lunes, 19 de febrero de 2007

107: pasajero de la lluvia, de edmundo retana

20.01.07
elpoemaseminal 107
pasajero de la lluvia, de edmundo retana

atisbos

EL PASAJERO Y SU CASA
Ana Istarú

En el medio de un libro tatuado por la lluvia, una casa derruida nos espera. No es "una" casa, no es cualquier casa, sino aquella, la única, la primigenia, la que no podemos exiliar de nuestros sueños, la casa donde un niño de seis años marcado a fuego por el silencio, descubre "el camino hacia la sinuosa verdad del llanto”. La casa de los hermanos, donde convivieron Gardel, los naranjos y el miedo, el cansancio y las guarias de la madre, la tristeza sin sonidos de un padre que no termina de deslizarse hacia la ausencia.
La casa donde se alternan serenidad y espanto, donde lo mismo se acaricia como se golpea, la casa saqueada por la avidez y el rencor, la casa arrasada, desplomada, despoblada, en llamas, en escombros, la casa que se cayó y "vos sos la casa", la casa es José Edmundo, y la casa somos todos nosotros en la lectura difícil por lo dolorosa, ávida por lo diáfana, enceguecedora por lo deslumbrante, de este libro de ropaje sencillo, donde los versos demoledores son precisamente los que no se dicen, los que esconden bajo su plumaje sin artificio la dinamita sin sordina de su dolor.
En un universo poblado por padres e hijos, por soledad, viudez, separación y orfandad, la lluvia es el claro equivalente del llanto, y el pasajero, errático, vaga por la humedad del desamparo.
Poemario de un sufrimiento sin estridencias, de caída y redención, de pérdida y reparación, de muerte y de muertos que no abandonan, abre por fin un espacio a la esperanza. El nacimiento "el de un niño, el del amor por Betty, que mira el mar, el de un largo viaje espiritual al fondo de nosotros mismos-, es lo único que nos redime. "La bondad del universo" nos habilita la paz, nos autoriza al perdón, ese perdón reacio y difícil que debemos concederle a nuestra humana fragilidad.
Somos nuestro único ofensor en una travesía sin rabia ni villanos, sin rencores ni batallas, a pesar de que ternura y violencia comen de un mismo plato y las muertes diversas van carcomiendo la inocencia de raíz. El amor de la pareja es desencuentro, desde el baile no consumado de la adolescencia hasta el adiós no expresado de la partida: "Sé que estarás bien. Que irás comprendiendo mis motivos y me esperarás lealmente. Como esperan los buques en la niebla. Como esperan tu rostro mis ojos."
El entorno familiar es una ausencia poco a poco ensanchada, en el que "uno sabía que de todos era el último y el más pequeño, para siempre." Por lo que "me fui lentamente de la mano de ellos. Atrás quedaron las habitaciones donde arrellanaba el miedo, el hilo que me ataba a sus costumbres."; ... "No he vuelto desde entonces, a la casa de mis hermanos."
Pero de ese entorno donde amor y amenaza se pronunciaban con un mismo tono, el pasajero se libera construyendo su propio nido, reinventando en sí mismo al padre perdido, amando en su cachorro al cachorro que él también fue: "Como un animal que sabe proteger de las garras de otros animales mayores, del invierno voraz, camino sobre mi propia luz, cuidándote."
En estos poemas de ritmos subterráneos, el verso oculto bajo el recato de la prosa sólo deja entrever sus contornos al ser dicho en voz alta, y el ruido de abalorios de los adjetivos superfluos no mancha la pureza de su parquedad. El verso es tan breve como extenso fue su minucioso pulimento, y cada palabra, medida, tasada, ponderada con obsesión de orfebre, fluye sin embargo con desarmante sencillez.
Pasajero de la lluvia, más que una compilación de poemas, es un solo poema continuado y de largo aliento, cuya incontestable cohesión proviene no sólo de la omnipresencia del mundo de su infancia, sino del recorrido ascendente que realiza el pasajero por sus personales pasión, caída y redención, partiendo de la casa familiar para, en un final circular, llegar a confrontar de nuevo, con la sabiduría que otorga el dolor, la casa rota de su niñez.
Lección de contención y pureza, de alguna forma ejercicio de humildad formal, este libro se aboca, sin confesarlo, a conducirnos por este trayecto místico en el que, desgarrados y sucios en el barro de nuestra pequeñez, alcanzamos por fin el albo territorio de la paz.
Por el peso entrañable de su tema y por el fruto maduro de su oficio, "Pasajero de la lluvia" de José Edmundo Retana, abre una compuerta luminosa y perdurable en el paisaje de nuestra literatura, arrojando sobre nosotros la bocanada fresca de su poesía sin mácula, cálida y clara, accesible y serena, como la bondad humana.

PASAJERO DE LA LLUVIA
Alfonso Chase

En Pasajero de la lluvia (Editorial Costa Rica, poesía, 2006) Edmundo Retana recoge recuerdos y sensaciones propias de su vida íntima, escrito con palabras sencillas. También reúne poemas, algunos de intensa calidad poética, que nos muestran a un escritor con pleno dominio del idioma y una sensibilidad particular en la descripción de todo aquello que se refiere a la naturaleza y a su propia vida íntima y familiar.
Hay belleza, congruencia y sensaciones internas, todo escrito con palabras poéticas, concatenadas y transparentes, asunto soslayado en la actual poesía costarricense, pero afirmada en la que estamos leyendo.
Es una afirmación de la belleza pura por sobre las interrogaciones filosóficas a que nos estamos acostumbrando en otros autores.

LA CASA DEL HOMBRE
Felipe Granados

Me parezco a aquel hombre
que cargaba un ladrillo
para mostrarle al mundo
como era su casa.
BERTOLT BRECHT

