo que ése es sobre todo el interés que tiene para los alemanes", subrayó el director del Instituto Cervantes en Berlín.
En la rueda de prensa de presentación del evento, la directora artística, Rike Bolte, destacó que la selección de los 12 poetas invitados no tiene la finalidad de mostrar lo representativo de la poesía latinoamericana.
Destacó que entre los jóvenes autores se encuentran la mexicana Amaranta Caballero Prado, la colombiana Andrea Cote Botero, el brasileño Carlito Azevedo, el chileno Héctor Hernández Montesinos y el ecuatoriano Paúl Puma.
Agregó que sobre todo se trató de "abrir un foro para las voces de poetas latinoamericanos jóvenes", y resaltó que el apogeo social y político que tiene lugar en Latinoamérica se refleja asimismo en nuevas formas estéticas.
Rike Bolte destacó la especialidad del festival como un evento en movimiento, donde se aprovecha la posibilidad de presentar la obra poética de los invitados ante públicos diferentes.
"Una lectura en Hamurgo es diferente a una en Leipzig o Berlín. Esa movilidad significa asimismo que los poetas declaman en alemán y eso produce un carácter elástico y joven", precisó.
El director artístico adjunto, Timo Berger, subrayó que el festival se divide de dos áreas, por una parte la obra de la región de los Andes, y por otra la forma en que se expone la poesía en Latinoamérica.
“Por razones económicas y dada la poca promoción de poetas jóvenes, cada vez resulta más difícil encontrar poesía latinoamericana en grandes editoriales, y al mismo tiempo observamos la importancia que cobra la oralidad en la región", señaló.
"La oralidad incluye un valor más de la poesía, escuchar una poesía declamada por el propio autor. Es algo más bello que leer la poesía en un libro", destacó Timo Berger en la rueda de prensa.
Añadió que durante la Latinale se abordará asimismo el tema de la frontera, como puede observarse en la obra de la poetisa mexicana Amaranta Caballero Prado, que trata temas relacionados con las fronteras culturales, del idioma y también políticas.
El ciclo de lecturas y presentaciones en el marco de la Latinale se complementará con talleres de traducción y de escritura, en los que los autores trabajarán sobre sus textos junto con los estudiantes de la Universidad Libre de Berlín y del Instituto Alemán de Literatura.

El Financiero, 24 de octubre de 2007

EL POETA JACOBO RAUSKIN GANÓ EL NACIONAL DE LITERATURA EN PARAGUAY

El poeta Jacobo Rauskin es el ganador de la presente edición del Premio Nacional de Literatura, fallado hace unos días por los miembros del jurado convocado por el Congreso de la nación. Fue por su último libro de poemas Espantadiablos.

El poeta Jacobo Rauskin se acreditó la presente edición del Premio Nacional de Literatura, que recibirá en breve.
Según informaciones dignas de crédito, los otros finalistas para la presente edición fueron la narradora Raquel Saguier, con su novela El amor de mis amores, el escritor Carlos Villagra Marsal, con su reciente libro Poesía congregada y otros afanes, Gloria Muñoz con Madejas de Clío, y Tren de agua, de Elsa Wiesell.
Los miembros del jurado fueron Victorio Suárez, Alejandro Gatti, Irina Rafols, doctor Antonio Moreno Rufinelli, y el senador doctor Juan Manuel Marcos, quienes, tras largas deliberaciones, llegaron a la conclusión que los finalistas sean Jacobo Rauskin y Raquel Saguier, lo que motivó otras arduas discusiones, para finalmente decidir que el ganador sea el escritor y poeta Jacobo Rauskin.
El jurado argumentó coincidentemente que el libro posee la amplitud temática suficiente y que el mismo tiene una dimensión estética interesante. Mencionaron también el estilo altamente poético en su literatura y que si bien fue difícil decidir finalmente Espantadiablos fue el ganador por decisión unánime.
Agregó nuestra fuente, que se consideró el lenguaje poético renovador del texto, acorde a la actual perspectiva de la poesía latinoamericana, y que entra dentro del contexto de amplia esencialidad poética, síntesis y profundidad lírica.
Dijeron también: “Después de Hérib Campos Cervera, Jacobo Rauskin es el gran innovador de la poesía paraguaya contemporánea, que es luminosa, irónica y social”.
Consultamos con el escritor y dramaturgo Alcibiades González Delvalle sobre la concesión del premio a Jacobo Rauskin y expresó: “Es muy merecido, porque es un escritor que permanentemente está trabajando por una voz propia, por un estilo que ya le está dando nombradía internacional”.
Por su parte, Delfina Acosta, dijo que estaba feliz porque se premió nuevamente la poesía y que él lo merece, por su obra y su coherencia con la poesía. “El es un poeta auténtico y está consustanciado con el verso”.
Según informaciones, se dará oficialmente el resultado del concurso el próximo miércoles.

