viernes, 16 de marzo de 2007

109: zapping, de andrés ramírez

ANDRÉS RAMÍREZ PERSISTE EN COMPRENDER LA REALIDAD MEDIANTE LA PALABRA
Mónica Mateos-Vega


Mediante la poesía, Andrés Ramírez (Tetelcingo, Morelos, 1972) permanece atento a la realidad, inmerso en lo cotidiano, no obstante ésta se aparezca fragmentada. De pronto, caza un instante, lo transforma en un verso y recrea ''pequeñas llamaradas" de sí mismo o de aquello que sucede en la calle, en su casa, a través de la ventana de su oficina. Así describe el poeta el contenido de su poemario Zapping, editado por la Universidad de Guanajuato, con el apoyo de una beca del Centro Mexicano de Escritores y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, y que recientemente comenzó a circular en librerías.


Ser tenaz y no rendirse
En entrevista con La Jornada, Ramírez considera que ''una de las grandes virtudes de la poesía es que no ha aspirado a ser un producto comercial de la industria editorial, en ese sentido, se mantiene pura e intacta.
''La poesía no tiene más leyes que las que el propio poeta determina, por eso cada autor debe ser fiel a sí mismo y seguir su vocación de principio a fin. Tal vez en el camino se dé cuenta de que la poesía no es lo suyo, sino la narrativa o la crónica, pero si uno hace poesía se descubre, poco a poco, esa necesidad de estar todos los días escribiendo o pensando en posibles poemas.
''Se trata de ser tenaz, de no rendirse ante el hecho de que, efectivamente, hay pocos lectores de poesía, pero son lectores muy fieles y conocedores del género, lectores atentísimos a lo que uno hace, personas que realmente disfrutan la poesía sin pensar en otra cosa".
El poeta explica que ''las certezas aparecen luego del trabajo constante con cada poema, y son verdades, chispazos, que no dependen de nada más. Son certezas a veces dolorosas, otras más festivas, otras de descripción de lo que uno ve, pero que constituyen mundos ajenos, que sólo le pertenecen al poeta".
Andrés Ramírez estudió antropología y letras, pero lleva años dedicado al trabajo editorial, y en la actualidad se desempeña como director literario en Random House Mondadori.
Al respecto, dice que durante algún tiempo las labores de oficina se pusieron ''encima" de su poesía, ''pero ésta siempre ha circulado por su carril. Zapping lo escribí hace casi seis años y tuve que estar encontrando espacios para cada poema.
''Trabajar todos los días en una editorial, aunque esté rodeado de libros, escritores y amigos, no deja de ser difícil para un poeta, porque no queda tiempo para leer lo que uno quiere o para escribir lo que se desea, por eso, este libro fue un escape del trabajo cotidiano".

El terreno de la utopía
Andrés Ramírez ha publicado los poemarios Un canto para los navegantes (Dosfilos, 1992) y En nuestros ojos (Universidad Veracruzana, 1997); señala que en su época de adolescente, ''cuando se es utopista por naturaleza", descubrió su vocación por la poesía. ''La poesía es también el terreno de la utopía, porque ahí uno es el creador de un mundo propio. El primer poeta que me impactó fue Pablo Neruda y sus poemas de amor, entonces mis primeros poemas tenían que ver con ese canto a la belleza. Después escribí poemas más sombríos, de descorazonamiento con respecto a la realidad.
''A través de los años, uno va conformado su voz, su estilo, su identidad poética. Mis primeros poemas estaban muy influenciados por lo que leía y por lo que estaba sintiendo. Después, fui descubriendo que hay muchas más capas de la realidad y de la poesía, por eso el oficio de poeta ha sido para mí un descubrimiento de los temas y las sensaciones que me interesan, al tiempo de que he tratado de ir perfeccionando el lenguaje, en el sentido más técnico y simple."
­Por encima de los cambios que ha experimentado su poesía, ¿cuál considera que es su huella digital, aquello que permanece en su escritura?
­La desesperanza ante el mundo que nos rodea es innegable. Sin duda se trata de una fuente de temas. Los poemas que integran Zapping son una especie de confesiones y eso siempre ha existido, tratar de comprender la realidad mediante el poema: tratar de entender lo que uno siente y vive a través de la palabra. Esas son las huellas que siguen actuando en mí.