Todo lo que es cuerpo es agua en tránsito.
MARCO AURELIO

Hablar de un libro implica conocerlo. Desde luego hay quienes sólo citan el nombre y después de disertar media hora sobre el título no nos dicen más que sus propias manías y defectos.
Por supuesto que están los otros, los que utilizan el libro para mostrarle al auditorio lo inteligentes y delicados lectores que son, citándonos las mejores partes del texto y ¿como no? también las peores, privándonos así de descubrir por nuestra propia cuenta que nos sorprende más o que nos defrauda. Estos presentadores a mi juicio son los peores, porque como dice un amigo “son la clase de gente que te cuenta el final de una película cuando ni siquiera se han enfriado las palomitas”.
Yo he cometido estos mismos errores pero hoy trataré de no hacerlo, es decir, trataré de cometer errores diferentes.
Quiero familiarizarlos con dos palabras para las que no existe una traducción exacta al español.
La primera es saudade, término del portugués que se parece poco a la nostalgia, a veces pasa más cerca de la melancolía, pero ninguna de las dos la define. La interpretación que más me gusta es la que usaron unos editores argentinos para definir cierta atmósfera en los textos de Pessoa. Ellos dicen: ”saudade, es la presencia de la ausencia”.
La otra palabra es homeless. Un buen diccionario inglés-español puede decirnos que se trata de un pordiosero, mendigo, desamparado, un vago agregaría alguien más, pero hoy quiero usarla en una traducción más literal, esta persona es un “sin-casa”.
¿Para que tanta curva y todavía nada sobre el libro? Para justificar las impresiones que me heredó Pasajero de la lluvia. Imaginen la escena: sentado en la ventana de una cafetería, afuera llueve, final de agosto. Yo tomaba un café mediocre, mientras esperaba que el agua dejara de cantar desde la calle, tomé el libro de Edmundo, de reojo vi la estampida de paraguas y sombrillas, todos de prisa pensando en puertos más secos y seguros, como yo con mi taza de café, y en medio de esta horda, a medias húmeda, un homeless descansaba en la orilla más lluviosa de esa tarde. Toparme con la cita de Sabines y el título del libro fue uno. Esa era la imagen, un milagro de revés era aquel hombre bañado por la triste lluvia de la esquina.
La poesía de este libro es eso: la saudade de un homeless, poemas que se susurran en el filo de una acera, al calor esquivo de lluvia y madrugada, mientras se descubre aquello que se perdió en alguna casa.
La virtud del arquetipo es que se supone todos los entienden, pero cuando digo “la casa perdida de este homeless”, no hablo del catálogo de casas poéticamente trascendentales de la Sra. Julieta Dobles, o esa otra “caza del poeta”, la casa de Edmundo, es la casa del hombre, ese oficio más difícil que el de juntar palabritas hasta la mitad del renglón. El homeless de Retana no nos muestra una sola pared, su casa es tan sutil que ni siquiera hay ruinas hay quien se lamenta sin muros ni puerta que le tiren a la cara.
Este homeless da la impresión de haber sido expulsado de su casa-niñez, donde dios era papá, que también era mudo, casa que se abandona por múltiples razones, casa que es también una camisa a cuadros o un niño frente al parpadeo eléctrico de la tele. El hecho es que se deja una casa para encontrar otra o permanecer en tránsito, nunca víctima del paisaje sino pasajero de éste, hoy tocó la lluvia mañana puede ser la nieve.
Hay una ventaja si se mira la suerte del hombre que busca: sin ese asidero de cuatro paredes uno hace su sitio en el mundo con muchas otras cosas. Ese lugar que busco para pertenecer , bien puede ser el rostro amado, o el sueño de un niño y un monito. La casa terrible del pabellón número cinco se vuelve habitable en la sala de maternidad, segunda planta, cuarto que mira al mar, para más señas.
Hay una realidad: seguimos viviendo en lo que amamos y si nos toca el mundo inhóspito mi misión última será hacerlo habitable, en un rincón donde también se encuentren las otras casas que dejamos, somos todo lo que abandonamos y nos está permitido perdonarnos como bien dice la voz de mario.
¿Qué nos queda cuando el último rincón ha sido saqueado? ¿Cuándo el último vestigio de intimidad ha sido usurpado por la mirada escrutadora de cualquiera?
Nos queda la calle como una casa inmensa, nos queda el amigo o su recuerdo, fiel como un dolor de muelas, nos queda la lluvia-útero tropical y reiterado- para descubrir: ¿Que significa afuera llueve si estás fuera?
Y nos queda el poema, que está hecho de palabras y otras cosas que también son una casa. El poema en el que entramos como el homeless de mi historia entra en la lluvia, el poema paraguas y aguacero, la última casa de donde no nos vamos y a la que nos invita Edmundo Retana con la misma osadía con que Bertolt Brecht mostraba su ladrillo contra el mundo.

EDMUNDO RETANA: PASAJERO DE LA LLUVIA
Carlos Bonilla Avendaño

No es cierto. Edmundo –el de ayer, el de hoy- no es un “pasajero de la lluvia”. Es él el portador de la lluvia. Es en la cóncava vasija de su alma donde habita, por siempre un aguacero. Edmundo Retana deja que algunas gotas se empocen en el alambique de su corazón y luego, en cualquier octubre, nos convoca a brindar con su destile de aguaceros, mezcla de lluvia, bruma y un trozo de arcoiris en la flor de las entrañas.
La lluvia es el potrero, la casa de los hermanos, los rostros fugaces, el pabellón número cinco, la voz de Mario, un ángel en la sombra, los muros derruidos… Lluvia que se nos va infiltrando conforme leemos el poemario, que se va haciendo nuestra, que nos transforma en personas elegidas en las que también ella habita.
Pasajero de la lluvia, en su parte I, nos despide de los barrios josefinos en donde la niñez transcurría entre potreros, pozas con olominas y paisajes con roble sabana. Los barrios siguen ahí, pero los paisajes –de afuera y de adentro- no volverán a ser los mismos.
Pero no estamos ante un poemario “de recuerdos” o de simples ecos del pasado. Ese aguacero contenido que Edmundo deja destilar gota a gota, poema a poema, ha pasado por el filtro del profundo y verdadero “dolor de vivir”, eso que trasciende en intensidad y en hondura a la mera pose del “poeta sufriente”, detrás de la cual muchas veces hay tan solo un fugitivo incapaz de enfrentar sus propios rostros. Al convertir ese dolor, vivido alguna vez como soledad, delirio y angustia, en poesía, sobre todo en la parte II del libro, Retana nos regala una vez más “el peso de la intensidad” que según Eliseo Diego debe llevar todo susurro poético.
La parte III es la zona del reencuentro, de la reconciliación con la propia alma y con el alma –ánimus y ánima- de los demás. En ella se cumple el desafío/esperanza plasmado en la Parte II, “Más tarde llegaré, podré aún, dentro del laberinto, de nuevo amar, engendrar vida, perdonarme.” Los poemas de esta última parte son los de un sobreviviente de sí mismo.
Quizás por esa simbiosis entre trabajo de alambique y dolor de vivir, por esa mezcla de delicadeza y profundidad, la lectura de este poemario me recordó la sensación única de caminar en esa dolorosa felicidad que nos hace, bajo el aguacero, sentirnos niños y libres mientras en el rostro se confunden lluvia y llanto.
Para mí, Pasajero de la lluvia y Los bailes íntimos (primera obra de Edmundo Retana, injustamente desconocida) son un solo libro. Vibran en el mismo tono –excepto el ars poetica dedicada a Camilo, que tiene un timbre distinto- y conforman un poemario excepcional (o, en todo caso dos poemarios excepcionales) en la historia literaria del país.
Estos poemas de Retana nos traen, al igual que su lluvia, “fragancias antiguas que se esparcen como si fuera la primera vez sobre el mundo.”
31 de octubre, 2006

www.clubdelibros.com/repoedmundoretana.htm

testimonios

ZELMIRA ERA LA MÁS SOLITARIA ENTRE LAS solitarias del barrio. Caminaba por la orilla de la calle, como buscando el zanjón donde atrapábamos olominas. Al trasluz de la pequeña poza yo la miraba venir de largo con temor de su mirada fija y oscura que ella acentuaba con un pañuelo negro sobre el cabello en desorden. A veces caminaba junto a Gladis que le escuchaba los susurros ladeando apenas la cabeza. Cuando iban juntas parecían estar más solas aún, como si hubieran enviudado al mismo tiempo y solas hubieran llorado todo el llanto de la tierra.

*

DESDE LA VENTANA YO MIRABA LA LLUVIA. Afuera el invierno jugueteaba con los árboles de roble sabana. En el suelo hojas, pequeñas piedras, juguetes del agua. La lluvia venía ondulando sobre los cafetales y a su paso florecían los manzanos y los naranjos. La lluvia traía fragancias antiguas que se esparcían como si fuera la primera vez sobre el mundo.

*

UNO SE DESPERTABA TEMPRANO PARA IR A misa y luego viajar en el bus mirándolo todo, quieto y sin hacer preguntas que de todas maneras papá no sabría responder. Uno se arrodillaba al entrar a la iglesia y pedía perdón sin saber por qué. Dios se parecía a papá. Él tampoco contestaba las preguntas.

*

EL GOLPETEO DE LAS MESAS, LAS RISAS, NOS decían que algo no andaba bien… en el fondo del salón adónde llegamos ya tarde con la idea de bailar un poco. El escarceo de sus risas nos puso en guardia, era de nosotros que reían, de nuestros torpes gestos de adolescentes, olorosos a alcohol, sudorosos y tristes. De modo que ni siquiera intentamos sacarlas a bailar, más bien las mirábamos de lejos, sintiendo que quizás ellas también, como nosotros, andarían ebrias de soledad en las noches perdidas de los barrios del sur.

*

EN EL FONDO MÁS OSCURO DE LA POZA MI rostro se contempla, se deshace en una estela de luz opaca, extraviado, el mundo de afuera pierde sus contornos, huyo hacia un sitio que no conozco, buscando la corriente oscura del agua, con mis manos lo intento, abrirme paso, ceder al ciego impulso que me lleva, agitado, vivo aún entre lianas, entre peces que vuelven de la oscuridad que transcurre conmigo, debajo del agua, lentamente, no seré hallado, no encontrarán mi rastro cuando huya.