Abc.com, Asunción, Paraguay, 27 de octubre de 2007

GONZALO ROJAS VUELA MÁS ALTO
Tomás Eloy Martínez

De los grandes poetas que aún siguen de pie en esta y otras latitudes, pocos son tan verdaderamente grandes como el chileno Gonzalo Rojas. A los 90 años, no ha dejado de escribir con el mismo erotismo feroz y febril de la adolescencia, y aún mantiene un apetito por la vida y una curiosidad por la especie humana que quizá sean su garantía de eternidad.
Viajé a Santiago de Chile para celebrar esos 90 años de Gonzalo, en ceremonias a las que acudieron la presidenta Michelle Bachelet y en las que hablaron escritores de todos los rincones de la lengua castellana. El poeta, que estaba en la habitación de al lado, en mi hotel, se despertaba temprano y, con una cortesía que jamás lo abandona, llegaba primero que nadie a las mesas redondas en las que se discutía su obra, antes de que le cayeran encima enjambres de jóvenes armados con los libros que habían escrito para rendirle homenaje.
Rojas está casi igual que cuando lo vi por primera vez, con su gorra marinera negra, su energía de fuego y la misma voz de barítono que tanto seduce a las mujeres de todas las edades: una voz que no ha sido castigada por el menor quebranto. Cada vez que la oigo en los pasillos del hotel de Santiago, advierto que aún queda Gonzalo para rato. Ya ha atravesado todos los premios con la humildad indemne: el Octavio Paz, el Juan Rulfo, el Cervantes. Sus libros se editan en ediciones muy baratas y otras de lujo, pero más vale que él no se tropiece con nadie que esté comprándolos, porque los paga con su propio dinero y los regala con generosidad instantánea, como si fueran hojas de hierba que van a renacer la primavera que viene.
Lo conocí una tarde de febrero de 1977, en las Colinas de Bello Monte, de Caracas. Acababa de aparecer su libro Oscuro en la editorial Monte Avila, y lo llamé por teléfono para preguntarle por el sentido secreto de unos versos que había publicado días antes, en el suplemento de letras del diario El Nacional. Eran líneas que revelaban una sabiduría próxima a la experiencia mística: “Que el aire vuelva al aire del pensamiento y no muramos de muerte....”. No morir de muerte era una idea que bastaba, me parece, para rescatar la vida.
En la poesía de Gonzalo los números expresan símbolos, como en los cabalistas y en los gnósticos del Tao. Las cifras, las verdades y los arcanos que se ocultan en los pliegues de los números y de las letras, todo sigue respirando allí. “Son las mariposas en las que se refleja el mundo”, me dijo aquella tarde remota.
Quien me presentó a Rojas fue el gran crítico uruguayo Angel Rama. Hasta ahora, yo había creído que Rama y Gonzalo vivían en el mismo edificio de las Colinas de Bello Monte, separados por un piso o dos. Los hijos de Rojas, que a fines de octubre estuvieron en Santiago para las celebraciones de los 90 años, me corrigieron la memoria: “Nosotros heredamos el departamento de Ángel”, dijeron. “Llegamos cuando él y su esposa Marta Traba ya se habían ido a Washington.”
Pero la historia para mí es la que recuerdo: las paredes llenas de libros, cuadros de Guayasamín y de Roberto Matta, y objetos que Rojas había logrado salvar de su paso por China, donde fue agregado cultural del gobierno de Salvador Allende hasta el golpe de septiembre de 1973. En la desnuda y vocinglera realidad caraqueña de aquellos tiempos de exilio, Rojas se movía con un humor a toda prueba, quitándoles gravedad a las cosas, a las estrecheces económicas y a las dificultades que, como toda persona del profundo sur americano, tenía para adaptarse a las costumbres imprevisibles del Caribe. De todo hablaba Rojas con humor, salvo de las desdichas de su país y de las felicidades del amor. En esos temas era tan serio como San Juan de la Cruz, uno de sus poetas de cabecera.