La Jornada, México, 22 de diciembre de 2006

ZAPPING, DE ANDRÉS RAMÍREZ
José Manuel Mateo


Lo ya visto, sucesiones de sueños dentro de sueños o recuerdos, mismos-temas, conciencia de que no hay luz divina para dar testimonio de lo humano, eso, me parece, es el centro de este libro de Andrés Ramírez, poeta y editor nacido —si hemos de creer en la ficha biográfica de su segundo libro— en Santa Coatlicue, Guerrero, allá por 1972.
Andrés se detiene en el umbral de lo doméstico-distinto para dar testimonio de ese esto de aquí que resplandece suciamente cuando somos capaces de entrever, de espiar en la penumbra. La profundidad reflexiva de muchos de sus poemas inmediatamente nos hace preguntarnos por qué titular el conjunto con la designación de esa práctica detestable —incluso para quien la ejerce— que consiste en cambiar una y otra vez el canal de la televisión empleando el control remoto.
El zapping, en un primer momento, deja constancia de que la multiplicidad de opciones deriva en el hastío, en una acción automática que nos mantiene sumergidos en una suerte de vida latente sin inteligencia. Es un “ir y venir sinsentido”, “velocidad y más velocidad” que termina por arrojarnos en una visión apocalíptica resistente a toda “alquimia que despierte”. En un segundo momento, este modo de ser televidente también sugiere una especie de abandono del yo, o bien, una confrontación con eso que tenemos la ilusión de ser. El zapping abre un vacío donde la iluminación no se alcanza y en cambio los terrores cobran cuerpo. En el televisor, Babilonia “luce atravesada/ moribunda y enferma”, y la gran ciudad lo mismo puede ser la imagen de la humanidad que del individuo inmerso en el ejercicio de la vida como propiedad privada.
La noche, atravesada por la luz que brota del televisor, por ese “resplandor que ciega”, ya no parece envolver ninguna revelación trascendental. Las certezas del místico Juan de Yepes se ven rotunda y reiteradamente negadas. Sin embargo, persiste en la configuración poética de Andrés una actitud solidaria del misticismo que subrepticiamente va incorporándose a los versos. En “Escepticismo revisionista”, declara con firmeza que los relámpagos “no transforman/ sólo ocultan, esconden, envenenan”. No hay “tal luz”, dice, que mane de ninguna fuente escondida y “sólo la sangre palpita inmortal”. Tal fluido, aun cuando en este poema busca oponerse a lo trascendente, se mantiene arraigado en la órbita espiritual gracias, precisamente, al adjetivo. Y podría añadirse que la sangre, aun cuando se integra a una formulación escéptica, no alcanza a desprenderse de su asociación con los símbolos del cristianismo. Más adelante, “Guadalajara en Semana Santa” pone el acento en lo fácil que resulta atestiguar la ponzoña que rezuma el mundo y lo difícil que se revela “descubrir el sucio resplandor humano”. Basta un dolor “para ver que la azucena sangra”, pero falta honestidad para sufrir semejante verdad, concluye el poema. En efecto, no hay luz que surja de fuente divina pero sí un brillo de procedencia humana y signo negativo que se esfuerza por pervivir. En “Mismos temas” el poeta se pregunta si no es “tiempo de hurgar en el fondo y hallar la mentira,/ manantial de acusaciones místicas”. Pero a esta pregunta le acompaña la siguiente: “¿Dónde está, en fin (en fin), ese valor/ esa ruptura sin sosiego, el despertar?” Al rechazo de la mística le sigue una postura que busca la finalidad que dé sentido o valor. No se alza la voluntad de conocer lo humano (porque al parecer la gente se halla marcada por el signo del desahucio), sino el reclamo de concluir este mal sueño que se llama existencia, en su doble perfil individual e histórico.
Cruza por casi todos los poemas la plena convicción de nuestra incompetencia para amar, y se reitera esa condición nuestra de seres insulsos: “brutos, ignorantes, sin chiste”. Y de ahí parte la reflexión, la búsqueda a través de la mirada, que lo mismo se dirige al yo que a lo circundante. En los poemas de Andrés hay una búsqueda inmóvil, una voluntad de permanecer frente a una luz aletargante para desafiar su poder hipnótico. Joaquín Sabina habla con humor del “budismo zen de la tele”. En Zapping no hay espacio reservado para la broma. Su intención anti trascendental se construye con severidad y aspereza, pero tal vez a su pesar asume actitudes místicas próximas al cristianismo y a las tradiciones orientales. “No llegaré,/ como dice el taotekin,/ con los ojos en blanco:// espiaré desde la penumbra”, se advierte. Con ello, me parece, Andrés niega la posibilidad de obtener revelaciones y confía en el camino de la meditación heterodoxa.