*

HUBIERA QUERIDO DARTE UN BESO. Escucharte. Gastar junto a vos el tiempo inexplicable de una despedida. Pero no fue así. Me despedí por medio de Coco, de los otros amigos. Sé que estarás bien. Que irás comprendiendo mis motivos y me esperarás lealmente. Como esperan los buques en la niebla. Como esperan tu rostro mis ojos.

*

LA LUZ
como un puñal
lejano
que se extingue
y mi voz
buscándote
en la incesante
marea
de la noche

*

VIOLENTO ES TU BESO, TU ESPALDA Y TU silencio. Violento el eco de tu voz cuando me llamas y el lecho y la calma que se derrama como un brazo trizado. Y duele tu nombre entonces, duele tu cintura como si nunca te hubiera conocido porque violento es tu nombre y tu abrazo. Y hay un río cegando tus palabras perfectas. Y violento es tu rostro hacia mí cuando duermes.

*

IBAS MARCANDO EL RITMO DE TUS VERSOS, frente a los muchachos que apenas acentuaban un giro, una imagen, pero que vibraban, en una cadencia de siglos. Como si caminaras otra vez por el invierno, recogiendo los mejores frutos. Allí, donde no había pasado ni futuro, sino tiempo, diseminándose entre tu voz, el silencio, las miradas lentas. Solo tiempo, Camilo, en estado de pureza, música llena de siglos.

*

ANOCHE ME VISITÓ UN ÁNGEL. DESCENDIÓ como a las siete sobre los tarros de pintura y la manguera del jardín. Hablamos junto al fuego, como dos viejos amigos. Luego se fue sin darme cuenta. No sé si volverá.

He hablado con un ángel en la sombra.

*

TENGO A LA MUERTE
esperándome en la sala
desde hace tiempo espera
con gesto grave
mirándose las manos
no tiene prisa
cuenta
con todo el tiempo
del mundo
y yo finjo
no saberlo

*

DE LA CASA QUE TODOS HICIMOS NO QUEDAN ya ni los cimientos. La casa de techo de teja, con una acera larga que daba a la sala donde las muchachas esperaban a sus novios no fue destruida por un cataclismo. Fueron nuestros actos que la saquearon, la avidez, el rencor en los pequeños hechos de cada día.

Los muebles, las sábanas y hasta los platos y los vasos fueron atesorados por los que partían. Cada uno tasó lo que le correspondía y tomó lo suyo sin que nada quedara sin repartirse. Cada uno despobló la casa al querer llevársela. No fue una cama ni un comodín sino la imagen oscura de esas cosas lo que cada uno sacó en la noche de la casa en llamas.

Como de los escombros no puede erguirse lo ya arrasado, no pretendamos que esa casa exista, es su sombra lo que aún pervive en nosotros.

Edmundo Retana (1956) nació en San José, Costa Rica. Es teólogo, graduado de la Universidad Bíblica Latinoamericana y ha trabajado en organizaciones sociales en el campo de la educación popular y como pastor de la confesión luterana. Su formación literaria se fraguó al calor del magisterio y la amistad con el novelista costarricense Joaquín Gutiérrez. En diferentes medios periodísticos de México, Ecuador, Colombia y Brasil han sido publicados poemas suyos así como comentarios, entrevistas y reseñas de sus libros. Ha impartido conferencias y coordinado talleres literarios en Guayaquil, Ecuador, por invitación de la Universidad Católica de Guayaquil y la Sociedad Ecuatoriana de Escritores. Fue incluido en la antología Poesía de fin de siglo Costa Rica-Nicaragua, publicada
conjuntamente por Ediciones Perro Azul, revista Fronteras y revista 400 Elefantes (2001) y en el volumen Lunada poética, Poesía costarricense actual, publicado por Ediciones Endrómeda (2005). El poemario Las sílabas de la tierra fue finalista en el Certamen de poesía latinoamericana convocado por la Editorial Universitaria Latinoamericana, EDUCA, en 1993.

Obras: Los bailes íntimo. Oro Viejo, 1991, Las sílabas de la tierra. El Quijote, 1995.

zonas

ESCRITORAS MEXICANAS EVOCAN A GABRIELA MISTRAL
JESÚS ALEJO

Su poesía es sobre todo lectura de la infancia y de la sensibilidad femenina. Escritoras mexicanas reflexionan acerca de su vigencia estética en nuestro tiempo. El sepelio de Lucila Godoy Alcayaga (su verdadero nombre) reunió a miles de personas. Dicen que la noticia del fallecimiento de Gabriela Mistral, la madrugada de aquel 10 de enero de 1957, sacudió de tal manera al mundo que la ONU interrumpió su sesión para ofrecerle un homenaje póstumo. Estaba en Nueva York por aquellos días.
En Chile decretan tres días de luto y su sepelio reúne a miles de personas para ofrecerle el último adiós a Lucila Godoy Alcayaga, verdadero nombre de quien llevaría su poesía y su conciencia social por el mundo, un compromiso reflejado por su testamento.
En él hereda los derechos de sus obras aparecidas en la parte sur del continente americano a los niños pobres de Montegrande, mientras los libros publicados en el hemisferio norte a Doris Dana y a Palma Guillén.
Nacida el 6 de abril de 1889 en una pequeña ciudad del Valle de Elqui —Vicuña—, e hija del maestro rural Juan Jerónimo Godoy —quien abandonó la familia cuando la poeta apenas contaba con tres años de edad— y de Petronila Alcayaga, Gabriela Mistral escribió sus primeros versos a los 13 años, época en la que abandonó el colegio e inició su formación autodidacta que la llevó a conseguir el título de maestra en 1910.
Por aquellos días, sin embargo, la escritora comenzó a establecer una estrecha relación con la enseñanza, tarea que habría de marcar su vida al lado de la poesía, pues empezó a trabajar como maestra en una escuela rural, basada en ideas que se consideraban ateas y revolucionarias.
Esa pasión la llevó a estar en México entre 1922 y 1924, cuando a invitación de José Vasconcelos vino a colaborar con su reforma educativa, en especial mediante el desarrollo de bibliotecas públicas.
Mistral residió en una localidad de Los Andes, región en la cual escribió la mayoría de los poemas que dieron forma a su libro Desolación, título que la proyectó como poeta de relevancia internacional.
Sin embargo fue con la aparición de Sonetos de la muerte, ya con el seudónimo de Gabriela Mistral —tomado del apellido del francés Frédéric Mistral—, con los que la poeta empezó a ganarse un lugar dentro de la poesía chilena, al ser galardonada con el más alto reconocimiento de la Sociedad de Artistas y Compositores.
Ternura, Tala, Lagar y Poemas de Chile son otros de los títulos de la llamada “Poetisa de América”, quien en 1945 obtuvo el Premio Nobel de Literatura, en los que la crítica ha encontrado el predominio de las emociones sobre la razón, de los sentimientos sobre el pensamiento, con la presencia de lo religioso en sus poemas.
A Gabriela Mistral la enterraron en Santiago de Chile, cubierta de lo que había sido su última voluntad: el hábito de San Francisco. Al conmemorar el 50 aniversario de su partida, cinco poetas mexicanas hablan sobre su vida y su obra.

Myriam Moscona
Gabriela Mistral puede ser vista de forma caleidoscópica. Su vida y su obra lo fueron también. Desde la maestra rural que creció en una zona olvidada de su país hasta la figura diplomática que colaboró en el proyecto educativo de la Revolución mexicana.
Creo que más allá del museo al que puede quedar confinada la obra de una personalidad tan pública y compleja, quedan rastros de su poesía en las nuevas generaciones.
La única vez que estuve en Santiago tuve la suerte de estar bajo esos cielos escasamente despejados de la ciudad, tan contaminada como la nuestra. Me impresionó que en dos ocasiones, al ver la cordillera nevada con esa luz lila de la tarde, dos personas, en días distintos, citaron el mismo poema (cito de memoria) “Madre yaciente, madre que andas,/ que de niños nos enloqueces/ y nos haces llorar cuando nos faltas” Esos y otros versos están vivos en la memoria popular.
Creo que eso habla de los efectos de su obra en la educación sentimental de su país y en el mundo literario de habla hispana.