Junto a Hilda May, su compañera de entonces y de tantos años, me llevó a ver la imponente cama de laca negra con dosel que había comprado en Pekín, y me acercó a la ventana del cuarto donde escribía para que oyera cómo se encarnizaban con su oído mártir las motocicletas venezolanas. Imaginé cuánto debía de herirlo aquel estrépito, justamente a él, que en uno de sus poemas mayores había cantado la riqueza sin término del silencio: “Oh voz, única voz: todo el hueco del mar, / todo el hueco del mar no bastaría, / toda la cavidad de la hermosura / no bastaría para contenerte”. “¿Nunca más silencio?”, le dije, pero él restó importancia al oleaje de afuera. “Dejemos que la vida se mueva con sus ruidos”, me respondió. “Que el silencio espere.”
Rojas habla un lenguaje tan preciso, tan vivo, que las palabras parecieran llegar a su encuentro sin que él las buscara, como si su voz contuviera un imán. O acaso su lenguaje está al otro lado de las palabras, donde ellas todavía no han sido nombradas. Su lenguaje escueto, parco, le viene de la aldea de carbón donde nació, Lebu, doscientos kilómetros más allá de Concepción, en el sur de Chile. A la orilla del pueblo, medio kilómetro por debajo del mar, se abre la boca de una mina de carbón ya extinguida. El primer recuerdo infantil de Gonzalo es una peregrinación de su padre al vientre del monstruo: el descenso entre piedras, el espectáculo de la boca, la lámpara de carburo que se encendió en la frente del padre, y luego, el paseo a gatas, oyendo el lejano bramido de las profundidades terrestres.
El poeta tenía cuatro años cuando una explosión de gas grisú lo dejó huérfano. “Voy corriendo en el viento de mi niñez en ese Lebu tormentoso –refiere el ars poetica de su libro Oscuro–, y oigo, tan claro, la palabra «relámpago». Relámpago, relámpago. Y voy volando en ella, y hasta me enciendo en ella todavía.” Muerte y relámpago fueron las primeras palabras de su vida.
Evocamos esas historias el último sábado de octubre en un restaurante cercano al hotel de Santiago, donde nos hospedábamos. Rojas siente aún melancolía por aquel pasado en el que la lectura era un hábito tanto de pobres como de ricos. Me contó que en la niñez frecuentaba a Dickens, a Verne, a Dumas. Le dije que ésos eran también mis autores. “¿No incurriste entonces en Salgari?” “No”, le contesté. “Salgari me resultaba más interesante en el cine que en los libros.” “Qué curioso”, comentó. “Yo tampoco fui salgariento.” La conversación derivó entonces de los piratas de la Malasia a la certeza de que cada ser humano es único, irrepetible, y se da sólo una vez en el curso de las edades. No habrá otro Proust, otro Neruda, otro Borges, otro Melville, otro Cervantes, dijo. Quizás algunos se les parezcan, pero no serán los mismos, ya nunca más los mismos.
En los parques y en las plazas de Santiago de Chile, en los bancos tendidos en la costanera del río Mapocho, los jóvenes repiten los maravillosos poemas de amor de Gonzalo Rojas como si fueran plegarias. Uno de los que he oído más veces, al pasar, es el que comienza con una pregunta inolvidable: “¿Qué se ama cuando se ama: la luz terrible de la vida / o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué es eso: amor?”
La misma noche del sábado 27 de octubre, cuando él ya se marchaba de Santiago hacia su casa de Chillán, lo encontré en el ascensor del hotel y le repetí el verso: “¿Qué se ama cuando se ama, Gonzalo? ¿Lo sabes?”. “No, nunca lo supe”, me dijo. “Escribí la pregunta con la esperanza de que alguien, alguna vez, me dijera cuál es la respuesta. Y ya me ves en esta caja ciega del ascensor, todavía sin saberlo.”

La Nación, Buenos Aires, 3 de noviembre de 2007
www.gonzalorojas.uchile.cl/antologia/index.html

Próximo número: Juan Gelman, Premio Cervantes 2007

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