Escenica 7, www.escenica7.com/columnamixta/index.htm

testimonios



TAO DE MÍ

Vamos a no entender nada
de lo que aquí sucede

a pedirle al sentido que regrese
por donde vino
y como llegó:
de la nada de ningún dios

a insinuar, no a decir
que nada tiene hondura
nada tiene precio
más alto
que subir
subir
para ver lo invisible.

VOYEUR TRIP

Se desnuda
frente al árbol solo;
ella no quiere
pero descubre su calor:
el presagio de un fruto diferente

sacude el cabello
en signo de guerra
y no siente el frío
que le da cualquier amante

intenta besar
al aire
al cielo vacío
pero una exhalación la detiene

entonces recuerda
cómo llegó aquí


DEJA VU

Un recuerdo
despierta de otro,
abre uno anterior,
y no termina de llegar,
de ser;
una imagen
vive de otro tiempo,
y no transfigura,
la vaciedad silenciosa

qué importa mirar
otra vez
lo que encontré entonces

un recuerdo,
el mismo,
despierta de lo más oscuro de mi sangre:
memoria que ilumina el camino.


INTERRUMPIMOS ESTE PROGRAMA
PARA DAR EL SIGUIENTE REPORTE COMERCIAL

Almost all our language has been taxed by war
ALLEN GINSBERG

No estamos vendiendo nada,
que no se pueda comprar

no pretendemos
que usted pierda la memoria
o la astucia

sólo queremos convencerlo,
convencidos:
su sangre vale
uno o dos muertitos

vendemos todo porque nada importa tanto
como el precio,
sojuzgado, malquerido.


CUATRO ELEMENTOS

imagina el cielo
que trae tu nombre
bordado en la lengua

imagina la tierra
que engendra la flor
en tu pecho vivo

imagina el sol
que trae tu voz
e ilumina el barranco

imagina la luna
que nos protege siempre
y habla en sueños.


[DESAPARECE PARA NO DESPERTAR...]

Desaparece para no despertar,
en medio del sueño
por un bestial golpe de suerte vacía:
la habitación rajada
como sandía herida
ardiente pero sin fuego.

*

Un desorden simple:
el colgado de cabeza
no escupe fuego.


AUTORRETRATO

Bajo la frente,
un granate cobrizo,
brilla haciadentro.

Bajo los párpados, las heridas invisibles,
hechas por la pus de una piel nueva,
y el cráneo silencioso,
hecho en el agua inasible.

¿Y la boca? Escondida.
Asaltada por un bosque
de vellos inconformes.

Al fondo, en el ojo izquierdo,
un ligero temblor,
que arde desde la misma nuca/

/impasible


ESCEPTICISMO REVISIONISTA

Ni dios ni brasa
que rompan la maldita locura final:
nada iluminará este pantano de símbolos.

Ni voz ni nada: sólo astillas,
fragmentos de ser
islas de luz;
relámpagos que no transforman
sólo ocultan, esconden, envenenan.