Rocío Cerón
De la escena rural al completo modernismo, viajera crónica e incansable, Gabriela Mistral creó un complejo mundo poético en el que las figuras de la madre y la patria son fundamentales, llegando a fundir ambos temas en una sola encarnación poética como lo hizo en Poema de Chile, donde es la madre/maestra/tierra la que es guía y amparo de un niño indio con el que recorre de norte a sur el territorio chileno.
Un largo canto de amor a la patria pero también una reflexión sobre la independencia femenina ante el mundo exterior y ante el propio destino de la maternidad. Sin embargo, me parece más enigmática la obra (poética y en prosa) de Mistral en la que se cuestiona y revela la construcción que en aquel momento se vivía de la identidad latinoamericana y de la problemática racial, como en los poemas de su libro Tala de la sección “América”, una América mestiza que se desgaja en sus versos y donde no hay fronteras entre el lago del Titicaca y el vuelo de Quetzalcóatl, entre el valle del Elqui y las piedras de Guatemala.
Son una suerte de poemas de “raíz indoamericana” que ponen el dedo en una llaga —sangrante y adolorida— que aún no cierra y que Gabriela Mistral supo vislumbrar en versos de un brillo decantado y preciso.

Dana Gelinas
La poeta es de las más memorables para mí. Los primeros poemas los leí en la infancia, por eso creo que es memorable en el sentido estricto: me enseñó a leer y me enseñó que la poesía podía ser fina, tierna y tremendamente humana
Aun cuando yo he escrito sobre objetos cotidianos, como la copa de vino o el chocolate, lo esencial de la poesía es el otro ser humano. Recuerdo mucho sus poemas acerca de los niños, ese ser humano que empieza a tropezarse entre los muebles, y cuando pienso en la poeta que más se ha acercado a esa alma tan frágil llego a Gabriela Mistral.
Tengo un recuerdo muy fuerte, muy grato, totalmente imborrable de ella.

Angelina Muñiz-Huberman
Gabriela Mistral es dueña de una poesía muy instintiva, muy apegada a los sentimientos, a la naturaleza, al paisaje. Amor y muerte rigen muchos de sus poemas por episodios biográficos que le ocurrieron. Personalmente no es una poetisa que me atraiga mucho, pertenece a los ideales del romanticismo, no fue innovadora, pero sí recuerdo que en la infancia leí algunos de sus poemas. Ahora la siento muy lejana.
Hay que destacar su labor como maestra, lo que fue fundamental porque de ahí vino mucha de esa poesía dirigida al mundo de la infancia.

Aline Petterson
Gabriela Mistral fue un personaje muy importante en las letras latinoamericanas. En los tiempos en los que a ella se le dio el Premio Nobel —quizá tampoco ahora— era poco frecuente que se le diera a una mujer.
Creo que su estancia en México y su creación de Lecturas para mujeres —que a lo mejor en estos momentos fueran cuestionadas por su sentido— no le quita el hecho de ser una pionera alrededor de la enseñanza a los niños y, en particular, de su constante búsqueda de una mejor posición para las mujeres.
Siendo franca, nunca he podido conectarme del todo con su poesía. Su modo de escribirla y el modo mío de recibirla no han sido demasiado cercanos, aunque yo misma obtuve un premio con su nombre. No le resto méritos, pero me siento más próxima a su trayectoria que a su poesía.

Milenio Diario, México, 10 de enero de 2007

LA POESÍA DE 2006 EN PROCESO

La revista Proceso, siempre atenta a la situación política dentro y fuera de México, tal vez por la escasez de noticias, dedicó siete páginas a la poesía en. su número 1575, del 7 de enero. A través de las plumas de los poetas Marco Antonio Campos, Miguel Ángel Flores y Rafael Vargas, fue posible asomarse a un panorama de la producción poética mexicana durante 2006, una reflexión sobre el futuro de la poesía y un balance personal de los nuevos libros.
Vargas, a partir de una serie de observaciones sobre la cantidad de lectores que hipotéticamente tiene la poesía en la actualidad, plantea una interrogante verdaderamente sobrecogedora: qué espacio ocupa la poesía en la vida del país. Para responder, con una postura que intenta ir más allá del pesimismo gratuito, se vale de un buen arsenal de citas de autores clave como Octavio Paz y Gabriel Zaid, cuyas agudas observaciones sobre la lectura proporcionan una perspectiva equilibrada acerca del siempre reducido número de libros y lectores en un país de mas de 100 millones de habitantes adonde se produce apenas un centenar de títulos al año. El heroísmo de algunas editoriales marginales, junto al esfuerzo del Estado por abrir ventanas que permitan a la poesía ventilar y renovar la manera de entender la poesía, son dignos de mencionarse en este análisis el cual, además, manifiesta una total incredulidad sobre las posibilidades divulgadoras de la poesía en Internet.
Vargas cita estas palabras entusiastas de Paz, dominadas también por un cierto aire de optimismo:

Los editores muchas veces se resisten a publicar poemas, prefieren otras formas literarias, al novela o el reportaje o los libros de viajes, todos géneros respetables; pero yo creo que la poesía tiene, entre tantas limitaciones, una gran ventaja: su forma. En primer lugar, la poesía, al moderna sobre todo, es reducida; no son muchas páginas, no son miles y miles de páginas. Un libro de poemas, por lo general, es un libro pequeño en el que cada poema tiene una unidad; es como un fruto completo. Aparte de esto, la poesía resiste más al tiempo [...] De modo que en esta época de prisa, la poesía nos enseña que andar despacio es la mejor manera de llegar a tiempo.
Héctor Tajonar, “Paz, el hombre actual debe recordar que está hecho de tiempo”, en La Jornada, 21 de abril de 1998, énfasis agregado.)

Con ese mismo espíritu, Vargas propone superar los obstáculos para el acceso a la palabra poética y presenta en un recuadro las editoriales y sus títulos publicados.
Campos, por su parte, arranca su reflexión desde la antigüedad y recuerda que “la poesía fue formadora de pueblos”. Presa del sentimiento romántico, aquejado por el desprecio con que el capitalismo moderno ha tratado a la poesía y sus practicantes (aunque no hay que olvidar, a contracorriente, las humillaciones de que fue objeto Josef Brodsky en la antigua Unión Soviética al ser acusado de “parasitismo social”), agrega algunas notas interesantes sobre la manera en que los poetas actuales le complican la vida a los lectores, pues, explica, “el público lector se alejó de la poesía por as dificultades que le representaban, ante todo, si no me equivoco, el verso libre y las experimentaciones de las vanguardias”. ¿Hacia dónde va la poesía? Y ¿qué nuevas vías tiene? se pregunta atribulado. Su respuesta va en el sentido de que, ante el desgaste de las vanguardias (sin dejar de fustigar a cierto crítico incomprensible), quizá exista una cuarta vía, esto es, no ya la renovación de las formas ni la experimentación: acaso “¿continuar el mismo camino esperando encontrar nuevas culminaciones?”. Con todo y aceptar el buen momento de la poesía mexicana del siglo XX, no deja de llamar la atención hacia el hecho de que los “poetas mayores” en la actualidad (Chumacero, Bonifaz Nuño, Lizalde y Pacheco) esperan ya una sucesión que esté a la altura de su herencia. Su conclusión es favorable también: “Como en la novela de Bradbury [Fahrenheit 451], los poetas seguimos escribiendo, sin saberlo o con la esperanza callada, contra todo y todos, de que algún día las sociedades venideras le den a la poesía la importancia fundamental que tuvo en otros tiempos, cuando el dinero no era lo esencial o lo único”.
Finalmente, Flores centra su atención en que, a pesar del panorama tan negro, “la poesía se mueve”. Para demostrarlo, particulariza su análisis en algunos títulos del 2006: Viernes en Jerusalén, de M.A. Campos, premiado en España; La calle blanca, de David Huerta; Ficticia, de María Baranda; Contracorrientes, de Tedi López Mills; Fragmentos del Pacífico, de Gilberto Zúñiga; y El efecto, de Gabriela Cantú Westendarp. Con ágiles pinceladas, encuentra que Campos funde su biografía con la ironía, Huerta sigue deletreando el mundo lleno de signos, Baranda se sumerge en lo onírico renovando el surrealismo, López Mills desafía al lector desde una escritura difícil, Zúñiga llora la muerte de su padre sin estridencia, y Cantú deslumbra con una alta conciencia artística. De estos ejemplos elegidos por Flores, llaman la atención los dos últimos, pues son autores prácticamente desconocidos, especialmente Cantú Westendarp, quien, escribiendo desde Nuevo León, sorprende por la manera en que se aproxima al misterio y al silencio:

Aguardamos
de las larvas
las primeras notas
¿dónde están las alas?

todo el invierno
donde montañas
todo este tiempo
y no sabemos
si la vigilia pasa
o nos pasa en largo sueño
hemos bordado
los días y las noches
siempre esperando
bajo los árboles
las colmenas que se forman
y el zumbido
ahí.

Con muestras como la anterior, la poesía de 2006, sentencia Flores, “ha entregado buenas cuentas”.

L.C.-O.
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108: 10 poemas de Patricia Gutiérrez-Otero

eps 108
15 de febrero de 2007

atisbos

NOTAS SOBRE LA BELLEZA, EL ARTE Y EL CINE
Patricia Gutiérrez-Otero

I.
Un día, por los años ochenta, uno de nuestros miembros del consejo de redacción [de Ixtus], Georges Voet, buscó al gran teólogo católico Hans Urs von Balthasar en su casa de Suiza. Georges quería pedirle un discernimiento sobre su misión en la vida: la filosofía o el cine. Von Balthasar lo acogió y lo introdujo en su estudio tapizado de libros. En seguida le confesó que él nunca había visto una película. No había tenido tiempo de hacerlo. Su vida había estado dedicada al estudio, la lectura, la escritura, la traducción... No había tenido tiempo para el cine, no podía ayudarle a discernir. Despidió a Georges con un gran abrazo en la puerta de su casa. Antes de despedirse, von Balthasar dijo que de la televisión tenía una opinión: “era diabólica”. El diablo, recordemos, es aquel que divide. No explicó más. No era necesario. Para mí tampoco es necesaria la explicación. Mi intuición para comprenderlo me basta.

II. En teología, von Balthasar reivindicó a la Belleza como trascendental después que ésta había sido opacada por sus hermanas: la Bondad y la Verdad. La Belleza es también lugar de visitación de Dios. Por ende, el arte, dedicado a buscar y plasmar lo bello en un sentido muy amplio, también muestra lo divino. Sin embargo, a pesar de su gran apertura a la experiencia estética, el teólogo suizo era, como diría Giovanni Sartori, un homo sapiens por excelencia. Para von Balthasar, como para cualquier intelectual, la razón discursiva, la capacidad de abstracción, de análisis, de síntesis es importante para decir que la belleza y el arte son lugar de la visitación de lo inefable. Para alcanzar esta capacidad intelectual nos es necesario, afirma Sartori, pasar por la articulación de la palabra, por la lectura y la escritura. Recordemos, sin embargo, que von Balthasar consideró que su mayor aportación al mundo no era su propia obra teológica, sino el dictado que tomaba de las revelaciones personales de Dios a la mística Adrienne von Speyr y sus propias traducciones a su lengua natal, el alemán, de poetas y novelistas como Paul Claudel, Charles Péguy, Georges Bernanos... El valor que el teólogo suizo le da a una forma de conocimiento más alta que el lenguaje puramente conceptual, nos recuerda la hermosa anécdota sobre Santo Tomás de Aquino: después de una gran experiencia mística en la que le fue dado contemplar someramente la gloria de Dios, exclamó: “Todo lo que he escrito es paja”. Gracias a Dios no quemaron esa paja, lo que nos hubiera privado de joyas como la Summa Theologica; sin embargo, desde ese momento hasta su cercana muerte, Tomás dejó de escribir. La experiencia de Dios que había tenido rendía vanas sus palabras.
Así como el arte es una forma de develamiento de lo real más ligada con el aspecto intuitivo de lo real más ligada con el aspecto intuitivo de la inteligencia que con su aspecto discursivo, así también el arte es muchas veces sobrepasado por el develamiento indecible de la unión con Dios. Esto se expresa a través de las palabras que se usan para hablar de la última aspiración humana: el deseo de la visión de Dios o el deseo de la unión amorosa con Dios. Aunque, como he dicho, la unión con Dios es más alta que su visión, el sentido de la vista nos permite mantener la distancia necesaria para no caer en una fusión oceánica con Dios, peligro que siempre corre el místico. El sentido de la vista, el mismo Tomás lo dijo, es el más intelectual de los sentidos humanos. Ver es de cierta manera mantenerse a distancia. Quizás esto es la salvaguarda final de nuestra propia identidad en relación con la divina. En teología, el “deseo de la visión de Dios” expresa la más alta aspiración del hombre; en el lenguaje místico, esta aspiración se expresa mediante el deseo de la unión con Dios. Mantener las dos expresiones es indispensable.

III. El cinematógrafo, última de las grandes artes de Occidente, puede tener una capacidad “diabólica” de separación del hombre de sí mismo y de los otros como la televisión o puede ser un verdadero arte. Su lenguaje es complejo: imagen en movimiento, montaje, sonidos, palabras humanas, discursos, silencios... Lo importante es lo que se hace con todos estos recursos. Los grandes artistas utilizan todos estos elementos como medios expresivos para tratar de decir algo que no podrían decir de otra manera. El uso tan personal de estos recursos permite que alguien, como el cineasta francés Rohmer, pueda dedicar más de diez minutos a elaboradas discusiones filosóficas que tienen lugar entre sus personajes. Todo se vale para plasmar algo que sólo el artista puede decir, en particular cuando trata de modelar algo que pertenece al universo de lo divino o de lo intensamente humano. Empero, así como el director de cine que es artista usa sus medios para expresarse, así el verdadero lector de cine ve y vuelve a ver las películas de estos autores para encontrar lo que quisieron decir o lo que se dijo a través de ellos; algo similar a como se lee poesía. No basta ver El espejo de Andrei Tarkovski una sola vez para saber qué quiso decir el autor, aunque es también cierto que ver esta película una sola vez causa una impresión en el espectador abierto al encuentro con el arte que difícilmente lo deja indiferente. Una manera distinta de ver al mundo, una develación, se coló a través de todas aquellas en que un director supo manejar sus recursos de manera tal que no sólo hizo cine, sino, sobre todo, arte.

www.mercaba.org/ARTICULOS/N/notas_sobre_la_belleza.htm

testimonios

TODO ES TEMPESTAD, TODO GRITO,
no lluvia incesante y lastimera;
todo, potente fuego imperioso
que arde, consume y no quema
y arrebata al alma y la deja inerme.

Todo es pasión de una ausencia encendida
en el centro del ser donde no hay nada,
sólo vacío, hueco, abismo,
oquedad que exige ser llenada
y ansiosa
solamente
espera.

***

De lo exterior a lo interior,
de lo interior a lo superior.
SAN AGUSTÍN DE HIPONA


RASTREO TU PERFUME SOBRE LA PIEL DE LAS cosas,
sobre la hoja del laurel y el canto del ave,
en los estambres diminutos del clavel
y los fastuosos pétalos de la rosa.