No hay tal luz:
sólo la sangre palpita inmortal.


DECONSTRÚYEME

para Una

Un sauce enfermo detiene la luz.

Y un sol de mediodía
me recuerda la larga noche que caminamos (juntos
adivinando
cómo enterrar la sangre que perdimos.

Fue tu voz la que me despertó.

Un filo oscuro
cicatriz vacía
envuelve mi otro rostro
éste que toca
tu leve piel resplandeciente.

Perdí otro mundo también
y gané herrumbre
con la cual pronunciar
mi propio levantamiento.


ZAPPING

No sólo el instante es cruel:
cambiar de canales,
en medio del vértigo,
es el corazón de esta hermandad sinsosiego.

Pierdo el inmediato pasado,
mientras aprieto el botón
y recuerdo la caída de Babilonia
protegida por un zar gigante y su ejército:
luce atravesada,
moribunda y enferma,
como el perfecto rostro que ahora me observa
de un hermoso demonio que viaja con cimitarra.
En sus despiadadas pupilas,
nace un relámpago encendido,
trueno de brasas nocturnas,
que desata su propio Apocalipsis.

Otro instante ya,
en este laberinto que tizna la memoria:
siete enanos decapitados
cenan en al mesa del maestro,
un viejo puto que no come cerdo,
pero habla hasta por los codos.

Sucesiones, herencias, intuición,
velocidad mas velocidad,
hasta el signo último: off up down.

No hay equilibrio que maldiga más
este ir y venir sinsentido

ni alquimia que despierte,
el resplandor que ciega.

Tonalá, Morelos, 2000-2005




zonas

INSTRUCCIONES PARA DOMAR LOS SUEÑOS
MARTÍN LÓPEZ-VEGA

Xavier Villaurrutia, Obra poética. Madrid, Hiperión, 2006
M
ás que una generación, los poetas mexicanos reunidos en torno a la revista Contemporáneos (que les dio nombre como grupo) fueron un conjunto de poetas muy diferentes que, llegados de lugares distintos y con destinos independientes, anduvieron juntos un trecho del camino durante los felices y surrealistas años 20. Todos respiraron los vientos vanguardistas que llegaban de París soplados por Paul Valéry: inspiraron el mismo aire y espiraron obras muy diferentes. Son los años en los que se decide que para disfrutar de un poema no es necesario entenderlo del todo. Salvador Elizondo nos da la fórmula mágica que propusieron, el punto de partida común: la suma de poesía pura y surrealismo, el intento de producir cosas pensables por medio de la poesía mediante la creación de cosas visibles con los ojos cerrados. Una vuelta de tuerca: volver abstracto lo abstracto. En los últimos años se ha producido un pequeño revival del grupo. Ediciones recientes han puesto lo fundamental de su obra al alcance del lector español: hace unos años DVD publicó la antología Contemporáneos. Obra poética, en la que recogía la obra prácticamente completa de Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, José Gorostiza, Salvador Novo y Jorge Cuesta, y hace poco la Fundación Santander Central Hispano editaba en un grueso volumen titulado de forma igualmente descriptiva Contemporáneos. Prosa lo mejor de su obra crítica y narrativa.
El más mexicano
Xavier Villaurrutia (1903-1950), cuya Obra poética publica ahora Hiperión, es unánimemente considerado uno de los más altos poetas de los «contemporáneos». Maestro de Octavio Paz, también es el más mexicano de todos ellos: su poesía entronca con el Barroco conceptista local, y es lo más parecido a un Góngora del siglo XX (no al Góngora de la caricatura, naturalmente, sino al gran poeta que sabe todo lo que el lenguaje puede dar de sí). La novedad de esta edición es el amplio estudio de Rosa García Gutiérrez, pues, con la excepción de un puñado de poemas marginales, toda la poesía estaba ya en el volumen publicado por DVD.
Formado en el modernismo (en los modelos originales franceses, pero también en la vertiente hispánica de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, incluso en la mexicana de López Velarde, sin olvidar a Tablada), Villaurrutia escribe en uno de sus ensayos: «Es un hecho innegable que, después del esplendor y la vitalidad que en los Siglos de Oro alcanzaron un punto cenital en un mediodía durable, la poesía española sufrió un eclipse prolongado», para luego afirmar que el Modernismo había venido a repetir aquella edad dorada. Pero Breton y su Primer manifiesto surrealista provocaron en él una gran conmoción: la parálisis, primero, y luego la chispa de la que brotarían sus mejores momentos poéticos. Copio un fragmento significativo de “Nocturno en que nada se oye”: “[...] y mi voz que madura / y mi voz quemadura / y mi bosque madura / y mi voz quema dura / como el hielo de vidrio / como el grito de hielo / aquí en el caracol de la oreja / el latido de un mar en el que no sé nada / en el que no se nada”. La relectura de Blake, Novalis y Nerval a la luz de la nueva estética le lleva a considerar como una única pregunta el problema de la poesía y el problema del ser. Tampoco hay que dejar de lado la importancia que para Villaurrutia tuvo la lectura de Freud. El sueño es un tema recurrente en su poesía, como lo fue en la de otro de los “Contemporáneos”, Bernardo Ortiz de Montellano. “Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera / y el grito de la estatua desdoblando la esquina”, escribe en “Nocturno de la estatua”, poema de Nostalgia de la muerte, el más célebre de sus libros.

Frutos extraños
En definitiva, lo que Villaurrutia propone es un surrealismo barroco (¿no son ambos movimientos, en cierto sentido, parientes cercanos?) moderado por la razón: deja que la imaginación se desboque para luego cribar y escoger, de sus frutos extraños, los que más se le parecen, los que más se nos parecen a nosotros, criaturas igual de extravagantes que las creadas por el sueño. En su muy documentado y minucioso prólogo Rosa García Gutiérrez da nutrida cuenta de los detalles biográficos y literarios que llevan a Villaurrutia del modernismo -pasando por el Surrealismo- hasta su plenitud.
El pintor Diego Rivera ridiculizó en un mural a los «contemporáneos»: representa a una mujer burguesa barriendo los atributos del «arte puro» -el laurel, la lira...- a las órdenes de una mujer del pueblo mientras un «contemporáneo» con orejas de burro recibe la patada de un campesino. El juicio del tiempo, sin embargo, ha resultado muy otro: Villaurrutia sigue siendo, hoy, un contemporáneo, ya sin comillas ni cursivas.

ABCD, núm. 782, 27 de enero de 2007

***

JULIO CÉSAR FÉLIX: DESIERTO BLUES
RICARDO MUÑOZ MUNGUÍA

El mar, el viento y la memoria se desatan para abrazar el tiempo. Son aspectos que forman el marco del panorama que nos presenta Julio César Félix (Novolato, Sinaloa, 1975) en su más reciente poemario, Desierto Blues.
El autor de los libros de poemas De noche los amores son pardos y Brisa de luna, entre otros, entrega en su Desierto Blues un cuadro en el que su fondo está pintado por los colores de los sentidos e iluminado por las luces del sueño y de los delirios. La tinta del tiempo marca su huella con la misma intensidad en el pasado, el presente y el futuro. La memoria alza su voz a la menor oportunidad.
El agua, al igual que un mar de desierto, está presente en la gran mayoría del cuerpo del libro; el viento juega con las hojas del tiempo “Viento naranja viento de nadie/ viento de sombra viento de luna/ viento de suma de resta/ viento en el sueño del paraíso/ de las hojas de ayer”; los sentidos (el olfato y la vista, sobre todo) se desprenden de sus características y entonces también se pueden sentir, nos dicen algo “Un sinuoso deambular por la ceguera de mis pasos/ se repite se reitera se reproduce se revierte inefables demonios que despiertan”; el lenguaje pisa con firmeza su presencia; la sangre, con su constante compañía: el corazón, aparece en distintos puntos, forman el cuerpo herido “Late el sudor del corazón por las fronteras/ del delirio”; los colores, más allá de su habitual gesto, cobran figura “todo se proyecta/ en luces azules, rojas, blancas/ que circundan el árbol de la esperanza;/ esta noche los sentidos/ se esfuman en el infierno/ invernal de nuestras invenciones”.
Los recuerdos se filtran por los deseos y pasan finalmente a los sueños. Y sí, como dice uno de los epígrafes que utiliza el escritor sinaloense de Paul Valéry, Soñar es saber, los sueños dan paso al saber y a la imaginación.
Desierto Blues es un libro breve, en el que se vislumbra el ceñimiento necesario para que los versos no se vuelvan densos o se salgan del vaso poético. Julio César Félix muestra en gran medida su influencia por el mar, el agua, la sangre, líquidos que se amoldan a la inmensidad de la tierra, de nuestra necesidad y de donde germina la vida misma: la poesía. De igual modo sus lecturas dan señales por donde transita el quehacer creativo del autor.