Te sigo y te adivino en los minutos que me esculpen.

La noche, confidente, me habla de ti
y el pozo obscuro tras mis ojos cerrados
en el que penetro tras recorrer las pieles,
puertas privilegiadas del jardín y el castillo.

En mí te intuyo,
en mí te escucho,
en mí te pierdo al extender la mano.

El gran viento me cubre y me rapta al borde del llanto,
por tenerte tan cerca, por saberte tan lejos,
porque el océano no cabe en el cuenco de mis manos
ni la noche completa en la luna de mis ojos,
porque mis costuras se desgarran y ni así te contengo.

***

EN UN CRISTAL DE ARENA
donde se adivina la noche
escucho al viento que gira.

El espejo reconoce tu imagen inasible
hecha de verdes y sombras
en esta tarde
detenida

ES OSCURA LA NOCHE;
cómo calla el viento;
los pájaros escuchan,
esperan;
los árboles respiran inaudibles.

Es oscura la noche;
la madrugada demora,
teme rasgar el himen, negro.

CRISÁLIDA

ESCAPAR A TIERRA DE NADIE,
al lugar del cacto, de la arena,
del reptil, de la piedra.

Enterrar la palabra en el centro,
que se nutra de rocas, de mutismo,
del vago rumor del fuego interno;
que calle y escuche y se llene
de vacío rotundo, redondo,
de ausencia;
que adelgace y se vuelva sutil, diáfana,
pulida por los granos de arena, por el viento,
que la absorba la sequía que purifica los corazones más recios.

Que se quede oculta
en un pozo austero
hasta que le broten alas
y dance desnuda frente al Fuego
y se vuelva ígneo silencio.

LOS GRILLOS

Y ahora,
¿qué sucederá sin los bárbaros?
Esos hombres al menos ofrecían una solución
CONSTANTINO CAVAFIS

AGUDOS, RASGAN EL SILENCIO,
aún existe la noche, dicen,
los bárbaros no han fallecido,
viven allende la frontera;
si ellos aúllan, aquí tiembla,
si cantan, el mar se enfurece.

Tras los muros, bombillas tenues,
sordo ronroneo del gato,
los anaqueles y sus latas,
el tapiz recién fumigado,
la radio eterna y encendida;
pilas de libros no leídos,
de cartas nunca redactadas,
de versos jamás terminados
--los mosquitos surcan el aire--;
detrás de los muros, en la casa,
las medias cuelgan de los grifos
y las duchas con agua fría
caen sobre mi cuerpo febril.

El canto monótono agudo
proclama alto que los fieros,
los bárbaros, pueden venir.

***

NADA SE TRANSFIGURA EN ESTE OCASO,
no hay vuelo de aves ni canto de niños ni luz sobre las hojas;
sólo el ruido de un motor.

Hoy es triste la noche.

A lo lejos brillan los sueños que surcaron el océano;
brillan y aún prometen un paraíso que triunfaría del asfalto,
que se elevaría para cubrir las centrales nucleares,
y proteger al hombre, a la mujer, al niño, a la bestia, a la caña, al maíz
de carreteras que atraviesan el desierto y la floresta.
Brillan, cómo brillan, pero no se transfigura, hoy, la oscuridad.

Dios, sentado en su trono y sus ardientes súbditos
observan a Babel y su torre de sueños:
ven las alas de Ícaro, el fuego de Prometeo, el vuelo del tren rápido Roma-París,
los cibernautas y sus juegos, y un Arca que naufraga en un lugar de la Tierra.

Dios, invisible, observa la noche del hombre y ve brillar sus sueños.

***

SOSTÉN EL ÁRBOL DE CRISTAL,
que no caiga, que no se rompa.

Es de noche y hay un abismo
que nada ni nadie sostiene.

Y Dios se ha ido, se ha ocultado;
su nombre, una campana muda,
su presencia, fértil ausencia.

Cae el telón de vidrio oscuro;
ay, es de noche, los murciélagos
rasgan el rostro de la luna.

Tiemblan las hojas de cristal
y ya no bajan las princesas,
ya no suben en las barcazas,
ya no bailan en zapatillas...

Sostén el árbol de diamantes
que aún no caiga, que no se rompa.

***

HABLARÁN DE NOSOTROS,
dirán que nos soñaron.

Seremos una Atlántida,
un Adán y una Eva en su deseo extraviados.

Hablarán de nosotros la nostalgia,
el aroma del pan,
y el vino que bebimos.

Hablarán de nosotros
y nos haremos agua
y un río que no regresa.

***

LÚDICA LIGEREZA QUE ME ASOLAS,
en un aquí y un hoy que no es un antes
mas siempre es el segundo de mi aliento.

Eres danza que nunca desmiente
el fuego que desciende del olvido,
el nombre que es un nombre ya sin nombre,
tan persistente y fino cual llovizna.

Olvido de mí, tú, ligereza,
me atrapas en cualquier rincón oscuro,
en la bañera y en su vaho de perfumes,
en los profundos sótanos aislados,
en la recámara con mi soledad vestida,
en un rayo de luz sobre la alfombra.

Olvido de mí, cruel ligereza,
no te busco y te encuentro,
no te anhelo y me sigues.

Sin elegirte, me haces tuya.

Patricia Gutiérrez-Otero nació en México, D.F. en 1958. A los 23 años, después de terminar la carrera de Ciencias de la comunicación, emigró a Europa, donde estudió en el Instituto de Estudios Teológicos de la Compañía de Jesús en Bélgica. Pasó siete años rodeada de religiosos, hombres y mujeres. De regreso a México se integró en la revista Ixtus, que dirige Javier Sicilia, y desde hace unos años ha sido la subdirectora. También participó en el taller de poesía de Sicilia. Ha publicado poemas en Siempre!, Tragaluz, Mala Vida. Además de escribir en Ixtus, publicó una columna semanal en Siempre! Ha traducido varios libros de ensayo o literatura. Actualmente tiene en puerta la publicación, por Aldus, de la traducción de un poema de Paul Claudel: La cantata a tres voces.

zonas

FALLECIÓ JUAN MARTÍNEZ, HÉROE DE LA CONTRACULTURA
ALBERTO BLANCO

El 18 de enero de 2007, Juan Martínez poeta, artista, ser humano excepcional dejó de existir. O tal vez sería mejor decir como creo que a él le habría gustado dejó de manifestarse en su forma humana en este planeta. Autor de una obra única, Martínez deja tras de sí una obra poética y gráfica de calidad extraordinaria, a la cual no se ha prestado la atención debida.
Estoy convencido de que, con el tiempo, su Angel de fuego por citar un ejemplo habrá de ser considerado una de las grandes obras de la poesía mexicana del siglo XX.
Tuve la suerte de conocer a Juan Martínez en las calles de Tijuana, a mediados de los años 70. Su fama subterránea, su verdadera leyenda contracultural ya habían generado en mí el deseo de encontrarme con él. Puedo afirmar sin dudar un momento que el encuentro no sólo no se quedó a la zaga de mis expectativas, sino que las superó con creces. La relación que comenzó entonces me llevó a vivir una serie de experiencias punto menos que increíbles a lo largo de las tres décadas que duró nuestra amistad.
Cuando lo conocí, Juan llevaba años viviendo en las calles de Tijuana. Se dice fácil. Para cualquiera que conozca Tijuana, esta sola aseveración debe generar escalofríos. Vivir en las calles de Tijuana sin manejar dinero, ¿cómo es posible? Juan se pasaba días recorriendo las calles, los talleres, las playas le fascinaba nadar interminables horas en las heladas aguas del Pacífico y las noches en los cafés que pespunteaban la avenida Revolución.
En uno de esos cafés, una noche memorable, nos dictó a un grupo de amigos su incomparable Angel de fuego. No sé cuánto tiempo lo había traído en su memoria, pero decidió esa noche compartirlo con nosotros. Al poco tiempo, a raíz de la finalización del ciclo de la revista El Zaguán, decidimos que publicaríamos Angel de fuego con el dinero que había quedado en caja y que no se utilizó para editar el número ocho.