Julio César Félix, Desierto Blues. México, Secretaría de Educación y Cultura de Coahuila-Conaculta-Instituto Coahuilense de Cultura, 2006.

La Cultura en México, Siempre!, núm. 2801, 18 de febrero de 2007

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REACCIÓN AL TEXTO “Y TAMBIÉN POETAS...”
LEONARDO CRUZ PARCERO

N
o creo que valga la pena detenernos a refunfuñar porque un acto de expresión, genuina y válida, pero comercializada intencionadamente en forma de libro, sea mezclada en el ávido escaparate de las ventas con otros vehículos de expresión, de tradición y de enumeración minuciosa en una filigrana de la maravilla de estar vivo y cantarlo. Para los comerciantes es igual libro que libro, mientras se pueda intercambiar por moneda. Y claro que nuestra cultura está plagada de usurpadores. Pero será labor del tiempo disolver lo innecesario. Y al final todos tenemos un poco de ese andrajoso ropaje de fugacidad. Tal vez nuestro oficio esté más cerca de lo que el colombiano Carranza quería: ese "ir cayendo todos los días en el corazón", Y cantar. En endecasílabo o en décima montuna cantar. Para nadie, para nada.
Pero una vida incandescente hiere un árbol ancestral y lo pone a danzar con todo su follaje y su maravilla. E ilumina inevitablemente otras vidas esa hoguera. Los escaparates de los supermercados de libros y libros tienen su propia sed. Y ese vino es distinto al que bebemos. Que bueno que se expresen esos que son como nosotros en lo esencial de ser humano. Sólo sigamos cantando. Sin querer que haya una estrella en nuestra frente que nos distinga de los que venden fácil sus silabeos. Que el fulgor en la frente, a lo rojiano, sólo lo pone el relámpago.