Recopilación de la obra
Así lo hicimos, en un tiraje muy limitado de 500 ejemplares. Cada uno llevaba en el frontispicio una pequeña reproducción de una tabla pintada por Juan Martínez, que milagrosamente se había salvado de la destrucción que con inexplicable saña persiguió su trabajo toda su vida. Cuando no fue la incuria, el desconocimiento o el descuido de quienes le conocían y rodeaban incluidos sus benefectores, fue él mismo quien lamentablemente se encargó de destruir parte de su obra.
Recuerdo una serie maravillosa de dibujos hechos en trozos de lija recogidos en los talleres mecánicos de Tijuana, donde Juan había hecho brotar con su arte único unos paisajes maravillosos, frotando la superficie de las lijas llenas de manchas sugerentes con guijarros recogidos en la playa. Una serie de verdaderas mezzotintas silvestres. Por desgracia, esa serie de lijas se perdió.
Lo mismo sucedió con una serie de "naves espaciales" que Juan construyó con papel de aluminio, estaño, envolturas de cigarros y chocolates que recogía de la calle, y que con gran fuerza consolidaba con sus manos hasta darles la forma justa. Todas se perdieron. Asimismo, ignoro qué es lo que habrá sido de aquella "rama dorada" que Juan construyó pacientemente, forrando con papel dorado hoja por hoja una enorme rama desgajada de un árbol cercano. Una obra digna de coronar cualquiera de las grandes bienales. Por desgracia, muchas obras de Juan volvieron por decirlo así al olvido del que fueron rescatadas. Y es que hay que subrayar que todo su trabajo gráfico, pictórico y visual fue hecho con puro material de desperdicio.
Mención aparte merecen sus extraordinarias "galaxias": una serie de trabajos de tinta hecho en servilletas de papel, donde logró conjurar, merced a interminables horas de trabajo en los cafés, verdaderas visiones cosmológicas cifradas en un material tan perecedero. Por fortuna logramos rescatar muchas de esas piezas. Unas cuantas pudieron ser valoradas por los lectores de la revista Memoranda, que hace años editaba el poeta Sergio Mondragón en el ISSSTE, en un número especial dedicado a Juan, en el que colaboramos muchos amigos.
No era la primera vez que Mondragón dedicaba espacio al trabajo de Juan Martínez. Ni era Sergio Mondragón el primero en darse cuenta de la altura de ese trabajo. El primero en publicar un cuadernillo con sus poemas fue, nada más ni nada menos, que Juan José Arreola, y probablemente la primera artista de renombre en reconocer su trabajo visual fue Leonora Carrington.

Indiferencia criminal
En la década de los 70 las páginas de El Corno Emplumado dieron cabida a los poemas de Juan que, tal y como sucedió siempre, pasaron criminalmente inadvertidos. Lo mismo pasó con Angel de fuego, y años más tarde con la reunión de toda su poesía al menos toda la poesía conocida hasta entonces, que bajo el título de En el valle sagrado publicó la UAM en los años 80.
El mismo grupo de amigos que incluía a Sergio Mondragón, Luis Cortés Bargalló, Alfonso René Gutiérrez, Víctor Soto, Tomás Calvillo, Eugenio Metaca y Javier Sicilia, entre otros nos dimos a la tarea de rastrear los poemas publicados y escritos por Juan para verlos reunidos en un solo volumen.
El libro, excepcional en la calidad de sus visiones, pasó habrá que decirlo una vez más rodeado del más absoluto silencio. Sin embargo, creo que el silencio que rodeó a Juan Martínez y a su magnífica obra en toda su vida no lo acompañará eternamente. Tarde o temprano nuevas y más sensibles generaciones se darán cuenta de la magnitud de la obra de un artista total, que forjó al margen de la vida pública y las instituciones culturales una leyenda singular en el México contemporáneo. Larga vida al incomparable Angel de fuego.

La Jornada,México, 20 de enero de 2007


ÁNGEL DE FUEGO
Canto II

El vacío cimbrándose al compás de ritmos primigenios
las percusiones filtrándose por los tímpanos
invadiendo tus ojos de un fuego fatuo
transitorio, brillante como el contrapunto del
fagot
el hormiguero acuciante con la ira de la sangre por dentro,
pálidos fantasmas surcando los rostros
en el relumbre de sus crímenes
inéditos aún en su conciencia vegetal
vírgenes fallidas en el descanso de su demencia
más grávida por la sorpresa del alba
disolviéndose en distorsiones con el humo,
en la materia grisácea voces recordando su sexo como idea erótica
implícita masturbación al libre arbitrio;
Pitecanthropus, ha sido allanada tu caverna por farsantes
ellos nada tienen que ver contigo, y sin embargo te imitan,
tú eras puro en tu apariencia bestial
estos son bestialmente impuros en su apariencia
evolucionada; no intentes el retorno, permanece adherido a tu isla
como tus muslos a las altas botas con piel de cabra
como tu corazón al silbo de los gamos
como locura apasionada en la cordura de un interior deleite
recordando el estragón o la cereza
como la tarde primera de tu resurrección al mundo de los vivos

***

PREMIO DE POESÍA AGUASCALIENTES 2007 PARA MARIO BOJÓRQUEZ

Mario Bojórquez se hace acreedor al Premio de Poesía Aguascalientes 2007 por su poemario El deseo postergado, un libro donde a través del verso libre que se ciñe a las bases de las estructuras clásicas se conjuntan imágenes mortuorias, paisajes naturales y sentimientos de desamor, alejamiento y nostalgia.
El Premio de Poesía Aguascalientes, auspiciado por el Gobierno del Estado de Aguascalientes, a través del Instituto de Cultura de Aguascalientes, el Patronato de la Feria de San Marcos y el Instituto Nacional de Bellas Artes, es el reconocimiento más importante a nivel nacional en este género literario.
El monto del premio asciende a 250 mil pesos en efectivo. Asimismo, el ganador se hace acreedor a un diploma y la publicación de la obra bajo el sello editorial de Joaquín Mortiz. El premio se entrega cada año en ceremonia especial en la ciudad de Aguascalientes, Aguascalientes en el marco de la Feria de San Marcos.
Entre los ganadores anteriores de este reconocimiento se pueden mencionar a Juan Bañuelos, José Emilio Pacheco, Eduardo Lizalde, Hugo Gutiérrez Vega, Coral Bracho Francisco Hernández, Myriam Moscona, Jorge Esquinca, Eduardo Milán, Malva Flores, Héctor Carreto y María Baranda. A más de 30 años de distancia de su primera emisión, el Premio de Poesía Aguascalientes es indudablemente el premio de poesía con mayor tradición en el país.
Este año, el jurado, compuesto por Dana Gelinas, Eduardo Langagne y Víctor Sandoval entregó el Premio de Poesía Aguascalientes al libro El deseo postergado, firmado con el seudónimo “Cantado para nadie”. El jurado consigna en el acta: “Se trata de una obra contundente y expresiva cuya temática se sostiene con oficio y originalidad. Es convincente en su planteamiento y desarrollos poéticos, y muestra un conocimiento y domino de la tradición del verso”.

Sobre El deseo postergado
El seudónimo que Mario Bojórquez eligió para su libro El deseo postergado, es el de “Cantado para nadie”, título de aquel libro del poeta queretano Francisco Cervantes, autor poco difundido y mal leído, que realizó versos donde exponía agrias lamentaciones contemporáneas; que además realizó las más eruditas traducciones de Fernando Pessoa y de otros poetas portugueses y brasileños; él mismo escribió en galaico y galaico-portugués y tomó su inspiración de los versos y estructuras clásicas.
En esa tradición de lamentaciones es donde se inscribe este poemario de Mario Bojórquez. El deseo postergado inicia con un poema lapidario al que le sigue un epígrafe del propio Francisco Cervantes.
A continuación, el poeta toma los elementos naturales (hendidura de la tierra, fruto amargo, hoja espiritual) que convergen con reflexiones poéticas sobre la muerte ― Quede aquí por lo pronto / el canto de alguien que no supo / vivir como deseaba―, y el alejamiento físico y espiritual ― Pero en el ir también / quedaron los deseos / plantados a orillas del camino / arboleda de natas / para tu pie ligero.
Al mismo tiempo, el verso libre de Mario Bojórquez, que tiene su antecedente en un conocimiento profundo de las formas, crea imágenes poéticas que recuerdan la poesía más desgarradora de Eduardo Lizalde, que se coloca al borde del abismo para observar lo que ahí se suscita: Tu mano trémula se aferrará al báculo torpe / como las hierbas huérfanas al borde del abismo.
Mario Bojórquez ofrece con este poemario una serie de versos cuyo punto en común es el olvido al que todo y todos estamos condenados.

www.literaturainba.com, 29 de enero de 2007

***

Y TAMBIÉN POETAS...

La inflación de escritores(as) de poesía, estudiada agudamente hace varios años por Gabriel Zaid, ha tenido, de algunos años para acá, una manifestación indeseada y, lamentablemente, persistente. Si uno se asoma los estantes de novedades, encontrará cómo recientemente se ha integrado al Parnaso poético mexicano, nada menos que Sergio Andrade, el famoso pergeñador de baladas y antiguo manager de Gloria Trevi. Al parecer como consecuencia de las largas horas pasadas en prisión, este pederasta irredento ha lanzado al mercado una recopilación de textos que él considera dignos de competir con lo más granado de la lírica actual.
No debe sorprender que miembros de la “farándula” tan conspicuos como Andrade se atrevan a sentirse bardos, vates o cuanta palabra antigua venga a la memoria, pues antes que él, figurones como Emmanuel, Laureano Brizuela y el mismísimo Chespirito han engalanado los estantes de las librerías con sus producciones poéticas. Bueno, en descargo de Brizuela hay que decir que no llegó a tanto, pues sus efluvios líricos únicamente circularon en una revista que no llegó más allá de los puestos de periódicos. Pero eso sí, Brizuela también redactó sus textos precisamente cuando ocupaba un lugar en el sistema carcelario mexicano debido a problemas fiscales.
Emmanuel, por su parte, podía presumir de haber pasado por un taller literario dirigido por un escritor reconocido (Tomás Mojarro), al cual asistieron también otros autores como el yucateco Sergio Esquivel. Lo malo es que no persistieron y su entusiasmo literario se quedó muy pronto en ayunas. ¡Oh, si hubieran aprendido algo más que a hilar unas cuantas frases melodramáticas! Sus fans seguramente se lo agradecerían. A propósito de esto último, hay que ver cómo sigue engañando incautos Ricardo Arjona, incapaz como es de articular siquiera un verso con rima consonante.
Pero Chespirito es quien, dentro del “medio artístico” le gana a sus compañeros poetas. Su recopilación lleva el pretenciosísimo título de Y también poemas..., pues alardea con semejante despropósito que domina magistralmente varios géneros literarios. No en balde su sobrenombre alude al gran dramaturgo inglés, quien de verdad fue un maestro del arte poético, lírico y dramático. Y si no, ahí están también las memorias del autor de Once y doce para corroborarlo...
Otra estirpe de estos poetas autonombrados es la de los políticos, adonde sobresale, sin lugar a dudas, Raúl Salinas de Gortari, quien en los efervescentes años en que cobraba puntualmente sus favores a los empresarios favoritos del régimen, publicó en una prestigiada editorial marginal, un ramillete de sus más logradas composiciones. La más famosa tal vez sea aquella referida a su oficio (lo conocían como Mr. Ten per Cent), que lo pintó de cuerpo entero, gracias a su exquisito manejo del verso:

En nuestra cristiana sociedad
la moral se da en por ciento:
es inmoral el que a uno roba entre cientos;
todos condenan, nadie dice lo siento.
Vaya cambio si ostentas algunos cientos:
pase usted, qué gusto, tome asiento.
Si a muchos robas al cien por ciento
pudiera haber algún moral resentimiento.
Puntos más, puntos menos,
lo moral es cuestión de un tanto por ciento.

(El secreto, un día. México, El Tucán de Virginia, 1990,. p. 63.)

En aquellos años, Enrique Serna escribió algunos artículos que denunciaban semejante desfachatez, algo que hizo también en relación con otros escritores del Olimpo en El miedo a los animales.
En este rubro otros dos nombres merecen citarse, otorgándoles el beneficio de la duda: Miguel González Avelar y José María Fernández Unsáin. El primero, aficionado al arte palindrómico, periódicamente publicaba algunas recopilaciones de intentos, algunos logrados en esa difícil labor de leer de izquierda a derecha y viceversa. Fernández Unsáin, por su parte, había sido una joven promesa de las letras argentinas, pero sucumbió ante las facilidades de vida que encontró en México. Como dirigente de los autores, dejó la lira abandonada y, cuando quiso volver a ella, el tiempo le pasó la factura por su infidelidad a la pasión juvenil.
Muchos políticos reconocen abiertamente que darían cualquier cosa por poseer el don de la poesía... sobre todo si ello les permite conseguir los favores amorosos de un mayor número de damas. Así se lo confesaban abiertamente al diputado Jaime Sabines, cuando descaradamente le contaban la forma en que algunas féminas reaccionaban a sus insinuaciones poéticas.
Pero no hay que suponer que únicamente personajes tan aparentemente alejados de la poesía han hecho sus pininos en el terreno de las musas. También algunos filósofos como Antonio Caso y, recientemente, don Adolfo Sánchez Vázquez. Uno se pregunta: ¿por qué no aprendieron la lección de alguien tan profunda como María Zambrano? Esta gran pensadora nunca se ostentó como poeta a pesar de la enorme profundidad con que se acercó a la realidad y misterios de la diosa blanca. Parece que es muy fácil incurrir en la falacia de que hacer poesía es muy sencillo e invadir con ello un campo que no es el propio. Sólo faltaría que Enrique Krauze publique sus poemas...
Así, la lista de aficionados a la poesía que han perpetrado intentos valientes (hay que reconocerlo) no es nada reducida. Julio Ortega, por ejemplo, criticaba los pameos y meopas de Julio Cortázar, con un argumento que no se ha aplicado a sí mismo: “son conmovedoramente malos”. José Donoso, a su vez, se curó en salud desde el título de su libro: Poemas de un novelista. José Saramago no resistió la tentación de ver publicados sus textos en un volumen descomunal, pero no ha sido el único Premio Nobel narrador metido a poeta: ahí están los casos de Faulkner y Hemingway, quienes de haberse dedicado a la poesía no habrían alcanzado mayor reconocimiento.
Pocos escritores, como García Márquez y Monsiváis, han reconocido sus limitaciones y ven de lejos la labor poética, aunque el cronista mexicano sea un antologador de gran aliento y experiencia. Juan Domingo Argüelles se refirió así al único esbozo poético de Monsiváis: “Lo más parecido a un poema que ha escrito Monsiváis es el “Informe confidencial sobre la posibilidad de un mínimo equivalente mexicano del poema Howl (El aullido) de Allen Ginsberg’, incluido en las páginas de su primer libro de crónicas, Días de guardar (1970). Pero Carlos Monsiváis no ha pretendido nunca ser un poeta, sino un gozador, un recreador y un divulgador de poemas”.
La sobreabundancia de poetas, pues, demuestra la enorme envidia que ocasionan los verdaderos creadores, los poseídos por el manejo de la palabra profunda, ese misterio que descansa esporádicamente sobre algunos afortunados. Sigue vigente, entonces, lo que, palabras más, palabras menos, escribió Octavio Paz: “todos nos hemos enamorado, pero no todos podemos un escribir un soneto como Garcilaso”.

L.C.-O.
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