LA GENERACIÓN DE LOS CINCUENTA: UN ACERCAMIENTO A SU DISCURSO POÉTICO, DE ALÍ CALDERÓN

A
demás de una colección completa que le dedicó en años pasados el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Los Cincuenta) y algunos otros esfuerzos aislados (entre los que sobresale Poetas de una generación (1950-1959), de Evodio Escalante), ahora el poeta y crítico Alí Calderón (México, DF, 1982) dedica un libro a analizar el contexto del surgimiento del grupo de poetas nacidos en la generación aludida, además de concentrarse en cuatro autores representativos.
De entrada, una de las virtudes de este volumen es su carácter unitario, es decir, que Calderón afrontó la tarea con una visión más o menos totalizante. Resulta muy valioso que las nuevas generaciones de estudiosos de la poesía mexicana den ya el esperado salto hacia épocas no suficientemente analizadas hasta hoy, pues aparte de algunos ejercicios llevados a cabo por Gabriel Zaid, José Joaquín Blanco, Óscar Wong, Alberto Paredes, Sandro Cohen y Jorge Fernández Granados, no existía un panorama de los poetas nacidos en la década de la guerra fría.
El autor de este libro ha publicado reseñas sobre autores de los cincuenta en diversas revistas y ahora se plantea, desde la introducción, siguiendo a Ricoeur, un acercamiento a los códigos fonológicos, lexicológicos y sintácticos que gobiernan los poemas de los autores estudiados. Su segundo “metatexto interpretativo” es Saussure, pues intenta advertir cuál es el efecto que logran los poemas. El marco hermenéutico se cierra con Jung pues, según explica el autor, esta perspectiva “abre otras posibilidades de sentido, las de lo inconsciente, en la obra poética” (p. 10). Su introducción termina con una observación pertinente: no es posible que se sigan considerando poetas contemporáneos a autores ya fallecidos como Paz o Sabines o, entre los vivos, a Chumacero, Bonifaz Nuño o Labastida.
Calderón reproduce la opinión de Escalante en el sentido de que la generación del cincuenta ha “renovado la lengua literaria mexicana al utilizar una variadísima gama de registros lingüísticos, amén de la diversidad temática” (p. 11). Con estas herramientas de análisis, se despliega en la primera sección una revisión general del concepto de generación, así como del contexto y la experiencia común de los poetas, con una indagación sobre las formas de lo poético y la manera en que algunos autores/as han trabajado su poesía. No se dejan de mencionar los nombres de las poetas más reconocidas, así como los ejes temáticos predominantes y algunos énfasis formales.
La segunda sección, quizá la más creativa del volumen, explora con diversos ejemplos la posibilidad de analizar la obra de los autores de la generación desde varias metodologías: la heideggeriana, la junguiana y la derivada de las ideas de Robert Graves. La búsqueda de “la diosa blanca” sale a la luz en la escritura de poetas como Efraín Bartolomé. Comenta Calderón: “El ánima es una representación de todas las tendencias psicológicas femeninas en la psique de un hombre. Tales tendencias son las sospechas proféticas, intuición, captación de lo irracional, capacidad para el amor personal, sensibilidad, etc.” Parecería como si algunos poetas al bordear el nivel mitológico en sus textos estuvieran asimilando una sensibilidad o un tono que les permitiera hurgar en los linderos de lo sagrado.
En la última sección se aborda la poesía de Efraín Bartolomé, Mario Calderón, Héctor Carreto y Vicente Quirarte. Aun cuando desde la introducción se explican las razones para elegir a estos autores, no parece justificarse con suficiencia la selección de los mismos, pues aunque, como ya se dijo, se mencionan las mujeres de la generación, resulta incomprensible la exclusión de Coral Bracho, por ejemplo, de un análisis específico. Se argumentará que fueron incluidas en el análisis general, pero con base en sus propios criterios, la calidad, constancia y el ímpetu experimentador de Bracho son razones de sobra para estudiarla.
Por ello podría objetarse la inclusión de Mario Calderón, sobre todo, pues la escasa trascendencia de su trabajo poético no lo coloca en el nivel necesario para mostrarlo como un “paradigma” de su generación. Afirmar que su poesía es una de las pocas en las que se “expone toda una visión de mundo, una forma distinta de entender la realidad, al historia y la vida”, suena bastante débil. Similares observaciones podrían hacerse a los demás poetas pero, no obstante, la labor analítica resulta estimulante y variada, pues en Bartolomé, Alí Calderón ensaya el uso de la estilística para abordar el poema “Tzintzuntzan”, en M. Calderón se reflexiona sobre la estructura de la realidad, en Carreto, los resortes de su escritura satírico-humorística, y en Quirarte, la hilvanación del discurso amoroso.
La sensación que deja a lectura de este libro es que, a pesar de no existir una figura descollante en la generación de los cincuenta (como sí sucede en la generación inmediatamente anterior, que abre con Aridjis y cierra con David Huerta, para decirlo de manera sucinta), es posible percibir la forma en que la poesía mexicana ha encontrado nuevos cauces a través de ella. Este reconocimiento, fruto de una investigación rigurosa, debe agradecerse.

L.C.-O.
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